jueves, 18 de febrero de 2010

Un momento, por favor

Eso, dennos un momento de respiro. Déjennos recuperar un poco el resuello, que bastante ahogado lo tenemos con todo lo que nos dicen a cada hora. Los ciudadanos, señores políticos, solemos adoptar una actitud mucho más sencilla que ustedes ante los problemas, y cuando el conocimiento de sus causas no nos acompaña, acostumbramos a echar mano de la lógica. Y sabemos también que hay un tiempo entre la percepción y la certeza, y que ese tiempo hay que respetarlo siempre para no trastocar el orden del pensamiento y, sobre todo, de la acción. Pero en ustedes todo es voluntad de vivir el momento en perpetuo análisis de cómo obtener el mayor rédito para sus intereses partidistas, con el rabillo del ojo siempre puesto en las encuestas para modelar el discurso según indiquen éstas. Fingen ignorar lo que saben y fingen saber lo que ignoran. Y entretanto nos aturden con sus alborotos artificiales, con sus diatribas inútiles, con su permanente negativa a aceptar los razonamientos del contrario, con su absoluta incapacidad para levantar la mirada del ruin suelo y proyectarla hacia el horizonte. Se buscan entre sí los puntos más vulnerables y se lanzan a ellos hasta que el vertiginoso paso de la actualidad les aconseja soltar la presa. Y al fondo, siempre al fondo, el ciudadano con sus problemas.
Miren, lo mejor que podrían hacer era hablar sólo en las campañas electorales y dedicarse luego a cumplir las promesas hechas, que para eso apenas se necesitan más palabras que las justas. Y siempre teniendo presente que las frases pomposas y las grandes promesas sólo engañan a los espectadores candorosos, pero esta es una especie en proceso de extinción y poca atención cabe ya esperar por su parte. No sigan con su vocación de alquimistas del lenguaje, porque detrás de eso todos percibimos el eco de un personaje del maravilloso país de Alicia: No es el sentido de las palabras lo que importa; lo que importa es saber quién manda.
Si fuesen capaces de hacer un alto en su permanente ejercicio de arrojarse frases como espadas unos a otros, quizá se darían cuenta de que el contrario también tiene aportaciones valiosas, entre otras cosas porque forma parte de su mismo país y es de suponer que le interese su bien en igual medida. No me digan que no es de necios renunciar a cualquier hallazgo prometedor y quedarse a solas con la propia indigencia. Puede que crean que así salvaguardan la llave que les abrió la sala del poder, pero es a costa de no querer ver que siempre es la choza más humilde la que sufre todos sus errores. Es decir, lo contrario de lo que exige un pensamiento bien construido y de lo que sería bueno incluso para sus propios intereses. Es que veces, ustedes perdonen, parece que Chesterton acertó con su cruel frase: "Si no logras desarrollar toda tu inteligencia, siempre te queda la opción de hacerte político".
Dennos a todos un descaso y trabajen. Trabajen con métodos limpios y nobles objetivos. Trabajen por nosotros, que para eso les damos tantos privilegios, que bien que nos cuestan.

martes, 9 de febrero de 2010

Por encima de la conciencia

Aplastar la conciencia propia en aras de otros, acallar su voz para no verse expulsado del rebaño y de la posibilidad de seguir pastando tranquilamente, anular sus convicciones más personales para no aparecer como un rebelde disidente, esa es la desgraciada función que la mayoría de los políticos se ven obligados a ejercer una vez deciden dedicarse a esta actividad. Se vota en el Congreso una propuesta cualquiera, sea una gran obra que beneficiaría a la propia región o una de esas que cuestiones que rozan lo moral y que afectan a las convicciones más íntimas. El jefe del grupo hace una señal con los dedos indicando el sentido del voto, y el beneficio de la región y la voz de la conciencia se van a freír churros. ¿Cómo van a oponerse estas trivialidades a la suprema voz de su amo? ¿Qué importancia pueden tener las pequeñas verdades personales ante la verdad absoluta que encarna el sumo sacerdote del partido?
Se cuenta que, en 1873, Nicolás Salmerón dimitió de su cargo de presidente de la I República porque su conciencia no le permitía firmar una pena de muerte. Se cuenta porque es un caso tan infrecuente en la clase política que continúa siendo un referente solitario, sin descendencia. ¿Cuántos, por ejemplo, han tenido que poner tapones en los oídos de su conciencia para dar su voto afirmativo al aborto, aun a costa de violar sus propios principios?
Dura servidumbre del político esa que le impide ejercer lo que él mismo tiene como bandera: el derecho a la libertad. En este caso la libertad de conciencia, quizá la más necesaria de todas las libertades.