miércoles, 13 de mayo de 2009

Hijos del azar

Si la Escuela de Bellas Artes de Viena no hubiera rechazado el ingreso de aquel joven de diecinueve años, flaco y de ojos febriles, llamado Adolf Hitler, seguramente no habría tenido lugar la II Guerra Mundial, se habrían ahorrado muchos millones de vidas y Europa sería ahora radicalmente distinta. Si Stalin hubiera tenido en el seminario algún maestro que le hubiera sabido fortalecer su vocación, posiblemente hubiéramos tenido un pope poco ejemplar, pero nos hubiéramos librado del mayor tirano y asesino que ha padecido este mundo. La Historia, es decir, nuestro propio discurrir por este largo sendero que viene de la nada y se pierde en lo más profundo del infinito, no es más que una continuada secuencia de manifestaciones del azar. Incluso nosotros mismos quizá no seamos más que uno de los infinitos acontecimientos probables que pueden producirse en el universo. Probabilidad que en el caso particular de cada uno de nosotros se ha visto felizmente realizada, pero que no es sino una más entre el número incontable de las que han podido ser y no fueron.
Y entonces, ¿dónde está el poder del hombre? En saberlo. Al concepto de azar se han contrapuesto otros que tratan de eliminar de él su acepción de caos. Contra el azar se han elevado los conceptos trascendentes de determinismo, destino, predestinación y, ya en el pensamiento religioso, Providencia. También otros de carácter empírico: no existe el azar, se ha dicho, porque entonces no habría tantas injusticias, ya que el azar es justo y reparte ciegamente, y puede verse que no es así. Pero sea cual sea lo que rige la gran norma universal, la situación del hombre es la misma: la de estar sometido a un sistema absolutamente ingobernable para él y en el que sólo puede intervenir en parcelas infinitesimales en relación con el gran todo, aunque de cierta importancia para su pequeño campo. No es una fuerza que se pueda atrapar en una ecuación, ni siquiera un concepto que se acomode fácilmente en la lógica de nuestro entendimiento; es algo que nos impone su capricho y que jamás cuenta con nosotros. Conocerlo y aceptarlo es nuestra única respuesta. Alegrarnos cuando sonría y tratar de paliar sus efectos cuando cause dolor, pero teniendo la certeza de que no somos más que sombras colgando de unos hilos que se mueven y que no podemos ni siquiera atisbar. Séneca ya lo dejó escrito: no hay que maravillarse de que el azar pueda tanto sobre nosotros, si partimos del hecho de que vivimos por azar.