miércoles, 23 de noviembre de 2016

Sueño de esperanza

Otra niña de 14 años se ha convertido estos días en protagonista de la actualidad, aunque sea perdida entre la avalancha de información política que nos inunda. Es una historia de fe y esperanza a partes iguales, acaso también de ingenuidad, y desde luego de apego a la única realidad que nos es dado conocer. Una trasposición del guion de Largo retorno, aquella película tan espléndida como olvidada, con la que el cine español rompió algunos de sus clichés. Desahuciada por una enfermedad irreversible, perdida la batalla contra ella, la chica comenzó otra lucha por aferrarse a la vida, aunque fuera lejana, hipotética y desconocida. No quiso que la enterrasen sino que pidió ser criogenizada para volver al mundo cuando su enfermedad tenga cura. Ante la negativa de su padre, inició un pleito para conseguirlo, "porque creo que en el futuro pueden encontrar un remedio para mi mal y despertarme; esa es mi oportunidad", según manifestó en su escrito de reclamación. Un Alto Tribunal de Familia de Londres le dio la razón. Ahora ya se encuentra en la oscura y larga espera.
Burlar a la muerte, encontrar esa rendija inverosímil que nos permita escapar de su acción y hacer que tenga que volver a realizar su trabajo, fue el sueño imposible de todo ser racional, y de ello tenemos muestras en casi todas las civilizaciones. Detener el inevitable proceso entrópico, y aún más revertirlo, está en el deseo más íntimo del hombre, pero sólo en el deseo. Sin embargo, siempre hay alguien que ve un quizá donde jamás pudo fructificar una esperanza; alguien empeñado en dar la razón al poeta: no, la muerte no es un sueño eterno; borrad de las tumbas esa inscripción impía. En la soledad de su habitación, cuando el dolor de la despedida se volvía más insufrible que el físico, la niña quizá pensó que sólo morimos cuando nos olvidan, que si alguien puede recordarnos estaremos siempre con él, que por qué va a ser cierto que sólo los muertos no vuelven y que acaso haya una posibilidad, por remota que sea, de evitar que tras nuestra breve salida a la luz hayamos de dormir una sola y eterna noche. Y a ella se aferró.
Seguramente ninguno de nosotros sabrá nunca el desenlace final de su ilusión. Quizá la ciencia sea capaz de superar lo que ahora nos resulta insuperable y consiga que la niña regrese al punto donde quedó, aunque es difícil imaginar cómo estará su cuerpo después de permanecer quizá siglos sumergido en nitrógeno líquido a 196 grados bajo cero. Si es así, si el deseo de vivir le volviese a dar la vida, supondría un cambio radical en nuestro concepto existencial, una mirada distinta a los principios de la ética en relación con nuestra capacidad como seres humanos, un conflicto con la fe religiosa y un nuevo planteamiento de nuestras creencias sobre nuestro origen y destino, pero también una puerta abierta al infinito del tiempo al poder morir más de una vez. Y si es así, si la niña pudiera recuperar la vida que perdió, qué será de ella cuando se encuentre con un tiempo diferente, en una sociedad extraña y entre gentes y costumbres desconocidas. Cómo será su despertar, qué mundo la recibirá, quién la querrá.

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