miércoles, 26 de agosto de 2020

El verano de las cosas cercanas

Ahora que la pandemia nos obliga a fijarnos en lo cercano, encontramos un gratificante pretexto para descubrir lo que tenemos ahí al lado, callado y discreto, sumido en nuestro desdén por próximo, y acomplejado ante la oferta de caminos más lejanos y exóticos. Sin apenas cabida en los mapas ni en las guías, conformados con su humilde presencia y sin otra oferta que su simple autenticidad, muchos rincones esperan a que caigamos en la cuenta de que el verdadero descubrimiento no consiste en ir a nuevos sitios, sino en tener ojos nuevos. Uno se atreve a garantizar que el placer que puede encontrar, a poco que vaya con la mirada libre de prejuicios, no va a ser menor que el que tendría en los sitios que todo el mundo tiene en la mente. Están a nuestro alcance sin grandes esfuerzos, diseminados por toda España. Pueblecitos adormecidos en su pasado, que ofrecen la quietud de su tiempo sin horas y a veces sorprendentes testimonios de su historia; valles escondidos; ruinas sugerentes; dehesas de soledad y silencio; caminos que exigen andarlos a paso lento. El momento de plenitud puede aguardarnos en cualquiera de sus rincones, y sabremos que no será muy distinto del que hayamos podido sentir ante el monumento famoso, mil veces reproducido, entre una turba de gentes que solo buscan posar ante él. 
El caso es que el coronavirus nos ha hecho fijar como destino de nuestros viajes estivales pueblos y lugares del interior que antes pasaban desapercibidos en su mayor parte. La ancha, variada, sorprendente y hermosa geografía interior de nuestro país se ha vuelto este verano, en mayor medida que otros, objetivo preferente de muchos viajeros, que buscan en la España vacía el encanto de su vaciedad. No solo son los nombres conocidos y siempre concurridos, como la laguna Negra, La Alberca o Aínsa, por poner algún ejemplo, sino otros que pueden suponer un descubrimiento para muchos, como Brañosera, Granadilla o el valle de las Batuecas, por citar algunos. Quizá en algunos casos a su pesar, muchos de ellos se encontrarán con una vida nueva, eso sí, efímera, que nunca habían vivido. Aquí en Asturias también podemos comprobar el efecto de este verano atípico: un largo tiempo de espera para subir al mirador del Fito, filas indias en nuestras rutas de montaña y sendas de desfiladeros, sobre todo en el del Cares, saturación en los Lagos y en Muniellos. 
 Viajes hacia lo nuestro, en un buen porcentaje burlados a destinos más lejanos y mucho más renombrados, pero acaso sin más capacidad para dar satisfacción a los ánimos que estas miradas a lo propio, que suelen tener mucho de hallazgo.

miércoles, 19 de agosto de 2020

A pesar de todo


Este verano parece una estación de nueva traza, como si añadiéramos una quinta al año. Nos hemos quedado sin fiestas y espectáculos, sin reuniones, sin cañas ni cafés despreocupados, sin turistas, sin alegría y sin grandes motivos para una esperanza cercana, con la pena por lo que ha caído a nuestro alrededor y el temor a que caiga encima de nosotros. No hay semana grande, ni feria, ni toros, ni fuegos, ni noches de vino y rosas, ni escapadas domingueras a nuestro pueblo favorito, ni siquiera playas para tumbarse en libertad. El verano ha perdido sus símbolos; queda el sol y poco más. En su lugar han aparecido otros emblemas, como las mascarillas o los nuevos usos sociales. Queda también quizá algún viaje frustrado, acaso unas cuantas intenciones ilusionantes convertidas en humo y puede que alguna tristeza asentada en el alma. No, no es un verano como el que esperamos cada año; se ha saltado sus propias normas. 
No podemos evitar cierta desorientación ante esta nueva percepción obligada de una realidad que se nos presenta como desconocida. Nos ha cogido desprevenidos. Jamás antes habíamos vivido un momento tan fuera de la normalidad como este, y bien que podemos sentirnos afortunados por ello, pero el caso es que las sensaciones se acumulan como señales de una situación hasta ahora desconocida, tan solo intuida a través de testimonios y crónicas de tiempos pasados. Epidemia es una palabra que sale de lo más profundo de la Historia. Las nuestras son ciencia, bienestar, inmunidad, tan familiares que las hemos dado por inmutables y convertido en parte inherente de nuestra sociedad; nos es difícil concebir otro modo de vida sin ellas. Los que ahora andamos por aquí preocupados por el coronavirus hemos tenido la suerte de vivir el período de tiempo en paz más largo que jamás ha conocido la humanidad; siete décadas de progreso y desarrollo en todos los ámbitos como nunca se han vivido; setenta años en los que el escarmiento por los disparates cometidos, que produjeron tanto dolor y muerte, sacaron lo mejor de nosotros y nos hicieron ver que solo la unión y el esfuerzo por comprender al contrario pueden traernos una convivencia segura y en paz. Si revisamos la historia de Europa vemos que, en comparación con lo que han vivido las anteriores, somos una generación afortunada, a pesar de nuestras continuas quejas de niños caprichosos. No somos conscientes de que para dos tercios de la humanidad cada día es una aventura que no sabe cómo terminará. Así, sorprendidos, desorientados, exhibiendo en algunos casos lo más grave de nuestra ignorancia, nos ha encontrado la epidemia.

miércoles, 12 de agosto de 2020

La hora de las cigarras

La marcha del rey Juan Carlos ha despertado las ganas de opinar de muchos que hasta entonces parecían tener sus convicciones adormecidas o simplemente no planteadas. De pronto conocen todas las respuestas, las de las causas y las de las consecuencias. Todo son afirmaciones rotundas, especulaciones, suposiciones y opiniones de tertulia barata que hacen las delicias de las televisiones y de los medios en los que el rigor es menos importante que la audiencia. Una vez más se comprueba lo tornadizo de las promesas de fidelidad y la fragilidad de muchas memorias, dejando al descubierto la verdadera cara de muchos que la tenían oculta y la nueva que otros han estrenado en sustitución de la anterior. 
Politiquillos de tres al cuarto, unos porque se dicen independentistas y alguno porque le sale del moño, aprovechan el remolino para tratar de derribar todo lo que hemos construido; gentecilla que vivió y medró a sus anchas aprovechando el marco de libertades y progreso nacido de la Transición, personajillos de la política que jamás tendrán ni una mención en los libros de historia y que son enanos que se creen gigantes porque contemplan su sombra alargada, esculpen ahora a golpe de martillo, sin haberle siquiera escuchado, la sentencia condenatoria de quien es quizá la figura más decisiva de nuestra historia contemporánea. Ayuntamientos sectarios y vestidos de afán justiciero se apresuraron a dictar una damnatio memoriae y a suprimir su nombre de las vías públicas sin esperar siquiera a que hubiera una investigación. Causa sonrojo oír ahora declaraciones de quienes tienen tantas piedras que esconder, tantos pelotilleos que ocultar y tantos párrafos de hemeroteca que borrar. Asoman su cara los hipócritas que doblaban la espalda en las moquetas y los cobardes de a moro muerto gran lanzada, mientras resuena el silencio de otros cobardes: los que se beneficiaron de sus gestiones y del viento de popa que impulsó sus empresas gracias en buena parte a los contactos de su agenda. 
Si evadió impuestos que se las arregle con Hacienda o con los jueces, como hicieron todos los que defraudaron, que fueron muchos. De los juicios morales que se encargue el que no sepa diferenciar entre las debilidades de lo humano y la categoría de sus actos o que desprecie la proporción entre ambos. Viene bien recordar la fábula aquella de la cigarra que criticaba al buey, que acababa de arar un campo, que el último surco le hubiera salido algo torcido. Y la moraleja: es necio y envidioso "el que a tachar se atreve / en obras grandes un defecto leve". Precisamente la cigarra, el animal más inútil del campo.

miércoles, 5 de agosto de 2020

Alejados de la realidad

Nunca hemos conocido un mes de agosto que se presente con tan mala cara. El maldito coronavirus, claro, con todo lo que arrastra, pero también la desorientación de un Gobierno que parece no saber a qué flanco atender entre los muchos que tiene delante. Con la economía cayendo hacia el índice más bajo de todos los registros que conocemos, con el turismo extranjero prácticamente desaparecido, con la pobreza social asomando su terrible cara, con la incertidumbre de cómo afrontar el otoño y el ya cercano curso escolar, con la política interior agitada por los populistas y los desleales de siempre, cómo se echa de menos un puente de mando que transmita confianza, prudencia, visión clara, rigor, firmeza. Pero las cosas no van por ahí. 
En la reunión de dirigentes autonómicos hemos oído de boca del presidente el plan de recuperación para hacer frente a este tremendo desastre que nos está dejando la pandemia. Nada nuevo ni ilusionante, nada concreto, ni siquiera algo que todo el mundo entienda y que sea capaz de provocar alguna forma de entusiasmo colectivo. Fórmulas abstractas, tópicas, carentes de contenido práctico y, sobre todo, desviadas del verdadero problema que nos angustia: "Transformar la economía abordando la transición ecológica para hacer frente al cambio climático, la transición digital, la igualdad de género y la cohesión social y territorial para una recuperación inclusiva". Pero ¿cuándo los políticos van a dejar de lado sus obsesiones por los artificiosos productos ideológicos de moda y se van a acercar a las preocupaciones reales del ciudadano en su día a día? Que el cambio climático sea en estos momentos un asunto prioritario en un país como España, que ni por población ni por índices industriales puede tener apenas influencia en él, resulta propio de gobernantes que viven en un estado de inopia. Que la igualdad de género se convierta en un objetivo supremo cuando la economía y el empleo se están desplomando, indica una sumisión cerril a un dogma que nada tiene que ver con el pan nuestro de cada día. Que los cientos de asesores y altos cargos, que se supone ponen su inteligencia al servicio del presidente, hayan producido este parto de los montes da que pensar en la existencia de dos realidades. Desde luego, al que ha perdido su trabajo o su negocio no creo que le preocupen en estos momentos el cambio climático ni la igualdad. Tiene el problema en su propia casa. Lo que espera es una respuesta práctica y concreta que le ofrezca un camino, o al menos la sensación de sentir sobre él una mirada de solidaria preocupación desde las alturas. La caja vacía no sabe de entelequias