No sabemos hasta dónde habrá que retroceder la fecha de nuestra
aparición en este planeta, visto que todas las dadas hasta ahora por
definitivas son superadas por otras más antiguas a medida que se producen
nuevos descubrimientos. Hace algunos años aparecieron en el desierto de Djurab,
en Chad, un cráneo y restos óseos de un esqueleto de alguien que vivió hace
unos siete millones de años. Se le llamó Toumai, que en la lengua local viene a
significar esperanza de vida. Los primeros estudios indicaron que, por la disposición
de la abertura del cráneo y el análisis de de los restos del fémur, quizá se
trataba de un ser bípedo, capaz de andar como nosotros. Por esto y por otras
pruebas, y porque no se ha encontrado ningún resto de grandes primates cerca
del yacimiento, se descartó desde el principio que se tratara de uno de ellos. Sucesivas
investigaciones han ido confirmando estas conclusiones, que ahora se publican
como definitivas.
Si esto es así y Toumai era un homínido, nuestra trayectoria en
este mundo es mucho más larga de lo que creíamos. Llevamos aquí un millón de
años más de lo que pensábamos, y no cabe descartar que haya que volver a
retrasar nuestro comienzo según surjan nuevos testigos de la existencia de
alguno de nuestros parientes allá en lo más profundo del tiempo. Lo difícil es
establecer si a estos homínidos cabe aplicarles ya la condición de seres
humanos; en qué momento la evolución natural del hombre acabó con su estado de
animal sin conciencia de trascendencia; cuándo y cómo se produjo el paso del
puro instinto a la razón y de la fría indiferencia a las emociones. En qué
punto lo meramente sensorial se complementó con ese fuego indefinible que arde
en nuestro interior y nos convierte en seres únicos e irrepetibles. Ese sería
el verdadero comienzo de nuestra vida en el planeta
Mirar hacia atrás
en el tiempo nos sirve al menos para pensar que la Historia, es decir, nuestro
propio discurrir por este largo sendero que viene de la nada y se pierde en lo
más profundo del infinito, no es más que una continuada secuencia de
manifestaciones del azar. Incluso nosotros mismos quizá no seamos más que uno
de los infinitos acontecimientos probables que pueden producirse en el
universo. Porque, ni aun sumando la vida de todos los hombres que han
existido, hemos conseguido adquirir alguna certeza definitiva, por pequeña que
sea. Estamos con la misma cara de asombro y la misma amarga ignorancia ante el
gran misterio, aunque con muchísima más vanidad, que los primeros hombres que
contemplaron este mundo y tuvieron que inventarse su propia explicación.