miércoles, 26 de mayo de 2021

Un vecino incómodo

Incómodo y falto de escrúpulos. Esos miles de niños y adolescentes que se lanzaron al mar en cuanto pudieron, jugándose la vida con tal de alcanzar la tierra soñada al otro lado del espigón, es una de esas imágenes que definen la indigencia moral de un gobierno, que no duda en animar a sus jóvenes a arriesgar sus vidas para escapar de la miseria y el hambre de su país. Se les ve nadar como pueden y llegar desfallecidos a la playa y, a los más fuertes, levantar los brazos gritando la alegría de haberlo conseguido. Luego vendrá la respuesta de la cruda realidad: la dificultad de acceder a la península, la imposibilidad de encontrar trabajo, el desamparo y la inseguridad de no tener documentación, la evidencia de que todo era una falsa promesa. Y mientras tanto, tratar de conseguir que alguien se fije en él y le dé una manta y un plato sin más palabras que algunas de ánimo y comprensión.

Todo resulta triste y decepcionante en este asunto, como siempre que están involucrados seres humanos movidos por la desesperanza. Para un país es más fácil librarse de sus masas hambrientas que darles de comer; se zafan del problema y además ingresarán buenas divisas con sus remesas. Y encima tienen en su poder un mezquino chantaje: o ustedes nos mandan buenas partidas de euros o nosotros les enviamos a nuestros niños y a nuestros jóvenes para que se hagan cargo de su miseria. Y, a juzgar por su tono desafiante y prepotente, sin tener el menor asomo de mala conciencia. Al revés: el que debe tener la conciencia salpicada es el que los recibe, y no el que los obliga a irse a causa de la corrupción, la desigualdad y la escasa preocupación por sus vidas.

Y luego aquí están, como siempre, los heraldos de su propia progresía, los eternos autoflagelantes que hacen responsable a Europa de todo el mal que acontece en los otros cuatro continentes. Acaso con buena fe, buscan las culpas y se olvidan de las causas, casi siempre con una argumentación que consiste en repetir la serie de tópicos que enseñaban los manuales de propaganda en las décadas de descolonización, allá por los sesenta. Podrán buscarse mil causas y seguramente se encontrarán muchas que estén más o menos relacionadas con esta situación, pero está claro que en primera instancia tiene un carácter más bien endógeno; reside en factores internos, como la invertebración social de estos países, su profunda corrupción institucional, la abismal desigualdad de sus clases, un concepto teocrático de la vida cotidiana, la escasez de inversiones en innovación o el empleo de una gran parte de los recursos en absurdos gastos militares.

Me lo decía una noche en una terraza de Tánger un amigo moro -"pues claro que moro, y a mucha honra"-; me lo decía con su expresión de estar de vuelta de muchas cosas y de comprender casi todo: "¿No ves a lo lejos las luces de España? No te extrañe que desde aquí se vean como una llamada del paraíso".

miércoles, 19 de mayo de 2021

La vuelta

Este fue el fin de semana de los deseos cumplidos después de un tiempo infinito en que hubo que tenerlos reprimidos. Ya nos habíamos acostumbrado a los fines de semana mortecinos y silenciosos, y a la triste soledad de lo que siempre habían sido espacios bullangueros y llenos de vida, y ahora, con el término del estado de alarma, recuperamos de golpe y con el ansia de beberlo todo de un trago, el afán por andar los caminos que nos lleven más allá de los límites de nuestro pequeño rincón. Esas riadas de gentes que se echaron a las carreteras y a las estaciones vienen a ser la expresión de la necesidad que tenemos de disfrutar de espacios y momentos diferentes, pero también de sentir los abrazos y la presencia de los que queremos después de tantos meses de tenerlos prohibidos. Vuelven los atascos, se preparan los alojamientos rurales para recibir de nuevo la avalancha de urbanitas y las playas se ven de nuevo invadidas por una multitud de cuerpos ansiosos de no hacer otra cosa que estar tirados en la arena. No se ha acabado la pandemia; el virus sigue ahí. Quién lo diría viendo las reuniones nocturnas en las calles y los botellones juveniles, justamente el sector que menos índice de vacunación presenta. Es la capacidad de abstracción que nos da el ansia de liberación y que nos invita a bordear la inconsciencia con tal de poder elegir si hemos de seguir o no los impulsos que nos tientan para ser felices.

Es posible, como se dice desde el poder con cierto tono voluntarista, que salgamos fortalecidos de esta prueba; lo que es seguro es que saldremos cambiados. Es posible que valoremos más lo que tenemos, eso que sustenta nuestra vida de cada día, y no demos tanta importancia a quienes tratan de dirigir nuestras ideas y nuestra conducta desde los todopoderosos medios que controlan manos interesadas. Posiblemente nos demos cuenta de que la seguridad y el bienestar que hasta ahora hemos tenido como algo que nos parece inherente a nuestra vida no tienen ningún certificado de garantía y que los escudos protectores de los que presumimos no hacen más que ocultar nuestra fragilidad como especie. Una visión más certera de nosotros mismos que nos permitirá cambiar la valoración de las cosas quitando importancia a unas y dándosela a otras.

Saldremos mejorados si nuestros gobernantes hacen un examen de conciencia sobre su labor y dejan de emplear tiempo y dinero en sus tonterías para centrarse en lo que de verdad mejora nuestra vida; por ejemplo en acabar con las listas de espera en la sanidad y dejar de empeñarse en esa idiotez del lenguaje inclusivo o en cambiar los nombres de las calles.

miércoles, 12 de mayo de 2021

Un poco de envidia

El ministro de francés de Educación, un tal Jean Michel Blanquer, debe de ser un tipo escaso de complejos que silencien sus convicciones en aras de algún rédito populista. No parece importarle mucho el griterío que puede desencadenar entre la progresía pseudofeminista, y desde esa ausencia de remilgos ha prohibido el lenguaje inclusivo en los colegios franceses. Se acabó enseñar a los niños a dañar la lengua con esa inútil reiteración de dobles expresiones de género. En la circular publicada y dirigida a las autoridades educativas de todo el país, se afirma que este tipo de escritura constituye un obstáculo para la lectura y la comprensión de lo escrito.

Dan un poco de envidia estos franceses en su defensa de aquello que los une, en este caso la lengua como el elemento más poderoso de estructuración nacional. Ya hace algún tiempo el Consejo Nacional había confirmado algo que convirtió en indiscutible: que no hay más que un único idioma oficial en toda la nación, que es el francés, y que no hay más que hablar. Que sí, que el bretón, alsaciano, occitano, corso, catalán y demás están muy bien y cada uno puede hablarlos cuanto quiera, pero que sólo sirven para usarlos con el vecino, y que nada de cambiar los rótulos de las carreteras y los nombres de las ciudades. Que una de las razones de la gran cultura francesa es su lengua, y que ninguna habla local, por muchas aspiraciones de gran idioma con que lo presenten, va a hacerle sombra. Que nada de pagar intérpretes para que traduzcan al francés las palabras de un francés y que todo ciudadano debe poder recorrer cualquier región de su país sin sentirse extraño en ella. Que un niño de la Provenza ha de seguir teniendo la posibilidad de ir a un colegio de Bretaña sin ser sometido a una obligada inmersión lingüística, aderezada con muchas gotas de hecho diferencial. Tienen a su lengua nacional como su más alto signo de identidad. Han sabido respetarla y convertirla en el símbolo supremo de su identidad. Sin ser un idioma que cuenta con gran número de hablantes, han logrado que esté presente en los planes de estudio de muchos países y que sea lengua oficial de casi todos los organismos mundiales.

Ahora no quieren aceptar su degradación en los textos escolares, porque "la escuela es el lugar en el que el niño se convierte en ciudadano gracias a una cultura común, y no puede ponerse en peligro ante los intentos de quienes quieren llevar la revolución al lenguaje. Porque el lenguaje es la razón común, no una razón de parte". Sí que dan un poco de envidia.

miércoles, 5 de mayo de 2021

La manifestación del trabajo

Este primero de mayo, a pesar de la pandemia, ha sido uno de los más honrados por los miembros del Gobierno. Hasta siete ministros salieron a la calle a reivindicar lo que está únicamente en su mano hacer. Es curioso el espectáculo de un Gobierno manifestándose contra sí mismo. Se pedía derogar la reforma laboral, poner en marcha la agencia social pendiente, acabar con la dualidad del mercado de trabajo y un montón de cosas parecidas. Pues se lo podían decir a las ministras que tenían a su lado, sin tanto aspaviento. A no ser que se trate de brindarnos la ocasión de ver un nuevo modo de ejercer la política: los miembros del Gobierno en una manifestación contra la oposición, que no gobierna. Esa era la cuestión. Por mucho Día del Trabajo que se celebrara, los intereses de los trabajadores parecían contar muy poco. Se trataba de hacer campaña contra el gobierno de una comunidad autónoma, que estaba en elecciones.

Estas manifestaciones a fecha fija por fuerza han de tener un componente artificioso, como todo lo que se encorseta en un momento concreto del que no pueden salir. Lo que debería ser una llamada de aviso al Gobierno para que preste atención a la reivindicación ciudadana del día que se celebra, suele convertirse en un batiburrillo en el que lo mismo se agitan las banderas feministas que las animalistas, las ecologistas o las que reclaman cambiar el reglamento de la petanca. En esta del trabajo, naturalmente intervino el dúo sindical, bien acompañado por las ministras. Repitieron sus consignas habituales, dijeron unas cuantas cosas que suscitaron el interés de media docena, fuéronse y no hubo nada.

El viento que agitó la renovación política y que obligó a tantas redefiniciones y a tantos análisis internos, y ante el que muchos sólidos estamentos doctrinales hubieron de iniciar un proceso de reorientación y hasta de redenominación, parece haberse olvidado del mundo sindical en su afán renovador. Sin apenas influencia, sobrepasados por el veloz ritmo de las concepciones económicas emergentes, con un escaso índice de afiliaciones, y en consecuencia  de cotizaciones, aferrados a los presupuestos públicos, los sindicatos siguen con su lenguaje arcaico y sus tendencias sectarias, manejando sobados conceptos sacados de los viejos manuales. La manifestación del sábado hará por el trabajo y la creación de empleo lo mismo que las anteriores. El parado seguirá con la angustia de ver cómo su familia puede sobrevivir cada mes, sumido en la desesperanza, y con la amarga sensación de que nadie de los que estaban allí se acuerda ya ni de lo que reivindicaba.