miércoles, 30 de noviembre de 2016

Se fue Fidel

Por fin, cuando despertó, el dinosaurio ya no estaba allí. Algunos llegaron a creer que era inmortal, tan largos se les hicieron casi sesenta años esperando la noticia, pero al final todo acaba en esta vida rastrera y se arruga el más derecho, etc. Ahora está en los titulares de medio mundo y hay que ver el remolino de opiniones encontradas, entre afectos y aversiones, que se han podido leer y oír. Afectos no son muchos, la verdad, al menos fuera de su isla, y vienen todos de marxistas de salón que no soportarían vivir en su país ni una semana. Cuba llora, al menos por fuera, y los cubanos del exilio se alegran por dentro y por fuera, y lo celebran con toda la variedad de recursos que hay en su tierra para expresar alegría. Hubo pronto muchas disidencias ante el cariz autoritario que afloró enseguida entre la retórica de las consignas, y muchos desengaños, también muy tempranos, y luego mucho sufrimiento por parte de tantas familias quebradas por denuncias y sospechas políticas o por la injustificada apropiación de sus bienes; seguramente todos nosotros sabemos de algún caso de forma más o menos indirecta. Desde aquel Manifiesto de Sierra Maestra, el castrismo no hizo más que confirmar lo que ya era bien sabido: que toda revolución comienza en los idealistas y acaba en un tirano.
Con la habitual inclinación de tantos otros salvadores a invocaciones ajenas a las leyes humanas, este sólo aceptará el juicio de la Historia, seguro de que habrá de ser entusiasta: la Historia me absolverá. No, camarada, la Historia ni absuelve ni condena, ni siquiera juzga. En todo caso serán los historiadores, y ya se sabe que son humanos. Todo deseo de absolución señala la existencia de una incómoda efervescencia interior, pero seguramente la suya va a tener una autopercepción de sentido distinto en cuanto a las causas. De qué le van a absolver. ¿De haber privado de libertad a su pueblo durante más de medio siglo? ¿De haber mantenido a sus compatriotas sometidos a una dictadura férrea? ¿De haberles negado el derecho a las urnas, la libertad de expresarse y de opinar, la posibilidad de abandonar su país y hasta cualquier aspiración a su desarrollo personal fuera de las rejas donde encarceló las ideas? ¿De dejar detrás de sí miles de asesinatos, millones de exiliados y la isla convertida en una cárcel? ¿O acaso de hacer de uno de los países más ricos de América un lugar de hambre y pobreza?
Ni los más de seiscientos intentos de atentado que dicen que planearon contra él, ni la muerte natural a la que nadie escapa, han acabado con el castrismo, ni siquiera modificado apenas los muros de hormigón en los que se encierra. Como en todas las dictaduras más dañinas e inseguras de sí mismas, el poder queda a buen recaudo en la familia. Pero saben que las ideas impuestas sobreviven mal fuera del momento y de la circunstancia que las originó, sobre todo si cada vez se hace más difícil sustentarlas en la fuerza, y que en definitiva están llamados a ser un paréntesis en la historia de su país, que pronto se verá abocado al difícil trance de buscarle el cierre menos doloroso posible.

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