miércoles, 21 de octubre de 2009

Argentina

-Los argentinos somos algo más que el tango, no nos confundan. Claro que el tango es mucho más que los argentinos.
Me lo decía en un cafetín cercano a la calle Caminito un camarero flaco y bigotudo, en uno de los momentos, que deben de ser muchos, en que no tenía demasiado que hacer. Fuera, la Boca hacía relucir al sol los mil colores de sus casas como con ansia de congraciarse quién sabe con qué. La Boca ya no es un barrio de taitas y entreveros ni de percantas amilongadas que amuran a los hombres, si es que alguna vez lo fue, pero sigue siendo un barrio de muelles, boliches y viejas vías de ferrocarril. En realidad, la Boca viene a ser como ese pariente pobre y feo que termina por hacerse con la atención de las visitas. Porque la Boca puede verse como la tercera fundación de Buenos Aires, la conversión de la ciudad aristocrática, con su viejo cuño virreinal, en otra dotada de una nueva base, exclusivamente monoclasista, que al final bien que supo dejarse sentir. Las industrias navales levantadas en las tierras húmedas e insanas de la Boca, necesitadas siempre de mano de obra, acogieron a un buen número de los emigrantes desesperados que soltaba la vieja Europa en sus crisis permanentes, un lumpen desconocido, pero nunca agresivo, que recibió y dio y terminó haciéndose autóctono. Los europeos venían como hijos de legado espartaquista y nietzschiano y de tantos y tantos legados, y sin embargo se dejaron diluir. Ni los pajueranos, ni los criollos, ni siquiera la herencia gaucha intervinieron decisivamente en esta nueva refundación porteña.
Claro, amigo, que los argentinos son algo más que el tango, y eso que uno confiesa que el tango siempre le ha parecido el más hondo e intenso de los géneros musicales populares, porque entre todos ellos es el que más cerca está de ser eso que Julián Marías llamó la forma concreta de la circunstancialidad. Pero por supuesto que una manifestación siempre habrá de ser una representación parcial del conjunto del que nace. Cualquiera que recorra esta tierra, desde Salta a la Patagonia o desde la inmensidad de la pampa a los Andes, puede comprobarlo y enamorarse de ella. Porque no es difícil la aproximación espiritual al ser de Argentina, ese país que suele buscar una sola causa para sus eternos males, sin más análisis que los inmediatos; una tierra de proverbial fertilidad, en la que dicen que se escupe y brota un ceibo; una nación a la que, a pesar de todo, no han podido derrotar sus dirigentes; un país, decía Clemenceau, tan rico que se recupera durante las ocho horas que duermen los políticos. Una tierra de poetas y cantores, capaces de encontrar un intenso sentimiento lírico hasta en el sapo cancionero. No, ningún país admite definiciones metonímicas, y menos Argentina, a pesar de que tiene su panteón popular de mitos en una trinidad: Gardel, Evita y Maradona. El primero es fácil de admitir; la segunda puede ser más discutible, pero el tercero hace que de verdad agradezcamos que no se pueda tomar la parte por el todo. En todo caso, que nadie nos haga olvidar, por ejemplo, a Borges o a Cortázar.

jueves, 8 de octubre de 2009

Madrid

La metáfora de Madrid no estriba en lo que marcan los cánones de la preceptiva literaria, aunque es aquí precisamente donde se escribieron algunas de las obras más bellas de la lengua. Estriba en sí misma. Metáfora del centro como fuerza autogenerativa y de la falta de pretensiones aplastada por la mayor de todas a las que puede aspirar una ciudad. Toynbee no la incluyó en sus "ciudades de destino", pero ya sabemos cómo se las gastan los anglosajones con lo ajeno.
Aquella pequeña villa medieval, de aguas abundantes y bosques ricos en caza, ya tenía su historia antes de ser lo que luego fue. Ya había sido lugar de reunión de las Cortes, sitio de reposo real, prisión del poderoso Francisco I, y hasta había visto nacer al primero de los grandes viajeros españoles, Ruy de Clavijo, pero su destino de ciudad vulgar tomó otro derrotero cuando en 1561 fue elegida, por encima de las grandes ciudades castellanas, como sede permanente de la corte y, por tanto, capital de hecho del inmenso Imperio español. Sin embargo, y ahí está la primera de sus paradojas, no tuvo ningún reconocimiento externo a su nuevo rango. Felipe II no era un emperador romano y la Contrarreforma no era un tiempo que permitiese expresiones grandilocuentes de poder terrenal más allá de la fría desnudez. Madrid fue la más humilde las capitales en cuanto a imagen, pero la más rica en expresión creativa. Apenas cincuenta años después de su capitalidad no había ciudad en Europa que albergase a tantos genios por metro cuadrado. Todos los grandes escritores, pintores y músicos del Siglo de Oro nacieron o crearon allí su obra, y además de forma coincidente. Todavía hoy, el turista que recorra el barrio de Las Letras sentirá su presencia, sin tener que forzar apenas su poder de evocación. Y ahí tenemos, otra paradoja, esa fascinante capacidad de metabolizar todo lo que puede alimentarla hasta convertirlo en genuinamente suyo. Su poderosa singularidad, creada por los siglos a través de infinitas singularidades menores, lo absorbe todo sin atender a su origen y lo transforma hasta darle un toque inequívocamente madrileño, y así desde el chotis al mantón de Manila. Nada es rechazado, todo es bienvenido, todo encuentra su sitio en los estantes de su espíritu.
Aun hoy, cuando ya se ha convertido en una de las grandes metrópolis de Europa, permanece en ella un sustrato inconfundible que a todos identifica y en el que todos han tenido que ver. Ramón Gómez de la Serna lo dejó escrito: "La condición de Madrid es hacer que todas las cosas tengan el regusto de sí mismas. Hay en él ecos vivos del solo vivir. No ha inventado la palabra denigrante de gringo ni meteco ni gallego. Madrid es la ciudad de la luz sensible y nada más". Y fue esa condición la que invocaba el catalán Pi y Margall cuando confesó a su amigo Oriol Mestres "estar perdidamente enamorado de ella".

Ahora a Madrid la han privado de los Juegos Olímpicos porque la excelencia suele ser vencida por consideraciones bastardas ajenas a ella. Lo mismo que sucede con las subvenciones oficiales y con la mayoría de los premios. No hay defensa contra ello.

lunes, 5 de octubre de 2009

Subida de impuestos

Pues sí que hacen falta tantas facultades de Económicas y tantas inteligencias dedicadas al estudio de la cosa del dinero, premios Nóbel incluidos; sí que merece la pena rodearse de centenares de expertos a sueldo de oro, esos que manejan el lenguaje económico con las expresiones esotéricas de los iniciados y que en el fondo no pueden evitar parecer resabios de los viejos arbitristas. Al final, todo lo que se les ocurre a nuestros gobernantes para salir de la crisis es lo que se le ocurriría al más lerdo en estas cuestiones: subir los impuestos. Los directos, los indirectos y los demás, si es que queda alguno. Dicen que es para sacarles dinero a las rentas más altas, y suena muy bien, pero resulta que lo primero que van a "reajustar" es el IVA, que "reajustará" a la vez el pan que usted compra cada mañana, el autobús que ha de tomar cada día, el café que se permite cada tarde, la luz, el teléfono y todo lo que necesitamos cada minuto. O sea, que todos seremos más pobres, sólo que a los ricos les importa menos. Si además le suben lo que le descuentan de los intereses de la pequeña imposición a plazo fijo que ha conseguido tener después de privarse de muchos caprichos, las cuentas de las soluciones no cuadran. Al ciudadano le van a castigar tanto si consume como si ahorra. No sé lo que dirán los expertos, pero si se frena el consumo y el ahorro, no parece que pueda reactivarse nada.
Apoyado en el mostrador de una cafetería, un cliente con aire de ejecutivo explicaba a su interlocutor sus conclusiones, que iban más allá de la simple coyuntura:
-La raíz de todo está en el sistema que nos hemos dado. Hay que ser un país muy rico para mantener dieciocho gobiernos, con sus asesores, coches oficiales y demás, dieciocho parlamentos, casi 1.900 diputados entre nacionales y autonómicos, cinco cuerpos de policía, no sé cuántas televisiones públicas. Pero no hay remedio, porque cualquier posible reforma depende de ellos y no la van a hacer.
Lo que el contribuyente más bien se pregunta es cómo, en un momento en que millones de familias están viviendo la angustia de la necesidad, podemos permitirnos regalar dinero a manos llenas a todo el mundo. Hemos perdonado a don Evo, ese que saludó al canciller de la república de España, una deuda de 70 millones de euros, y hasta los gays y lesbianas de Zimbabue han tenido su regalo, y los que habrá por ahí que uno no sabe. Como para acoger la subida de impuestos con una sonrisa en los labios.
Si hasta puede ser que resulte necesario; si hasta es posible que existan razones de ida y vuelta más allá de la pura filantropía, pero que alguien nos lo explique, aunque no sea más que para no sentirnos unos pardillos, eso sí, con palabras alejadas de la retórica de la fraternidad universal y cosas así.