miércoles, 28 de septiembre de 2022

Reflexión de otoño

Este mes de septiembre, a medio camino entre la nostalgia del alegre verano que se va y la aceptación resignada del invierno que se atisba, siempre nos trae un aire envuelto en olor a despedida. Mes de equinoccio, neutro en sus manifestaciones, reparto igualitario de la luz, colores moderados en sus tonos en la tierra y Libra en el cielo con sus platillos en eterno equilibrio. Mes también en que los sentimientos parecen renovarse ante lo que nos aguarda detrás de la puerta que se abre tras él. Quedan todavía algunos ecos de las últimas alegrías del verano y de las fiestas patronales más rezagadas; quedan también, todavía muy vivos, los recuerdos que nunca quisieran perderse porque seguramente ya no se repetirán, pero que acaso no lleguen hasta el siguiente verano. Se están preparando los campos para el trajín de la vendimia y para la recolecta de los frutos de sazón tardía. En el bosque, los árboles comienzan a deshacerse de las hojas caducas en la confianza de que habrá de volver la primavera. También los pájaros migratorios y los hibernantes de las cuevas y todo aquel que no quiera ver el fracaso de la luz, que se adivina próximo. Solo las setas se atreven a asomarse a la vida.
Esos tonos amarillentos que flanquean el camino del bosque y que inundan toda su mirada le traen a este paseante la imagen de lo inexorable del transcurrir de eso que llamamos tiempo, sin poder comprender en qué consiste. Las hojas han cambiado su color verde esperanza por un ocre de crepúsculo, y el silencio crea un ambiente místico, casi conventual. Será porque hoy es su cumpleaños o porque el momento es propicio para el pensamiento y la nostalgia, no puede uno evitar dejarse llevar por reflexiones que, aunque siempre las tuvo ahí, se han ido haciendo mayores con los años. Estas hojas que caen han llegado a su fin, como haremos todos. El secreto de nuestra existencia está no sólo en vivir, sino también en saber para qué se vive; encontrarle un sentido a la vida, esa sería la mayor sabiduría que podríamos alcanzar. Somos seres puestos aquí sin explicaciones ni respuestas ante realidades como el dolor, la enfermedad o la muerte. Alguien ha comparado la vida con un estrecho valle entre las áridas cimas de dos eternidades, y todos nuestros esfuerzos por ver más allá de esas cumbres son inútiles. Y al final, cuando nuestras hojas ya comienzan a caer, nos damos cuenta de que no fue más que un aprendizaje de renunciamiento progresivo, de la reducción continuada de nuestras aspiraciones, de nuestras fuerzas y de nuestras ilusiones. Solo podemos tratar de aprovechar en toda su plenitud cualquier instante de felicidad.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Tres momentos de la actualidad

Todavía colean los actos y ceremonias derivados de la muerte de la reina británica, que se prolongarán hasta que se acabe el luto oficial y que seguramente enlazarán luego con la coronación del nuevo rey. Un largo tiempo de continua excepcionalidad, en el que la vida habitual ha visto cómo se ha transformado en un hito de la historia del país. Aquellas gentes que aguardaron con gesto respetuoso y actitud paciente hasta trece horas en una cola para dar un breve adiós al ataúd, son la expresión de una emoción colectiva que solo se da en contadas ocasiones y con pocas personas. Sea por auténtico sentimiento ante la pérdida de quien durante tantos años formó parte de sus vidas, por simple curiosidad o por tener la certeza de estar viviendo un momento histórico, todos recordarán esas horas de espera como el momento en que tuvieron ocasión de asistir a un suceso trascendente. Sin embargo, visto desde fuera, la impresión que da es la de estar ante un espectáculo desmesurado: la aparatosidad que lo envuelve, una solemnidad sostenida por un protocolo rígido, el derroche de boato, la interminable despedida; tal parece que se pretendiera conseguir negarle a la muerte su triunfo como si fuese el reverso del cuadro de Brueghel.
Mientras tanto, como penoso contraste, en un bosque de Ucrania han aparecido los cuerpos de 440 personas, enterrados en fosas comunes sin más asistentes que sus asesinos y el silencio que se deriva de la soledad. No tuvieron oraciones ni ceremonia alguna de despedida; nadie dio noticia de su muerte ni de su entierro. Eran víctimas civiles, hombres, mujeres y niños a los que alguna voluntad maldita decidió exterminar porque sí, y de los que todo lo que queda es una tosca cruz de madera y unas cuantas rosas blancas en el suelo. Tampoco sus nombres podrán buscarse en los libros de Historia del futuro.
En fin, por estos lares gijoneses la noticia es que la alcaldesa se va. Su partido prefiere buscar a alguien más idóneo para presentarlo como candidato a las próximas elecciones municipales, lo que no debe de resultar muy difícil. Deja una legislatura envuelta en polémicas, ocurrencias, proyectos fallidos, rectificaciones obligadas y modales mejorables. La municipal es la instancia de poder más cercana al ciudadano y, por tanto, la más influyente y la que más afecta a su vida diaria y a su entorno, desde el bienestar social hasta la estética de su ciudad. Se avecinan tiempos de crisis y necesitamos dirigentes capaces de aunar esfuerzos al margen de sectarismos y de fijar objetivos realistas y compartidos por la mayoría. Eso esperamos.
 

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Llanto por una reina

Si algo no se les puede negar a los ingleses es su capacidad de presentar lo suyo como superior a todo y de actuar en provecho de su país sin que les importe nada lo que piensen de ellos los demás. Ahora se les ha muerto su reina y han convertido el hecho en uno de los acontecimientos del siglo. Lo han hecho muy bien; han dado una lección de unidad, de amor a sus tradiciones, de medida justa de la pompa y solemnidad, de modo que han conseguido tener a medio mundo pendiente de las pantallas empapándose del espíritu de su monarquía. Y todo con una persona nonagenaria de la que ya sólo cabía esperar lo que ha sucedido.
No sé si resulta fácil o difícil ejercer el oficio de rey, porque es profesión escasa y poco generadora de experiencias. A veces pienso que, al menos en las democracias parlamentarias, no debe de resultar muy difícil; no hay más que dejar que reine la Constitución, que es un manual de uso absolutamente seguro. Al margen de las luchas en la arena política, sin poder articular sus ideas ni expresar sus propias opiniones, y sin que le sea permitido influir con sus pensamientos en la voluntad popular, a simple vista no parece que resulte una profesión de excesiva dificultad, aunque esto no es más que una visión parcial. Más difícil debe de ser la renuncia a la vida privada, a la libertad de movimientos y de actitudes, a esconder sentimientos e incluso a sacrificarlos por razones de estado, a tener que prescindir de pequeños placeres tenidos por impropios y que son de libre disposición para los demás. Tampoco debe de resultar fácil verse continuamente bajo la mirada de todos, ni tener que estar siempre vigilante y atento para evitar enredarse en alguna de las trampas que seguramente urdirán algunos partidos para sacar algún provecho. De todo ello, según opinión unánime, hizo virtud y dio ejemplo la difunta reina.
Callada y taciturna, siempre con un mohín de fría distancia, a su muerte ha conseguido que durante varios días todos los informativos se convirtieran en monotemáticos y que el mundo entero conociera hasta el suceso más insignificante de todos los miembros de su familia. Sociólogos habrá que puedan explicarnos por qué todo grupo humano necesita periódicamente un altar donde depositar todas sus pulsiones emotivas y acaso también sus anhelos incumplidos y sus frustraciones individuales para hacerse la ilusión de que le son devueltos, si no del todo satisfechos, sí al menos en algún grado. Y quizá también puedan enseñarnos el misterioso proceso que hace que la realidad se convierte en leyenda y luego en mito, por encima de cualquier consideración pegada a la tierra. Ahora, cuando acabamos de asistir al arrebato mediático generado por la muerte de esa reina.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Tiempo de incertidumbre

Aburre hablar de política. Estamos saturados e intoxicados. Qué pereza. Pero la política se mete en nuestras vidas y las afecta queramos o no, así que no hay más remedio que convivir con ella y aceptar todas las condiciones que nos impone, entre ellas la de aguantar su desagradable cara continuamente. Lo malo es que resulta necesaria. Somos animales sociales y hemos de organizar nuestra convivencia mediante leyes aceptadas por la mayoría para no hundirnos en el caos. Hemos de hacer habitable la polis. Pero cómo.
Está en la naturaleza humana la tendencia a oscilar entre el conservadurismo y el progreso, convirtiéndolos en criterios complementarios, pero la política los ha transformado en dos conceptos antitéticos e irreconciliables, cuando de por sí no son nada el uno sin el otro. ¿Conservador? Naturalmente, porque hay muchas cosas dignas de ser conservadas y ha costado mucho tiempo y trabajo conseguirlas. ¿Progresista? Pues claro, porque el río que nos lleva no se detiene jamás. El problema semántico surge cuando se les convierte en categorías ideológicas y se les aplican valores ajenos para identificarlos con clichés prefabricados. Quizá la palabra progreso no sea fácilmente aplicable en los campos en los que la subjetividad se convierte en esencia y sustancia. Por ejemplo en el arte, que ha de ir a su aire, o en el del pensamiento, de modo que quizá solo quepa hablar de progreso en lo referido a la ciencia y la técnica. Pero cabe pensar que tal vez el verdadero progreso sea el que hace avanzar los ideales éticos, las normas morales, la convivencia y el respeto a los demás, el desarrollo interior del ser humano. O acaso, quién sabe, puede que el progreso no exista y los hechos que tomamos como tal no sean más que puntos de una misma circunferencia.
El panorama actual que nos trae la política no es muy risueño, con una crisis económica en puertas y un Gobierno débil e incapaz de fijar las prioridades de su actuación legislativa y ejecutiva; que se queda indiferente ante el desafío de una comunidad autónoma, cuyos dirigentes proclaman en plan chulesco, que no van a cumplir la sentencia de un alto tribunal.  Un Gobierno que premia a los etarras e indulta a golpistas y a defraudadores siempre que sean de su bando o le apoyen, y cuyos vaivenes en las relaciones con los vecinos del sur nos afectan a todos. Un Gobierno con un ministerio de Igualdad que dicta leyes de contenido sectario o enunciado ridículo, como esa del "solo sí es sí", y otro de Educación que deja a nuestros hijos sin apenas conocimiento de lo más valioso que tenemos: las humanidades. Por supuesto, todos se llaman progresistas.