miércoles, 25 de mayo de 2022

Las vacas de Leoncio

Me invitó a su casa después de estar un buen rato charlando delante de una botella de sidra. Había sido un encuentro puramente ocasional; no nos conocíamos de nada, pero primero un saludo de cortesía, una respuesta amable y pronto una conversación y una invitación a seguir hablando en su casa.
Al pueblo de Leoncio hay que llegar por una carretera que va bordeando prados en una sucesión continua de curvas. La casa tiene una pequeña antojana con suelo de llábanes y un porche ennegrecido donde cuelga un montón de cosas. La cocina es una mezcla práctica de tradición y puesta al día. En el viejo llar hay ahora una vitrocerámica; sobre la antigua masera un televisor; de la sardera cuelgan embutidos con etiquetas de lejanas fábricas. Duermen en el solláu su sueño definitivo el trébede y las calamiyeres de los abuelos, esperando quizá el beso de algún coleccionista que venga a despertarlos. En el techo, tanto la viga cumbrera como las tercias son hermosas piezas de roble que el visitante admira sin disimulo. Las ventanas de atrás se abren a una huerta y luego al valle, un valle largo y verde, abarcable desde la eterna querencia escondida en nosotros mismos, pero voluble y cambiante en sombras y colores. A un lado de la casa hay un maizal; al otro, la panera. En la cuadra hay tres vacas que apenas vuelven la cabeza cuando Leoncio abre la puerta.
Leoncio se levanta muy temprano, a las seis, cuando los montes comienzan a perder su olor a noche y las lechuzas retardadas sienten en sus ojos la herida de la luz primera. Baja a catar y a dar la primera ración a las vacas. Al mediodía hay que volver a llenar la cebadera con segadura y, si hay alguna vaca parida, ordeñar de nuevo. Luego, a media tarde, otra vez a segar, limpiar un poco por allí y hacer algo en la huerta. A veces, pocas, se tercia alguna que otra partida en el chigre de la carretera; otras, casi todas, sube para terminar de atender a las vacas, ordeñar y preparar algo de cena. Cuando Leoncio se acuesta aún canta en su cueva el último grillo.
Leoncio mima a sus vacas; les habla, las cepilla con cuidado, no hay vez que pase junto a ellas sin acariciarles el lomo.
-Entre las tres vienen a dar unos cuarenta litros de leche. Y luego siempre hay alguna que otra cría. Uno más o menos iba apañándose, pero ahora... Entre la subida de los piensos y de todos los costes y la amenaza de cierre de las industrias lácteas, veo muy negro el futuro. Encima, tenemos al botarate ese de ministro de Consumo haciendo campaña contra la carne y la leche. No sé, no sé...

miércoles, 18 de mayo de 2022

Noticia del universo

 La actualidad viene a ser una mezcla de noticias sin más puntos de unión entre sí que su simultaneidad. Tristes, alegres, curiosas o indiferentes, pero casi siempre las que más nos afectan porque son las más cercanas y las que más influyen en nuestra vida diaria. Las que estos días encuentra uno al abrir un periódico o en los titulares de cualquier informativo tienen en su mayoría el sonsonete de lo acostumbrado, como si el mismo guion se repitiese sin cansarse: la imparable subida de precios, la penosa lucha del Gobierno por mantenerse en el poder a cambio de lo que sea, las ocurrencias de algunas ministras, el permanente chantaje de los nacionalistas, el miedo al covid que aún nos amenaza con una nueva ola y, como triste novedad, la guerra en Ucrania y los desastres que está produciendo. Todas nos tocan; de todas nos hacen partícipes, querámoslo o no, aunque solo sea porque hemos de sufrir sus consecuencias, y en este mundo, cada vez más convertido en un patio de vecindad, todas terminan por resultarnos más o menos cercanas. Quizá por eso pasan casi inadvertidas las que se refieren literalmente a otros mundos que, pese a ser una absoluta realidad, se nos aparecen más bien como pertenecientes al terreno de la abstracción.
Un grupo de astrónomos ha confirmado lo que ya se sospechaba: que en el centro de nuestra galaxia hay un agujero negro. Está a 26.000 años luz de nosotros y tiene una masa cuatro millones de veces mayor que el sol. Los científicos dan datos sobre su morfología, lo comparan con el otro agujero negro que se conoce en otra galaxia, explican que concuerda con la teoría de la relatividad y establecen conclusiones que habrán de ayudar a los astrofísicos del futuro a comprender uno de los grandes enigmas del universo. Pero para la mayoría de nosotros eso es un lenguaje sin apenas significado. Uno prefiere hacer una lectura más próxima a sus sentimientos y más reconfortante. Ver en ello un buen pretexto para ser conscientes de la insignificancia de todo lo que nos rodea, pero también para sentirnos participes de un proceso común que se inserta en una unicidad absoluta de origen y destino. Porque somos literalmente materia estelar. Todos los pedazos de materia sólida que existen en el universo son residuos del largo proceso de formación y extinción de las estrellas hasta su conversión en agujeros negros. Este ser que vive y ama y se preocupa por el mañana de cada hoy y ese que está leyendo esto, son polvo de estrellas. Las instancias a quien poder acudir en busca de aclaraciones están ocultas, pero al menos tenemos la certeza de saber que existe un punto absoluto y común.

miércoles, 11 de mayo de 2022

Nuevos métodos, mismas barbaridades

Como todas las guerras que ha habido, esta de Ucrania también aportará alguna nueva página a los tratados que han estudiado las técnicas, los medios, las justificaciones y las diversas formas de matarse entre sí que ha practicado nuestra especie desde siempre. Aunque no sea más que por tratarse de una guerra del siglo XXI, ya añade unos cuantos capítulos a todo lo que se ha escrito y teorizado hasta ahora sobre los modos de vencer al enemigo. Esta es una guerra en la que los valores tradicionales militares han perdido brillo en favor de lo que se origina más allá del campo de batalla, en los laboratorios y en los centros de investigación y aplicación de las nuevas técnicas que han cambiado el mundo en los últimos años. Una guerra cibernética, que nos trae modos nuevos, capaces de aplicar fuerzas y desencadenar efectos también nuevos: misiles que pueden destruir una ciudad situada a 8.000 kilómetros de distancia, identificación de imágenes por inteligencia artificial, vehículos con cámaras que detectan la presencia de soldados armados, drones capaces de elegir y aniquilar con total precisión objetivos muy concretos. Los teóricos del futuro tendrán que olvidar muchos capítulos de todo lo que se ha escrito sobre el mal llamado arte de la guerra y ponerse en el lugar de quienes asistieron, por ejemplo, a la aparición de las armas de fuego.
Siempre ha sorprendido el desajuste evolutivo que se aprecia en nuestra condición de seres pensantes. Viene bien recordar las reflexiones de aquel inconformista que fue Arthur Koestler sobre la tremenda disparidad entre el crecimiento de la ciencia y la conducta ética del hombre: “Hay una diferencia impresionante entre el poder del intelecto humano aplicado al dominio del medio y su incapacidad para mantener relaciones armoniosas dentro de la familia, la nación y la especie. Hace unos 2.500 años los griegos se embarcaron en la aventura científica que nos llevó a la luna, lo que constituye una impresionante curva de crecimiento. En aquel siglo VI a. C. surgieron el taoísmo, el budismo y el confucianismo; en el siglo XX, el nazismo, el fascismo y el comunismo”. Y Bertalanffy lo apoya: “Es dudoso que los modernos métodos de guerra sean preferibles a las piedras con que los hombres de Neandertal rompían la cabeza a sus congéneres. Es evidente que las normas morales de Buda y Lao-Tsé no eran inferiores a las nuestras. En lo científico, nuestra corteza cerebral nos llevó desde el hacha de piedra a la bomba atómica, y de la mitología primitiva a la teoría cuántica”. Y en lo moral –cabe añadir- de Atila a Putin, o sea, ningún avance.

miércoles, 4 de mayo de 2022

Treinta años después

En diciembre de 1991 la URSS hizo al mundo un magnífico regalo: desaparecer. Dimitió Gorbachov y en el inmenso estado soviético comenzaron a desgajarse sus repúblicas, algunas de las cuales se declararon soberanas y otras se constituyeron en una unión poco definida y menos esperanzadora en sus resultados: la Confederación de Estados Independientes. Una de ellas, Georgia, se hundió en una guerra civil, y el resto en la indecisión. En Moscú, la vieja bandera tricolor fue izada en lo alto del Kremlim en sustitución de la roja de la hoz y el martillo, arriada en presencia del mundo entero. En Occidente lo que más preocupaba era lo que podía suceder con el enorme potencial militar del antiguo oso soviético, especialmente el arsenal nuclear, disperso por varias repúblicas. Y algo aún más grave: qué pasaría con sus científicos, que, según se decía, habían recibido sustanciosas ofertas de gobernantes extranjeros no muy recomendables.
Lo que vino después es de todos conocido y puede resumirse con palabras llanas. Más o menos esto: el experimento se había acabado. Ahora, de los dos mundos sólo quedaba el que confía en la iniciativa personal del ser humano. Los millones de muertos, el terror policial, los campos de trabajo, el dolor y la resignación de tantos, los fugitivos asesinados en el muro, los silenciados en Siberia, el gulag y el holodomor, todo para que ahora estos países se encontrasen con que llevaban 70 años de retraso respecto a los que permanecieron en la “podrida democracia burguesa”. El comunismo fue la ilusión de muchos, esperanzados porque quizá fuera posible la plasmación material de las ideas de Marx y del ortodoxo luterano Engels. Fue luego el final de millones de personas, sacrificadas en aras del dios Estado, y terminó siendo odiado por todos, excepto por los que estaban bien instalados en la nomenklatura, y por los progres, intelectualoides y figurantes de Occidente, que cantaban sus excelencias desde el sofá de su casa. Ahora no era más que una inmensa ruina.
El mayor problema con que se encontraron los supervivientes fue el de rearmarse. Nada menos que el de hallar unos sentimientos nuevos que llenasen sus inquietudes, después de que sistemáticamente se les hubieran destruido. Este rearme espiritual era la base previa para cualquier evolución de la nueva sociedad, pero no era fácil, porque por primera vez nos hallábamos ante una enorme masa totalmente desorientada y desposeída de todos sus valores, y con la acuciante necesidad de volverse hacia algo que supliera ese vacío. ¿Hacia dónde quieren llevar a Rusia los que ocupan ahora el Kremlin? No se sabe. Churchill ya la definió con una de esas frases suyas: Rusia es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma.