miércoles, 23 de febrero de 2022

La despedida

 Había en su mirada de moribundo un brillo de serenidad y una expresión propia de quien ha dado fin a su camino y está contento de no tener que dar ni un paso más. Sabía que aquello era la despedida y que los suyos y algunos amigos habían ido a verle para decirle adiós. Había caras llorosas, otras serias y expectantes, todas silenciosas sin saber qué decir, reflejando en sus actitudes la tristeza del momento. Entonces él los miró, hizo un esfuerzo por esbozar una ligera sonrisa y habló:
 -Ya sé que este es mi adiós, pero que nadie se apene por mí. Me voy como siempre he querido: cansado de vivir. El mundo se ha vuelto un lugar incomprensible para mí y ya me siento un extraño en él. Todo lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida, los valores en los que he creído, los esquemas morales y afectivos que me enseñaron de niño y que me han acompañado siempre, todo está ahora puesto en cuestión. Mis queridas convicciones son objeto de desprecio, cuando no de burla. Desde el poder han hecho que ya no sean válidos conceptos sin los que me resulta imposible encontrar el sentido de la vida y entender a la sociedad y a mí mismo: la familia, la patria, la maternidad, la formación humanística. Han impuesto una dictadura de la técnica que nos dificulta grandemente el vivir de cada día y requiere un esfuerzo difícil de hacer para nosotros. Ya están ahí lo que alguien llama los transhumanos, el hombre biónico, y la inteligencia artificial y la inquietante pregunta de qué será del planeta y de la humanidad. Yo he amado siempre la vida; he sido muy feliz en el mundo, pero hace algún tiempo ya no lo reconozco como mío. Tendríamos que aprender cuanto antes que el mundo no se va a adaptar jamás a sus criaturas. La vida ha de ser vivida mirando hacia adelante, pero solo puede ser comprendida mirando hacia atrás. Mi adelante ya no existe, pero no siento pena alguna por él. En el gran teatro del mundo a todos se nos asigna un lugar, pero cuando el escenario se modifica se agradece más tener que hacer mutis que seguir en él. En el nuevo no comprendo el guion. Supongo que es irremediable y que todas las generaciones habrán sentido algo parecido. A lo mejor es la forma que tiene la vida de consolar a los que han de abandonarla después de disfrutarla muchos años, pero el caso es que me voy con más añoranza del pasado que con interés por conocer el futuro. No os envidio. Así que aquí os dejo. Me marcho encantado de no vérmelas con ese futuro. Arreglaos con él lo mejor que podáis.
 Y se quedó con la sonrisa fija en el rostro

miércoles, 16 de febrero de 2022

Palabras

 La Fundación del Español Urgente, Fundéu, ha designado a vacuna como palabra del año. Será por actualidad, por su frecuencia de uso, por su condición semántica insustituible o por la oportunidad con que su significado se adapta a las circunstancias actuales. Es, además, una palabra antigua, ya bien instalada en el idioma, neutra y limpia de connotaciones extrañas a su sentido primario. O sea, que se lo merece, aunque no sea más que por haber estado en boca de todos dando nombre a la esperanza de recuperar la normalidad perdida y a la vez ejerciendo de objeto de debate. Sin embargo, bien podría compartir la distinción con otras que se han adueñado de todos los conceptos a su alrededor hasta convertirse en comodines del lenguaje político. Fíjense, por ejemplo, en la palabra sostenible y cuenten las veces que la oyen en cada discurso o entrevista de cualquier tema. De pronto todo se ha vuelto o se tiene que volver sostenible. La economía, el turismo, la energía, la agricultura. Lo sostenible como logro conseguido, las menos de las veces, o como aspiración máxima de cualquier proyecto o actividad. Sostenible todo, como la vida, que es lo único que resulta necesario sostener.
Palabra del año podría ser también cualquiera del montón de ellas que han entrado últimamente en el lenguaje de tinte culterano con que nos hablan desde las tribunas: criptomoneda, resiliencia, algoritmo, empoderada, transversalidad, cogobernanza, postmodernidad, procrastinar, metaverso. Eso sin contar las que aportan las creativas mentes de la progresía feminista: la matria, las miembras, le niñe, las soldadas. Y no digamos la riada de términos extraños que emplean los papanatas de todo lo extranjero, esos que llaman a ir de compras hacer shopping, al almuerzo brunch y a una reunión de trabajo un brainstorming.
Decía Larra que había épocas de palabras, como las hay de hombres y de hechos, y que él estaba en una de ellas. También lo estamos nosotros. De palabras que en vez de delimitar conceptos los oscurecen o simplemente no encierran ninguno, palabras inventadas sin razón alguna, palabras desdobladas por género que agotan la paciencia del oyente, absurdos eufemismos para evitar llamar a las cosas por el nombre con que siempre se han llamado, palabras que solo sostienen falacias y descalificaciones del otro, tópicos mil veces oídos y, sobre todo, palabras que únicamente sirven para crear un ambiente amargo y una sensación continua de crispación general. Necesitamos oír otras como esperanza, concordia, lealtad, generosidad, patriotismo, honor. Esperemos que una de ellas pueda ser declarada alguna vez palabra del año.

miércoles, 9 de febrero de 2022

Entre nosotros

Ahora que por aquí se avecina un nuevo estatuto, porque alguien ha decidido que el actual ya no vale, sería bueno salirse por un momento de lo político y hablar de nosotros, los asturianos, en zapatillas y sin más temor que la mala interpretación que alguien pueda dar, que tampoco es gran temor. Vernos sin posturas preconcebidas, que es el único medio de poder conocernos para así poder darnos las mejores leyes y adoptar las soluciones adecuadas a nuestros problemas. Conocemos bien nuestras virtudes y las tenemos a gala, así que hablemos de lo que no hablamos tanto. Nuestro carácter señala una constante inclinación acomodaticia, una voluntad de permanecer en el presente y, si el presente no resulta demasiado amable, se hace lo posible por adaptarse a él o se busca otro mejor en un lugar distinto, pero sin que exista preocupación por utilizar las circunstancias de ese presente para que sus condiciones no se repitan en el futuro. Nos puede lo inmediato. Tendemos a prestar más interés al aspecto externo que a la realidad interior, a la presencia que a la sustancia. De ahí esa proclividad al superlativo casi como un reflejo, sin detenerse en análisis ni en comparaciones: la más guapa, la mejor, lo demás es tierra conquistada, etc. Esto se refleja incluso en las denominaciones espontáneas, que se generalizan de inmediato con total consenso: una iglesia de regular tamaño será la iglesiona, a una acera ancha le quedará la acerona, una escalera algo mayor que las otras es la escalerona, y el carbayón, el solarón, el molinón, la peñona, la casona, la mareona, la panerona y tantos otros. En ningún sitio se encuentra un uso tan generoso de sufijos aumentativos. Algún experto estudioso tal vez encuentre en esta inmotivada tendencia al grandonismo la imagen de una prueba proyectiva en la que el preconsciente plasme quizás algún sentimiento de inferioridad.
Vayamos de una vez a lo trascendente. Dejémonos de absurdos caprichos identitarios y que el bable se quede donde ha estado siempre. Es la hora de los técnicos imaginativos y de los políticos valientes, que encuentren y den forma material a las soluciones. Un impulso regeneracionista común, que empequeñezca hasta reducirlas a la nada las fatuas ruindades particulares, los politiqueos de alcoba y los dogmas de patio de vecindad. Un propósito de mirar hacia objetivos de altura sin ceder a la tentación de nacionalismos artificiosos, que no conducen más que al espíritu de tribu y, por tanto, a la castración de nuestras mejores posibilidades. Al fin y al cabo, con sombras y claros, esta es nuestra tierra, y su camino nuestro camino, salvo que en nuestra aventura personal se encuentre el buscar nuevos sentimientos.

miércoles, 2 de febrero de 2022

Un triunfo de todos

Fue un domingo de sofá y de morderse las uñas ante el televisor, sobre todo en la última hora del partido de tenis que nos llegaba desde Australia. Era uno de esos acontecimientos que vemos de vez en cuando, capaces de concentrar la atención y las miradas de todo un país, y que únicamente el deporte es capaz de ofrecer. Solo la épica visible a través de un esfuerzo que se nos hace evidente puede erizar nuestras emociones porque se nos vuelve comprensible. En ese momento el héroe es de los nuestros en toda su plenitud; su sufrimiento, su tensión, su decepción por la mala jugada y su alegría por la buena, la rabia contenida y su cansancio son los nuestros. Lo son también el fracaso y la apoteosis del triunfo. Es como si una pequeña parte alícuota nos tocara a todos, hasta el punto de que a menudo el éxito deportivo aparece asociado al honor patrio.
Uno no entiende gran cosa de tenis, pero sí guarda entre sus recuerdos, allá en los años de su adolescencia, la emoción de todo un país cuando Santana levantó la copa tras vencer en la final a un tal Ralston en un lugar de Inglaterra llamado Wimbledon, del que pocos habían oído hablar. Y luego las dos noches en blanco ante el televisor viendo las finales de la Copa Davis en Australia, en las que nada se pudo hacer. De pronto todo el país supo de este deporte, hasta entonces solo visto en el cine, y comenzaron a proliferar las pistas, las raquetas y los aspirantes a conseguir algo más que lucir su blanco uniforme con el escudo de un club. Bien mirado, sorprende que un deporte de una sencillez casi infantil, que en esencia consiste en tirar una pelota a otro para que se la devuelva, llegue a levantar tantas pasiones en todo el mundo y a mover una inmensa cantidad de intereses económicos. Es su estética, o la sencillez de sus normas, o la emoción inherente a toda lucha individual, o la posibilidad de ver golpes prodigiosos que nos muestran hasta dónde llega la capacidad del ser humano de  generar respuestas mediante actos reflejos, o todo junto. O más bien, como en este caso, la aparición de una figura que encarne esa referencia heroica que toda sociedad necesita y en la que poder depositar el orgullo de pertenencia a la misma comunidad nacional.
El triunfo de Nadal en Australia fue glosado y analizado en todos sus aspectos, pero curiosamente donde menos se incidió en general fue en el deportivo. La persona se impuso al tenista. Se destaca mucho más su fuerza mental, su capacidad de e concentración, la entrega total hasta el último momento, pero  también la corrección, las buenas maneras y la ausencia de estridencias, tan frecuentes en otros. Quizá esto sea lo más importante.