Es oficio este de buenas gentes y, en los tiempos actuales, de gentes valerosas, que hay que ver cómo están las cosas por la galaxia Gutenberg. No hablo de los grandes grupos editoriales, que producen y mercadean con un objeto llamado libro como podían hacerlo con melones o zapatos, sin ver en él más valor que la posibilidad de convertirlo en buena ganancia. A esos, con alguna excepción que pueda haber, los aspectos extraeconómicos del original que les llega les traen sin cuidado; el libro sólo será bueno si es vendible, su calidad literaria es un factor a considerar muy en segundo término; lo que prima es el sonido del nombre del autor y la posibilidad que ofrezca; es decir, lo que sea susceptible de transformarse en dinero. Presidentes hay de gigantescas editoriales que han confesado que jamás leyeron un libro. Su negocio es hacer negocio con la lectura de los demás.
No, no hablo de máquinas de editar, sino de editores, que es cosa distinta. De esos editores, casi siempre modestos y callados, que se juegan salud y hacienda en su empeño por dar rienda suelta a su vocación y que si publican libros es porque los aman. Estos son los editores que uno respeta y admira y quisiera animar en su labor. Esos editores que han de trabajar mirando siempre de reojo la cuenta de resultados, que casi nunca presenta un rostro atractivo. Editores de empresas pequeñas, a menudo de carácter familiar, cuyo mayor patrimonio es su entusiasmo, y que suelen contar con más voluntad que medios y con más trabas que apoyos. Que no pueden competir con los poderosos en campañas publicitarias, ni acceder a los suplementos culturales influyentes, ni les es posible convocar premios millonarios de esos que deslumbran a todos, excepto al lector de verdad. Que han de estar en lucha permanente contra las limitaciones derivadas de su reducido entorno, con una actitud casi de súplica continua hacia los medios de comunicación, y con la mirada bien atenta en su relación con impresores, distribuidores y libreros. Y que al final, cuando el libro ya salga a la venta con un margen comercial de mera supervivencia, seguramente se encontrarán con alguien que les dirá que es muy caro. Los tenemos en Asturias; valga, por poner un
ejemplo, el nombre de KRK y de algunos otros bien conocidos de todos los que
aman los libros. Algún día habrá que fijar la atención en la inmensa aportación
que estas editoriales hicieron y hacen a la cultura asturiana, y qué sería de
ésta sin ellas.
El editor de provincias está vinculado al escritor de provincias, y las tribulaciones de uno son las del otro. Al editor de provincias, como al escritor, han de sobrarle ánimo y esfuerzo, y más ahora que le han caído encima extraños enemigos de los que no es fácil defenderse. Los nuevos artilugios tecnológicos ponen al alcance de todos la lectura gratuita de las obras, sin que el autor y el editor vean compensación alguna por su trabajo. Tiempos confusos e inciertos, en que todo ha de ajustarse a una nueva situación que apenas se atisba en su integridad. Pero ahí seguirá ese editor de vocación, ofreciéndonos la creación y la cultura cercanas, esas que jamás merecerán la atención de las multinacionales.
El editor de provincias está vinculado al escritor de provincias, y las tribulaciones de uno son las del otro. Al editor de provincias, como al escritor, han de sobrarle ánimo y esfuerzo, y más ahora que le han caído encima extraños enemigos de los que no es fácil defenderse. Los nuevos artilugios tecnológicos ponen al alcance de todos la lectura gratuita de las obras, sin que el autor y el editor vean compensación alguna por su trabajo. Tiempos confusos e inciertos, en que todo ha de ajustarse a una nueva situación que apenas se atisba en su integridad. Pero ahí seguirá ese editor de vocación, ofreciéndonos la creación y la cultura cercanas, esas que jamás merecerán la atención de las multinacionales.