miércoles, 28 de febrero de 2018

El largo camino del arte

Pues resulta que la Historia del Arte tiene 30.000 años más de lo que creíamos. La datación de unas pinturas rupestres en tres cuevas, en Cáceres, Cantabria y Murcia, ha confirmado que tienen al menos 64.000 años, o sea, el doble de las que hasta ahora teníamos como las primeras, esas que todos conocemos. Son sencillas, esquemáticas, balbuceantes: unas líneas verticales paralelas unidas por tres horizontales, una mano pintada en negativo y una estalagmita decorada. No ofrecen una fácil interpretación, pero sí la manifestación de una voluntad, que da a entender un propósito de intencionalidad. Lo sorprendente es que estas pinturas fueron realizadas antes de la aparición de nuestra especie. Mucho antes; faltaban todavía más de 20.000 años para que el homo sapiens que somos nosotros iniciara su estancia en el planeta, así que solo pueden ser obra de los neandertales. El descubrimiento abre un nuevo campo para el conocimiento de estos extinguidos parientes nuestros y viene a modificar la visión que teníamos de ellos como unos seres sumamente primarios, brutos, incapaces de relacionar conceptos y carentes de inquietudes más allá de la realidad material. Los dibujos permiten vislumbrar un resquicio de su mundo interior, al menos en sus inquietudes más elementales, una cierta sofisticación en su plasmación y una capacidad expresiva, cognitiva y simbólica que no concuerda con la imagen que hasta ahora teníamos de ellos. No fuimos nosotros quienes iniciamos el camino del arte.
Por una de esas casualidades, la noticia coincide con la apertura de la feria de ARCO. Principio y fin, lugar de reencuentro entre dos extremos que se tocan, aunque en detrimento de uno de ellos. La andadura iniciada hace 64.000 años en las paredes de una cueva ha atravesado toda la historia de la humanidad, alcanzando momentos sublimes cuando persiguió satisfacer el anhelo de belleza del ser humano, y termina momentáneamente en ARCO, que bien podría verse como el símbolo del extremo del arco recorrido. Estas ferias de arte contemporáneo suelen ser el paraíso donde la anécdota de las mayores extravagancias se presenta como categoría artística, sin que nadie explique sus méritos. Aquí fueron las vulgares fotos de unos delincuentes puestas en una pared; en otras se han visto, por ejemplo, una zapatilla colgada de un clavo, una vitrina vacía en una habitación vacía, un simple cubo y una fregona, y no digamos el famoso urinario de Duchamp o los botes de excrementos de Manzoni. Es falso que la misión del arte sea, como se oye a veces, la de transgredir porque sí ni mucho menos la de ofender. La transgresión como finalidad, la provocación gratuita, la ofensa por sistema convierten el arte en propaganda y en un simple elemento de agitación. Si al arte se le priva de su capacidad de emocionar, conmover y despertar lo más elevado que hay en nosotros, no queda más que una mera manifestación utilitaria.
Desde luego uno siente una emoción más intensa y un respeto infinitamente mayor por esas humildes rayas de los neandertales que por las obras de esos avispados engañabobos que tapan su incapacidad tratando de pobres ignorantes a los que no vean sus mamarrachadas como obras geniales.

miércoles, 21 de febrero de 2018

El escrutinio

Posiblemente le haya pasado también a usted en algún momento si es amante de la lectura. De pronto, cualquier día, se da cuenta de que en su casa no cabe un libro más y que no hay más remedio que hacer una poda para disponer nuevos espacios, otorgando prioridades y condenando a unos cuantos a las tinieblas exteriores. Y entonces se pone manos a la obra, dispuesto a hacer un escrutinio que ni el del cura y el barbero, para limpiar de ramulla vana sus estantes. Sabe bien que sobre las bibliotecas cae la misma ley que sobre todos nosotros: nacen y crecen y, aunque afortunadamente no mueren, a veces presentan achaques de evidente vejez. Así que, armado de un insobornable espíritu crítico, prepara unas cuantas bolsas y comienza a examinar título por título para determinar cuáles desaparecerán para siempre de su estante para dejar su sitio a los que vengan. Y al cabo de unas cuantas horas de hojear, recordar, dudar y tratar de convencerse a sí mismo de sus razones, se da cuenta de que no ha metido ninguno en las bolsas y que siguen tan vacías como antes. Ni siquiera las tres novelas de Estefanía que reencontró olvidadas y arrinconadas. Al final todo ha quedado como estaba. Suspira y se dice a sí mismo que se trata tan solo de un aplazamiento y que en el próximo escrutinio será ello, pero sabe que ese día ocurrirá exactamente igual.
Pero mientras manoseaba cada libro ha podido comprobar que una operación tan simple puede terminar convirtiéndose en una pequeña reflexión existencial si trata uno de realizarla sin haber procurado prevenirse contra los efectos del paso del tiempo. Una biblioteca es, casi como ninguna otra cosa, el reflejo de una vida, de una personalidad y de un carácter. Los libros que hoy la componen fueron el resultado de unas ideas determinadas en un momento determinado. La simple mirada de sus títulos nos informa de nuestra propia evolución con una fiabilidad más exacta que nuestro mismo recuerdo, porque su sola presencia ya desmiente cualquier otra apreciación. Esos libros que hemos ido adquiriendo a lo largo de toda nuestra vida con tanto esfuerzo, cuántas veces mirando con pena nuestras exiguas propinas hasta ahorrar lo suficiente para poder tener al fin en la mano aquel objeto, que desde entonces se hará parte de nuestro mundo para siempre. Libros que nos han regalado con ilusión y tienen una dedicatoria querida o famosa, pero en todo caso inapreciable. Libros todos ellos que responden con casi total exactitud a nuestra visión de la vida en aquel momento. Libros que nos han hecho pensar, reír, llorar y hasta sudar sobre sus líneas incomprensibles; esos libros que no pueden ser sustituidos jamás, porque tienen en sus tapas el olor de nuestras manos y en sus páginas el secreto de nuestros pensamientos, de algún que otro propósito y de más de una esperanza. Cómo sentenciar y en virtud de qué, si todos tocan alguna pequeña fibra de nuestra memoria; cómo lograr que dejen de ser una fuente de nostalgia invencible por tanta vida dejada atrás. Desde su rincón seguirán dándonos cuenta del trayecto que ha recorrido el pequeño mundo de nuestros gustos, los estilos narrativos que en su momento admiramos o de las preocupaciones y los temas que un día nos inquietaron. Y seguirán en el estante.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Política de altos vuelos

De todos los rasgos particulares que tiene esa profesión tan particular de la política, el más evidente es el de estar permanentemente en el candelero de todas las miradas. Es su cruz y su gloria. Una característica inherente, la de ser la profesión más expuesta a la vista de todos, que hay que saber administrar tanto en las posibilidades que tiene de triunfo como de ridículo. El primero siempre será efímero y puede incluso que solo se refleje en los medios afines; el segundo, en cambio, califica, cuelga sambenitos y fija un cliché duradero de su protagonista. Ejemplos hay en todas las legislaturas. Se trata en definitiva de la profesión que menos puede ocultar los fallos y las carencias de quienes la practican y a la que más se le notan las barbaridades y disparates que se sueltan en su ejercicio, que irremediablemente se convertirán en noticia.
Como esa chica de Podemos que se nos revela como inventora de vocablos y nos regala el de portavoza; no debe de haber aprendido que el término portavoz es tan masculino como femenino, porque eso lo determina el artículo o el adjetivo que se le ponga delante. Qué tendrán contra el diccionario algunas políticas del puño en alto, que lo mismo le añaden una jóvena que una miembra que una portavoza. O es una muestra de su indigencia intelectual, que es posible, o de un fanatismo que invalida cualquier proposición, o acaso de las dos cosas. Y hasta cabe pensar que lo que se pretende en última instancia es crear un cierto antagonismo en la población para luego tratar de sacar algún beneficio político.
En la misma orilla izquierda, en el terreno colindante con el anterior, los socialistas han decidido hacer lo posible para impedir que un español acceda a la vicepresidencia del Banco Central Europeo con el pretexto de que es un hombre. Sublime. Los beneficios que reportaría tomar decisiones dentro del poder económico de la Unión, el prestigio de España en las instituciones, todas las posibles ventajas que pudieran derivarse de ello, nada importan con tal de no dar una pequeña baza al rival. La pregunta qué gana mi partido siempre se antepone a la de qué gana el país.
Los políticos están sujetos por su propia naturaleza a una exposición permanente, de modo que todos podemos clasificarlos según sus actuaciones. Los hay como esos que Börne comparaba a ciertas cariátides que se presentan como máscaras trágicas o grotescas, como si soportasen sobre sus espaldas todo el peso del edificio del Estado, y resulta que no son más que la parte inferior de la casa. Otros convierten su escaño en un grotesco retablo de títeres, de modo que siempre se las ingenian para tener su minuto de gloria en los telediarios. Están también los que tienen una percepción alterada de nuestra capacidad de raciocinio como ciudadanos; son esos que cada día nos animan con alguna propuesta de esas que mejorarían nuestra vida radicalmente. Aunque parezca no darse cuenta, el político se retrata más en sus intervenciones parlamentarias que en el ejercicio del poder. Ya en 1921, en la política de su tiempo, Ortega constataba que se odia al político más que como gobernante como parlamentario. A algunos parece gustarles.

miércoles, 7 de febrero de 2018

La visita del invierno

Parece que siempre nos coge de sorpresa, él, que jamás cambia sus modales ni sus aderezos. No hace más que asomar su primer gesto y nos pilla desprevenidos, como si no fuera tan viejo como el mundo. No hay nada más previsible, pero su llegada siempre es noticia, quizá porque nos seduce con su frialdad y sentimos que en el fondo alberga un escondido germen de renovación bajo su gélida indiferencia. Han caído la nieve y el frío sin miramientos sobre tierras pobres y ricas, tiritan en el mismo desamparo el pequeño sauce del río y el gran cedro del palacio, se han helado a la vez la charca de la aldea y el gran embalse que cubre el valle. Puede que esto no tenga categoría periodística, pero, qué quieren, a uno le conforta ver que la ley se cumple. El invierno es una de las pocas cosas que saben estar en su sitio; siempre se acuerda de cumplir con su visita. Puede venir a su tiempo, por San Lázaro, o tomárselo con calma y aparecer por San Blas, pero llega siempre y lo hace con la altiva displicencia del que no tiene ninguna deuda con nadie. Por mucho que nos creamos estar llevando a feliz término la enésima revolución tecnológica, por más que podamos dejar bien dicho para la posteridad que esta es la generación de las comunicaciones, basta una leve mueca suya para que todo un continente quede desorientado y sin apenas capacidad de respuesta. Pueblos aislados, caminos y carreteras impracticables, desplazamientos convertidos en una prueba de riesgo, miles de personas inmovilizadas, actos suspendidos, y a dar gracias porque sólo suelen ser unos días. El invierno tiene un poder sin otra defensa por nuestra parte que la de encogerse sobre sí mismo y dejar que se deslice a su ritmo, y eso que por estas latitudes acostumbra a ser comedido en su uso y no se ensaña en demasía.
Cuentan los viejos recuerdos de cada lugar que las nevadas de ahora ya no son como las de antes; los que dicen que lo saben afirman que la temperatura del planeta se está elevando poco a poco a causa del efecto invernadero y que este calentamiento global es imparable y nos lleva al desastre y que nosotros somos los culpables. Pero el frío del aire hiela igual que siempre y el paisaje parece inmóvil de puro aterido, y los recuerdos de infancia se nos presentan de nuevo como reales. Cómo no esbozar una sonrisa aliviada cuando el invierno vuelve por sus fueros y pone de nuevo en los campos y en los termómetros sus señas de siempre. Pocas cosas hay más reconfortantes que la normalidad.
En su profunda melancolía de silencio crepuscular, el invierno ha sido metáfora continua de poetas e imagen favorita de los místicos y de los pintores existencialistas cuando querían dar forma estética al ocaso de la vida. El invierno cancela los colores y los reflejos del sol en el mar, y los sonidos del bosque, y los juegos de los niños en el parque y nuestros paseos bajo el aire cálido y sereno. Todo lo uniforma en su afán de negación. Hiela el frío y sobrecoge el silencio de los campos yertos, se añora la luz en lo alto del cielo y acaso el ánimo ande entristecido, pero que la escarcha no atemorice los pasos del caminante. Quién podrá pensar que esas ramas reverdecerán y florecerán. Pero sabemos que será así.