miércoles, 11 de agosto de 2010

Los viajes que no lo son

Si hay algo por lo que nunca sentiré la menor envidia de los famosos es por la libertad para andar por el ancho mundo a mi antojo, sin compartir compromisos ni rendir cuentas más que a mis deseos y al estado de mis recursos. Ser anónimo es una condición imprescindible para observar sin condicionamientos ajenos y para tratar de penetrar en los recovecos de todo lo que una tierra extraña ofrece, que son dos de los objetivos de lo que uno entiende por viaje. Andar por el mundo a cuestas con la fama de un nombre, rodeado de guardaespaldas, acompañado de una comitiva que todo lo dispone, en medio de consejos y recomendaciones restrictivas, sin la gozosa libertad de poder hablar con quien se quiera ni de tomar un café en el boliche más cutre que uno encuentre, no es viajar. Es una parodia, una transpolación al absurdo. O acaso una cretina manifestación de egolatría, puestos ya a definir las cosas por su nombre. Sterne no pensaba en estos cuando hizo su clasificación particular de los viajeros: simples, ociosos, curiosos, embusteros, vanidosos, melancólicos, delincuentes, infortunados y sentimentales, pero sí toman algo de alguno de ellos. Son simples, ociosos, vanidosos y, sobre todo, infortunados.
El caso visto estos días en Marbella, aliñado con una asqueante mezcla de megalomanía y papanatismo, viene a demostrar una vez más que viajar no es lo mismo que desplazarse y que los placeres del viaje puede que sean de muy distinto signo, pero sólo los primarios, el misterio del camino y la esperanza de la posada, son los que pueden consumar nuestras apetencias, porque siguen arraigados en los escondrijos más profundos de nuestra especie de origen trashumante. El verdadero viajero es ese de ojos eternamente curiosos que se deja empapar libremente por todo lo que ve y que busca por cuenta propia sin aceptar sumisamente opiniones ajenas ni someterse a itinerarios previstos por otros. Sobre las incomodidades se impone la curiosidad y sobre la apetencia de lo simplemente bello la búsqueda de lo interesante. El viajero libre sabe que salir de viaje no es sólo ir en busca de emociones, sino que también es ir en busca de la prueba que verifica nuestra posición en el mundo. "Hay que viajar -dice José Pla- para darse cuenta de que una pasión, una idea, un hombre, sólo son importantes si resisten una proyección a través del tiempo y del espacio".
En realidad, es la vieja metáfora de la vida; todo es un caminar partiendo de un punto para llegar a otro que siempre, siempre, será distinto. Naturalmente cada viajero hace su viaje y le da el tono y la finalidad que se avenga con su forma de ser o que las circunstancias le permitan. Viaje es una palabra que puede envolver un concepto relacionado con el anhelo más ferviente, el placer, la obligación y hasta el odio, como es el caso de la postura kantiana. Uno sólo trata de exponer su visión particular, y ahora se da cuenta de que en pocos artículos ha expresado unas opiniones tan personales. Bueno, para eso ocupa este rincón.