miércoles, 29 de abril de 2009

Con tu cara de pena

Te encuentro cada día sentada en el suelo a la puerta del supermercado, con tu cara de pena y tu cartel lleno de faltas en el que tratas de contarnos tu actual situación. Adoptas siempre una postura recogida y un ademán desvalido que pretenden infundir compasión. Apenas levantas la mirada cuando alguien te echa unos céntimos, así que nadie sabe si sientes algún agradecimiento o es que lo ves como algo obligatorio para nuestras conciencias de anfitriones ricos. No sé tu nombre ni de qué país has venido, pero vas a permitirme que te convierta en un símbolo y que tome la parte, que eres tú, por el todo, que son los millones de personas que están aquí en las mismas circunstancias que tú.
Mira, yo creo que podría entenderte. No resulta difícil imaginar lo que debe de ser una vida sin grandes horizontes, sin un futuro que entregar a tus hijos y con la esperanza reducida a un presente perpetuo de ausencia de ilusiones y a una roedora sensación de fracaso vital. Y más cuando te han dicho que ahí, no muy lejos, todo eso puede cambiar. Así que decidiste seguir la estrella. Seguramente malvendiste lo poco que tenías o hipotecaste unos cuantos años de tu futuro en un préstamo que te anticipó quién sabe quién, y emprendiste el viaje hacia la seductora perspectiva, posiblemente sin preocuparte de ningún formalismo legal. Sólo tú sabes qué te habías imaginado. Sólo tú sabes qué grado de confianza albergabas en tus capacidades personales para sobrevivir en la nueva sociedad de acuerdo con tus expectativas. No sé cómo era tu vida antes, pero la realidad es que ahora estás aquí sentada en el suelo, al frío del tiempo y de la indiferencia, viviendo de la voluntad ajena y con una expresión en tu rostro que seguramente ni tú misma reconoces. No te extrañe que alguien te pregunte si no te merecería la pena volver a donde estabas, a tu rincón del mundo, donde podías hablar y llorar con los tuyos; a tu pueblo, donde vivías pobre pero vivías de pie.
No puedo adivinar qué piensas de nosotros ni en qué grado ni a causa de quién han fallado tus previsiones. Por lo pronto has encontrado sanidad gratuita y educación para tus hijos también gratuita; quizá estés en algún programa de integración o en algún plan de atención integral, y puede que hasta en alguno de esos organismos que se han creado especialmente para vosotros te informen de algún otro derecho que ni siquiera conoces. Pero no puedes exigir que todos tengamos la obligación de verte con el corazón rebosante de amor fraterno. A esa señora que siempre te miraba con una sonrisa amable, unos compatriotas tuyos le robaron ayer el bolso con todo lo que tenía; y ese joven que pasa ceñudo a tu lado y que a su edad todavía se ve obligado a vivir con sus padres, sabe que seguramente le costará más trabajo que a vosotros acceder a una vivienda oficial; y ese señor, que también en su día fue emigrante, te compara con su propia experiencia y no consigue encontrar nada en común.
Mira, alguien te ha echado unas monedas en tu caja; quizá hoy te alcancen para comer. Pero ¿te basta con eso?.

jueves, 23 de abril de 2009

Ese hermoso objeto llamado libro

Hace hoy 393 años, en una modesta casa del ahora llamado barrio de las Letras, el barrio literario por excelencia de Madrid, terminaba la azarosa y cansada existencia de Miguel de Cervantes, puesto ya definitivamente el pie en el estribo y echada la última mirada a esta tierra, que nunca le dio gran cosa, con la misma media sonrisa de siempre. Los caprichos del calendario actual hicieron que ese día sea también el de la muerte del otro gran visionario de lo humano, más afortunado y más distante que don Miguel, aunque no más trascendente: William Shakespeare. De ahí que las cabezas pensantes y decisorias de la cultura actual no hayan tenido que hacer demasiado esfuerzo para elegir una fecha que diese carácter definitivo y universal al Día del Libro, aunque hay que reconocer que han tardado lo suyo. Hoy, pues, es el día de los buscadores de pensamientos ajenos, de los que creen que sin imaginación no puede vivirse, de los que necesitan dar siempre otro paso en el camino del conocimiento, de todos los amantes de ese pequeño, sencillo y hermoso objeto que llamamos libro.
Existen muchas razones para acercarse a un libro; cada lector tendrá la suya en función de su propio esquema interior o de su estado de ánimo o de su bolsillo o del día que haga, pero fundamentalmente se lee por alguna de estas tres causas, o por las tres juntas: para adquirir conocimientos, por el placer de disfrutar de un goce estético o simplemente por la búsqueda de un mero entretenimiento. Ningún otro objeto es capaz de tanto.
Leer es ante todo un acto creativo, que consuma y otorga sentido a la labor del escritor. Un ejercicio continuo de imaginación, mediante el que se presta sentimiento y color a las palabras muertas de la página; en el libro, las caras, los gestos y los paisajes son como nosotros queramos que sean, no como quiera un señor de Hollywood. La lectura involucra nuestro subconsciente de tal modo que nos hace vulnerables ante el autor; de ahí que nos sintamos a gusto con los autores que comparten nuestros puntos de vista. Esas otras vidas que a todos nos gustaría vivir, ese ultramundo en el que las situaciones no son las cotidianas con su tediosa carga de planitud, la grandeza de una ficción que puede transformar una situación de ánimo proporcionando refugio y seguridad, todo eso y más se encierra en las humildes páginas de ese libro que tenemos a nuestro alcance en la biblioteca sin pedirnos nada a cambio.
Que el no lector intente hoy, aunque sólo sea en homenaje al viejo manco que hizo universales nuestras letras, tomar un libro y adentrarse en el incierto y gozoso camino de su interior. Y si me permite otro consejo, que lo haga guiado por su instinto o por la palabra de un buen amigo, no por las listas de ventas, que más bien reflejan los méritos de los técnicos de mercado, ni por los nombres de moda, que a menudo tienen más que ver con motivos extraliterarios que con la realidad de su obra. No; que no se guíe más que por sí mismo y, en todo caso, por la selección que ha hecho el tiempo: ahí tiene a los poetas y novelistas de siempre, que los hay para todos los grados y necesidades, desde la exótica aventura hasta la palabra profunda, y desde el ripio festivo hasta el hondo poema místico.
En medio de este vendaval de repertorio iconográfico en que se ha convertido la cultura actual, cuando aquel tan manoseado como falso dicho de que una imagen vale más que mil palabras se ha elevado ya a la categoría de axioma, el viejo libro continúa manteniendo su bien guardado sitio, porque su gran poder consiste en hablar, no a un sentido, sino directamente al entendimiento. Es decir, como hablan los dioses.

miércoles, 1 de abril de 2009

El debate del aborto

Vaya por delante que uno tiene como firme premisa de lo que va a escribir que la decisión de abortar es un hecho traumático y doloroso, que no se toma impunemente ni puede enterrarse en el olvido, porque en cualquier momento, ante una mirada, ante una añoranza, ante un simple paseo por un parque infantil, aparecerá con su factura. Y también que nunca caerá en la osadía de juzgarlo, no sólo porque no es nadie para ello, sino porque pertenece al ámbito más íntimo de las conciencias, allí donde prescriben todos los derechos ajenos y donde, en definitiva, se dicta la sentencia que premia o castiga nuestras acciones. Opinar sobre algo que no se ha vivido puede ser un brillante ejercicio dialéctico, pero también un atrevimiento despiadado. ¿Cómo entender cada circunstancia personal, la angustia de la indecisión previa o el desasosiego que seguramente se ha instalado en las noches y los días?
Lo que sí cabe es opinar sobre los argumentos digamos externos, esos que aducen, a veces casi como dogma de fe, tertulianos, políticos, periodistas y expertos de toda laya. Por ejemplo, uno oye decir a esa chica que hicieron ministra de Igualdad que el aborto es una ideología. Hay que ver, ministra. Debe usted hacer un esfuerzo por disimular su menguada formación. Por lo visto nadie le ha explicado que amparar bajo el manto ideológico cualquier actuación resulta inquietante. Ideología tiene el asesino del coche bomba y por ideología mataron los terroristas de los trenes y las torres. Si ideología viene de idea, resulta claro que todo lo que hacemos responde a ella.
Y oye también afirmar a una señora muy segura de sí misma que eliminando a un recién concebido no se quita ninguna vida y la pregunta es obvia: entonces ¿por qué crece el feto?. Vale, pero hay que respetar la decisión de la mayoría. Claro, pero ¿cabe decidir mediante una votación cuándo se puede considerar a alguien un ser humano?. Porque el desarrollo no tiene apartados; fluye de forma continua, y cualquier línea divisoria que se le ponga no es más que puro convencionalismo establecido a conveniencia. Pues en cualquier caso siempre ha de ser una decisión de la madre. O sea, que el padre no tiene nada que decir sobre la eliminación de su hijo.
Y además, se oye, es una medida progresista. Etimológicamente progreso significa ir hacia adelante, así que resulta difícil aplicarlo a un hecho que se practica desde la noche de los tiempos. Ya las sociedades más antiguas utilizaban hierbas y mejunjes abortivos, cuando no el expeditivo método de la aguja, así que habrá que poner en cuestión el término. En todo caso, cortar un desarrollo no es nada progresista, como no sea que se equipare a una enfermedad. Y queda por explicar cómo es posible que una chica de dieciséis años, que no puede comprarse una cerveza sin permiso de sus padres, vaya a poder abortar sin que ellos lo sepan, con lo que se les puede privar de la posibilidad de ayudarla.
El debate irá para largo, como siempre ha sido, pero al menos sepamos discernir la categoría de los argumentos. Que hay mucho sofista interesado suelto por ahí.