miércoles, 18 de febrero de 2009

¿De quién es la vida?

La decisión de acabar con la vida de esa chica italiana que estaba en coma ha desencadenado un torbellino de opiniones encontradas, como no podía ser de otro modo. La evolución moral de la humanidad, a diferencia del progreso científico, termina por encontrarse ante un escollo que no puede salvar sin un temblor de la concordia social, porque conlleva una agresión a muchas conciencias: la ley natural. Trasponer esta barrera supone asomarse a un nuevo orden de consecuencias imprevisibles. Lo difícil es establecer en qué punto erige su límite la ley natural y en qué momento lo traspasamos. Es el caso de todo lo que se refiere al derecho sobre la vida, y más concretamente a los temas de la pena de muerte, el aborto y la eutanasia, tres viejas cuestiones que aún no han sido dilucidadas de forma universal. El debate sobre la legitimidad moral de los tres casos es tan antiguo como el concepto del hombre como sujeto de derechos, sin que nadie haya logrado encontrar una luz que ilumine por igual a todos los sistemas morales. Sólo podríamos resolverlo si lográsemos responder a una pregunta crucial: ¿de quién es la vida?. Una pregunta que en términos primarios tiene varias respuestas y en términos de lógica ninguna. Veamos:
De los padres. Desde un razonamiento lógico es la respuesta más evidente. Fueron nuestros padres quienes nos han dado la vida, de modo que serían los únicos que tendrían derecho a quitárnosla. Pero es una conclusión tan absurda que hace que la lógica no tenga aquí ningún valor. Aún así, se esgrime en el caso del aborto.
De la sociedad. Teoría colectivista, en la que la sociedad está por encima del individuo. Sin embargo, es evidente que la vida de cada uno no debe nada a la sociedad. Un hombre y una mujer en una isla desierta pueden hacer nacer la vida. Otra cosa es el deber moral del individuo hacia la sociedad en la que está inmerso, pero eso no da derecho alguno a ésta para adueñarse de su vida.
De Dios. Para quien crea que Dios es el autor de toda vida esta es la respuesta más evidente y más consoladora ante la muerte. Es el razonamiento de Job: Dios me la dio, Dios me la quitó. Esto prohibiría toda acción individual contra la vida, pero también toda acción de la sociedad para quitarla, e incluso para protegerla, puesto que es de Dios y la sociedad no tiene ninguna delegación suya. Negaría, entre otras cosas, la eutanasia.
De uno mismo. Nadie ha hecho nada por conseguir la vida; le ha sido dada como regalo accidental. Aún así, puede pensarse que, puesto que se la han dado, es suya y que, por tanto, nadie aparte de él puede tener ningún derecho sobre ella. Si se acepta esto, habría que legalizar el suicidio y la eutanasia solicitada, y rechazar las leyes de los gobiernos sobre las drogas, la anorexia, el cinturón de seguridad y demás medidas obligatorias dictadas para evitar nuestra muerte.
La pregunta sigue sin respuesta y toda decisión sobre esto no dependerá más que de los vaivenes sociales y políticos.