miércoles, 30 de mayo de 2018

La corrupción

Si nos fijamos bien, el desarrollo de los hechos del hombre a lo largo del tiempo, eso que llamamos Historia, está decisivamente influido por la corrupción, al menos desde que tenemos noticia. En todas sus innumerables formas y manifestaciones. Corrupción entendida en su concepto más ajustado: una desviación delictiva cometida por personas respetables en el desempeño de su función y violentando la confianza depositada en ellas, a cambio de alguna ventaja. Aunque estas ventajas pueden no ser tangibles, como el encubrimiento de un escándalo, la falsificación de un documento o la obtención de un cargo, lo que se asocia comúnmente a la práctica corrupta es el afán de enriquecimiento personal. No hay época ni lugar que se haya librado, porque en todas está el hombre con su ambición y su pasión por el dinero, que ya lo dijo el poeta: pues que da y quita el decoro / y quebranta cualquier fuero, / poderoso caballero... etc. En su tiempo fue frecuente la simonía, una entre mil prácticas corruptas; hoy tiene diversos nombres según el lugar donde se realice: soborno, coima, mordida, unto, cohecho, baratería, e incluso hay algún territorio en que tiene uno más concreto: el tres por ciento. En las sociedades sin libertad de prensa ni de crítica es donde la corrupción puede llegar a emular la norma que dictó el presidente Groucho en su república: "No permitiré injusticias ni juego sucio, pero si se pilla a alguien practicando la corrupción sin que yo reciba una comisión, le pondremos contra la pared y dispararemos". Podría firmarlo Bokassa, por ejemplo.
En España la corrupción es un hecho de triste actualidad por reiterado y relativamente frecuente, pero no más que la de los países de nuestro entorno. Conviene por tanto fijarla en sus justos términos. Aquí no se desliza disimuladamente una botella de whisky a las manos de un aduanero para que no te abra la maleta, como yo vi hacer como algo habitual en una frontera suramericana, ni es corriente meter un billete en el bolsillo del agente que te va a poner una multa. La corrupción no habita peligrosamente en las instancias más altas de las instituciones, ni tampoco en la calle de nuestro vivir diario. Anda más bien por las estancias medias de la economía y la política, eso sí, lejos del alcance del ciudadano de a pie. Por suerte, no es una corrupción generalizada. Además, según las sentencias que vemos, se castiga duramente, en algunos casos más que el homicidio, aunque el efecto disuasorio de la posible condena pierde fuerza ante la asombrosa falta de perspectiva que el corrupto tiene sobre su propia persona. Se cree el más listo, el más audaz, el que más hilos maneja; está convencido de que ha encontrado el modo de actuar que solo él vio hasta ahora; su inmensa vanidad y la seguridad en sí mismo, que siente acrecentarse en cada actuación, le llevan a convencerse de no haber dejado ningún cabo suelto en cuanto a impunidad se refiere. Y claro, acaba en la cárcel. Pero entretanto hace un daño terrible al país y a todos nosotros; pone en riesgo la estabilidad política, que es la base necesaria del crecimiento económico, crea un clima de pesimismo y mancha gravemente nuestra imagen. Su sitio está entre rejas, a pan y agua, después de devolver lo que se llevó.

miércoles, 23 de mayo de 2018

La casita

De decepciones y golpes a la buena fe que todos llevamos de serie se va componiendo la vida, y de sus consecuencias vamos aprendiendo y escarmentando día a día, hasta que en algún momento llegamos a la conclusión de que cuanto antes lo hagamos mejor será. Encontré a mi amigo inusualmente pensativo y con una cierta expresión de perplejidad; no sé por qué me trajo la imagen de uno de esos desengaños literarios que conducen a la melancolía. Mi amigo es votante de la hornada más reciente, un nuevo en la plaza donde se elige el producto preferido del mercado político, y quizá por eso, porque apenas vio nada todavía, aún no se lo creía.
-Nos ha dejado sin palabras. Teníamos en él la referencia de una actitud y por fin la certeza de una respuesta bien sustentada, y ahora qué. La columna era de cera y se ha derretido al primer contacto con la cálida caricia del lujo. Tanto abominar de la casta, tanto criticar a los que huyen del contacto con la calle, tanta palabrería contra los bancos y el sistema capitalista y ya ves. Todo pura hipocresía. En cuanto pudo se hizo uno de ellos.
Mi amigo fue uno de los indignados de mayo que, apenas recién salido de la adolescencia, acampó en la Puerta del Sol, convencido de que iban a cambiar el mundo. Siguió embebido de entusiasmo las arengas de aquel nuevo líder de aire transgresor, coleta larga y palabra verborreica, que transmitía un convencimiento en sus propósitos que a su vez nacía de una visible seguridad en lo que decía. El futuro comenzaría con el asalto a los cielos por parte de los hasta entonces perdedores. Mi amigo lo creyó. No había leído la sentencia de Séneca: 'la elocuencia es un veneno cuando es ella y no la verdad la que apasiona'.
-¿Has visto qué casa? No sabe uno qué le produce más rechazo, si la obscena ostentación que supone o las razones con que intentan justificarla. Qué ideología queda, si en la base del marxismo genuino están la búsqueda de los mecanismos que lleven a una sociedad sin clases y la aversión a la economía de mercado, a la burguesía y a los instrumentos del capitalismo, y todo eso ha sido machacado. Al menos he aprendido a no volver a fiarme de los políticos, sobre todo de los que más presumen de ser de izquierdas, porque los de derechas desde luego son consecuentes; no ocultan sus aspiraciones ni sus propósitos, ni jamás traicionan a su credo capitalista.
Había en su tono ese énfasis del joven que acaba de descubrir algo en lo que no había caído y que sustituye desde ahora a algunas convicciones que tenía.
-Y encima, ese ardid tramposo de preguntar a sus militantes si quieren que dimita o no, obligándolos a elegir entre lo malo y lo peor. Ni siquiera acepta juzgarse a sí mismo. Una pregunta fullera, a la que la mejor respuesta es no contestarla. Seguramente le saldrá bien y en ese caso incluso va a salir reforzado, pero ha quedado desacreditado ante la mayoría. Yo, desde luego, no le votaré más. Ni a él ni a nadie. Me he quedado sin opciones.

miércoles, 16 de mayo de 2018

El muñeco de guiñol

Uno está llegando a creer que ninguna de las maldiciones que los dioses han echado a los hombres en todos los sitios y épocas, pudo ser tan perversa como esta: estáis condenados a empeñaros en hacer lo contrario de lo que deberíais hacer para ser felices. Y en eso estamos, viendo cómo se cumple sin remedio. Esta especie de mono desnudo que se ha apoderado del planeta parece que tiene como actividad preferente la de preocuparse en hacer lo posible por no ser feliz. Su historia es la de una sucesión continua de actos para eso, para lograr no serlo, y la misma sucesión continua de propósitos para conseguirlo, con amplia derrota de esta última. O no acertamos a saber en qué consiste ser felices, o nos equivocamos en los medios para lograrlo o buscamos donde no podemos encontrarlo, el caso es que la maldición no ha dejado jamás de cumplirse.
Se podría hacer una clasificación primaria de las personas, dividiéndolas en dos grupos: las que buscan problemas y las que buscan soluciones. Pero, a pesar de su atractivo enunciado es eso, primaria, porque los que buscan problemas lo hacen casi siempre pensando que con ello consiguen soluciones, con lo cual el problema se alarga hasta el infinito. La sociedad que hemos hecho es un tejido inextricable de contradicciones, intereses, hipocresías, ambiciones y pasiones ocultas, y en virtud de ellas mentimos, fingimos y pasamos por encima de la verdad y hasta de nuestras propias convicciones. El reflejo de esto en nuestra vida privada tiene siempre un alcance limitado, e incluso puede que se compense en muchas ocasiones con actitudes nobles y sublimes, pero casi siempre son acciones individuales, porque la masa es más proclive a estímulos inmediatos que se siguen sin análisis ni crítica. No hay más que leer las consignas que se muestran en las pancartas y en los gritos; lo que más importa es que tengan una rima bien sonora.
Ahora, como casi siempre, está el mar de la actualidad algo rizado y las nubes que llegan del nordeste aparecen aborrinadas y desapacibles. En el chuflesco esperpento catalán ha surgido un nuevo personaje, un tipo con hechuras de muñeco de guiñol y lengua de alcantarilla twitera, chulesco, amenazante, insultón, desafiante, maleducado, xenófobo e ignorante, por lo menos de la Historia; con una capacidad intelectual tan escuálida como su catadura moral. El pobre meritorio elegido para hacer el triste papel de la voz de su amo. En la promesa de su actuación no se augura ninguna inclinación a la serenidad ni a la razón; sólo división, una mayor fractura entre sus conciudadanos, una clara intención de alimentar el odio y de tensar la cuerda hasta su ruptura aunque sea entre el estropicio de los suyos. Un prototipo del grupo de quienes ostentan la miserable condición de buscar problemas al margen de toda consideración, por graves consecuencias que traigan. Que siempre las traerán en el caso de que se trate de políticos, porque son los únicos que, aunque solo representen a una minoría en un pequeño rincón del mapa, pueden amargar la vida a todo el país. Gente de esa calaña es lo que menos necesita una sociedad, salvo que pretenda sufrir.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Una obra histórica

La Real Academia de la Historia acaba de hacernos un regalo digno de todo agradecimiento: nada menos que su monumental Diccionario Biográfico Español, que ahora cuelga en la red en versión electrónica a disposición gratuita de todos. Entre tanta noticia descorazonadora y deprimente con que los medios se encargan de presentarnos la actualidad diaria, da gusto leer una como esta, que viene a facilitarnos las claves fiables para el conocimiento de nosotros mismos. Un soplo de aire fresco y luminoso que nos demuestra lo que ya sabemos, aunque haya quien parezca querer hacérnoslo olvidar: que somos un país en la primera línea del saber y en el modo de fijarnos grandes empeños y conseguirlos con método y rigor.
Todo en esta obra es enorme, porque 2.500 años de historia dan para mucho y porque está pensada con afán totalizador, aún con la certeza de que siempre estará inacabada. A lo largo de veinticinco siglos desfilan las vidas de 45.000 personajes de todos los tiempos y ámbitos, ya desaparecidos, desde Argantonio, en el siglo VII a. C. hasta Íñigo, fallecido hace cuatro días. En sus biografías trabajaron 4.000 autores, y de una ojeada a sus textos se desprende que han procurado ajustarse a la vieja sentencia que dice que no está al alcance del historiador establecer la verdad histórica, sino contribuir a ella empleando el rigor. Seguramente habrá más de una voz discrepante. Por naturaleza todos los diccionarios son discutibles, y mucho más los que recopilan nombres y hechos. Habrá personajes que llamen la atención por su presencia y otros por su ausencia; habrá quien vea juicios subjetivos donde esperaba encontrar algo más acorde con su visión del biografiado; habrá quizá algunos calificativos controvertidos, semblanzas con exceso o escasez de énfasis, y afirmaciones que alguien pretenda tomar como opiniones cuando no son sino datos reales. Ya se sabe que la pasión es enemiga de la Historia, pero se sabe también que es inevitable, y más en un pueblo como el nuestro, inclinado siempre a discutirlo todo. Pero ahí está la obra, que viene a cubrir de una vez por todas un hueco importante en nuestros estudios historiográficos y a igualarnos con los pocos países que lo habían hecho. Obras así llenan de satisfacción a cualquiera que crea que la verdadera grandeza de un país se mide por el grado y la influencia de su dimensión cultural. Y sí, obras así hasta tienden a reconciliar a uno con los impuestos.
Pocos elementos hay que contribuyan tanto a vertebrar una sociedad como un pasado común. Su conocimiento, su respeto y su acercamiento a él sin resabios ni prejuicios deberían ser materia de alta consideración para todos sus ciudadanos. Esta obra, en la que tuve el honor de colaborar, constituye un enorme y completo corpus de voluntades, caracteres, inteligencias y personalidades que moldearon nuestro pasado y de los que heredamos lo que somos, con sus luces y sombras. Tener la oportunidad de conocerlos en su individualidad es, además de una gratificante posibilidad para el simple curioso, un instrumento imprescindible para quien intente penetrar con ojos de investigador en las entrañas de nuestro paso a paso como nación.

miércoles, 2 de mayo de 2018

Tribunales callejeros

Nos ha tocado vivir una época vertiginosa en la que nada tiene asiento más allá del momento. No hay día en que no nos sorprenda algún hecho inédito, no porque no hubiera sucedido nunca, sino porque no lo conocíamos. Sin darnos cuenta todo se nos ha hecho transparente, nosotros también. El techo ya no es lo único de cristal; ahora también lo son el suelo y las paredes. Las fuentes del pensamiento que tratan de moldearnos ya no son aquellas a las que más o menos se podía esquivar por sus mismas limitaciones: el ámbito social, los partidos, la Iglesia, las asociaciones de diverso carácter, ni siquiera la familia. Al menos no son las únicas. Ahora lo que configura nuestro modo de entender la realidad en que vivimos es la tecnología de la información, con su apabullante universalidad y su omnipresencia; en concreto las redes sociales, convertidas en el nuevo Sinaí donde se dictan los mandamientos que hemos de acatar y las nuevas liturgias que hemos de seguir, y ay del que intente discrepar; hay todo un catálogo de palabras escogidas para caer sobre él.
Hemos asistido estos días a algunos ejemplos. Apenas dictada la sentencia del juicio de esos cinco tarados por lo que hicieron a una chica en los sanfermines de hace dos años, salió a la calle una multitud exigiendo su justicia. La suya. Nueve años de cárcel no les pareció mucho castigo, pero es sobre todo la calificación del delito lo que estaba en los gritos y en las pancartas. Esa sutil línea llena de matices, que separa un delito de otro cercano, tan difícil siempre de discernir incluso para los profesionales, la tenían muy clara los manifestantes. Unos juristas expertos, tras estudiar durante cinco meses el video de lo sucedido y las declaraciones de los testigos, llegaron a una conclusión fundamentada en las pruebas que tenían delante. En cambio, una turba sin más conocimiento de los hechos que lo que pudieron imaginar, no necesitó ni un minuto para salir a la calle a dictar su sentencia. Pobres leyes si su aplicación se hiciera en función del sentimiento de la masa, con lo manipulable que es, y pobre justicia si quedara sometida a la influencia de las redes sociales.
Casi al mismo tiempo, las redes convertían en viral el video de una pequeña flaqueza psicológica de una política relevante, que algún ventajista sin escrúpulos guardó en su día saltándose la ley, y otro con menos escrúpulos todavía saca ahora, no precisamente con fines de ejemplaridad. Un hecho anecdótico convertido en acontecimiento nacional siete años después, el nombre de una persona exhibido para escarnio general en la nueva picota pública, y la constatación de que todos nosotros podemos estar a merced de alguna mano desconocida y malintencionada, porque a ver quién no tiene algo que ocultar en su pasado.
Vivir es más que nunca estar atento, aceptar o rechazar influencias, guardarse de las propias huellas, a veces sobresaltarse y casi siempre tratar de defenderse mediante una barrera de escepticismo. No hacer caso de la bambolla que inunda las redes. Sencillamente no dejarse llevar más que por el convencimiento derivado del criterio propio.