miércoles, 29 de junio de 2022

La economía, ese misterio

Por más que lo intento he de confesar que no me siento capaz de comprender ni una sola explicación en el campo de la economía. De la gran economía, se entiende, porque la mía la puedo llevar contando con los dedos. Ya me he rendido. Siempre que sale por la tele algún experto a hablarnos de la situación económica, o sea todos los días, me quedo con la convicción de que debo de ser un perfecto ceporro, incapaz de encontrar un significado que arroje alguna luz sobre mi ignorancia. Y eso que yo creo que no me hago preguntas difíciles; más bien concretas. Por ejemplo, por qué suben los precios. Estamos al borde de una recesión, según los que saben de esto; los indicadores no son propicios; hay temor en los gobiernos y más aún en el pueblo llano, sí, pero sigue en pie la pregunta: por qué de pronto suben a la vez los precios de todos los productos y en todos los lugares; quién dicta las leyes que lo rigen; de dónde salen las decisiones que lo determinan; qué tiene que ver que Putin haya bombardeado Lisichansk con que el frutero de mi barrio haya subido el melón a cuatro euros el kilo. El experto de turno ajusta sus gafas, si es político hace las pausas que saben hacer los políticos, y nos lo explica desde su altura de economista doctorado: el comportamiento de los grupos sociales en relación con los factores monetarios está regido por sus expectativas y puede suscitar un proceso acumulativo de elevación de precios que se autoalimenta mediante diversos resortes. Diáfano y convincente. O sea, que sabe lo mismo que yo: nada. Ya lo dijo alguien: un economista es un experto que sabrá mañana por qué las cosas que predijo ayer no han sucedido hoy.
Por lo visto, la verdadera sabiduría consiste en complicarlo todo hasta que ni nosotros mismos podamos entenderlo. Cree uno que la actividad económica se basa en última instancia en vender lo que se produce y comprar lo que se necesita, pero no, qué va. Armado sólo con tan escaso bagaje no se puede ir muy lejos ni pretender lecturas que nos aclaren las cosas; ahí están esperando los guardianes del misterio en forma de sintaxis y semántica: la aplicación del término sostenible desde el sujeto hasta el último complemento circunstancial, la prima de riesgo, las criptomonedas, Keynes y Friedman, la inflación, la deflación, la estanflación y la reduflación, miren, esto sí lo entiendo: era lo que hacía el tendero de la rue del Percebe: vender kilos de ochocientos gramos. Total, que llegué a la conclusión de que lo mejor es no hacer caso a nadie. No hay quien sepa poner remedio a lo del melón.

miércoles, 22 de junio de 2022

Jaén, la callada

 
Dicen de Jaén que es la provincia menos andaluza de todas, a medias entre la seriedad castellana y la querencia meridional. Tierra de presencia humilde, sin el relumbrón de sus hermanas Granada, Córdoba o Sevilla, y sin embargo, a uno le parece la más entrañable de todas, quizá por sencilla, quizá por su capacidad para sorprender. A medida que uno deja atrás las curvas de Despeñaperros ya comienzan las retinas a acostumbrarse a una sucesión infinita de puntitos oscuros que todo lo inundan; son olivos. Dicen los que saben de esto que Jaén es la provincia de España y del mundo que más olivos tiene y más aceite produce, y cómo no va a creerlo uno si aquí no se ve otra cosa. Ni las pomaradas de Asturias, ni los encinares extremeños, ni los pinares de Guadarrama, ni los naranjales levantinos alcanzan a desbordar la mirada del viajero como lo hace este olivar. Tampoco su importancia económica, lo que tiene aún más trascendencia.
Apenas pasada Sierra Morena, en La Carolina, aún puede admirarse el resultado del ambicioso intento de solución que dieron los ilustrados de Carlos III al viejo problema de la España vacía; un recital de urbanismo avanzado: plano en cuadrícula, con calles axiales que facilitaban los movimientos y las perspectivas, plazas circulares y rectangulares sabiamente distribuidas, fachadas uniformes, con jardines delanteros, orden y racionalidad, mientras se creaban fábricas y se atraían inversiones para el relanzamiento de la actividad minera.
Muy cerca, un rótulo y un monumento alertan los escondidos recuerdos de pupitre: Las Navas de Tolosa. Y poco más allá, Bailén. Son dos de esos nombres prendidos a nuestra infancia, por lo menos a la infancia de la generación del que esto escribe, que ahora no sé. Algo deberán de tener estos campos para haber sido escenario de las dos batallas más famosas de una larga historia cargada de batallas. En el escudo de Bailén figura un cántaro agujereado como homenaje a las aguadoras, encabezadas por María Bellido, que aliviaron la sed de los soldados españoles durante la batalla en aquella tórrida mañana de julio.
Sigue el olivar infinito. Se suceden lomas y valles amplios, todo olivos. Se ve a la derecha, sobre una colina, Mengíbar, con su torreón destacando sobre el caserío. Por la vega corre el Guadalquivir como un actor indiferente a todo, sin saber que su paisaje está unido a momentos, tan lejanos como decisivos, en la vida de este viajero. Marmolejo sigue ofreciendo salud y descanso en su célebre balneario de aguas termales, el mismo en que Palacio Valdés sitúa los amores, nada sacrílegos, de la hermana San Sulpicio. Baeza y Úbeda se ofrecen como un regalo sorpresa a los viajeros desprevenidos que no esperan hallar allí dos esencias del Renacimiento español. Y al fondo, el verde intenso de la sierra de Cazorla, donde el Guadalquivir se prepara para cumplir su función de gran rey de Andalucía.

miércoles, 15 de junio de 2022

Verano caliente

Casi sin transición y sin avisos, ya tenemos otra vez ahí el verano. Si es que parece que el anterior se fue hace nada; hay que ver qué tópico más manido ese de lo rápido que pasa el tiempo y lo cierto que es. Viene con ganas; todavía no ha llegado el solsticio y ya está achicharrando la mayor parte de la península con ese calor apabullante que nos envían cada año desde tierras africanas, y así todo, su imagen inconfundible nos tiene dominados los deseos y fijadas las añoranzas. Parece traernos un ansia irresistible por absorber la vida en este paréntesis que el año nos brinda, casi como si fuera cada vez algo a estrenar. Se acumulan los pretextos para el desahogo. Mente y cuerpo nos reclaman la luz y el aire libre, como si no fueran capaces de soportar el resto del año sin una inmersión temporal en ellos. Sentimos necesidades que sólo el eterno vaivén de esta bola que nos acoge puede satisfacer, como si la mecánica celeste tuviera un corazón que comprendiera nuestros afanes. Esa es nuestra condición: la de ser pequeña mota que se tiene que dejar llevar, porque toda esa plenitud de vida que nos invade en verano, la alegría de las madrugadas tempranas y claras, la serenidad que desprenden esas tardes largas y mansas, el inquieto bullir de nuestro espíritu o el deslizamiento hacia un sentimiento de renovado optimismo que nos tiende a afectar en estos días, todo eso no es, en definitiva, más que una simple consecuencia de la inclinación del eje de
la Tierra. Menos mal que nadie tiene el poder de enderezarlo.
También la intensidad informativa parece haberse contagiado estos días del efecto del calendario. Arde la política exterior de nuestro país, sobre todo en sus flancos más sensibles, y de paso nos deja la economía tiritando, asomada al borde de una grave crisis, con una alocada subida de precios, una deuda por las nubes, una inflación descontrolada y una amenaza de escasez de energía como fruto de una inexplicable decisión con relación a uno de nuestros vecinos; este Gobierno ya ha demostrado muchas veces que es especialista en crear conflictos donde no los hay sin nada que ganar a cambio.
No está el verano para muchos despilfarros viajeros, justamente cuando más necesitábamos vivir intensamente ese tiempo de desinhibiciones y sentirnos con una actitud renovada ante el paisaje de cada mañana después de dos años de tener que imaginarlo desde casa. Pero tratemos de no pensar demasiado y ser cigarras por un momento, que ya se encargarán desde arriba todos los días de amargar el tono de nuestro canto.

miércoles, 8 de junio de 2022

Reflexión en la tarde

Estaba la tarde cargada de melancolía, con el último rayo de sol cayendo sobre el amplio paisaje de campos y colinas, que comenzaban a teñirse de un tono dorado. Era muy fácil dejarse empapar por una maravillosa sensación de serena plenitud, como si de pronto todo hubiera adquirido un sentido nuevo. Un sentimiento de infinita paz, mezclado con el de solidaridad con todo lo creado, se imponía sobre todos los demás. Un sentimiento que remitía, más que ningún otro, a la misteriosa esencia del origen de todos ellos.
Bien mirado, si nos proponemos encontrar una razón de ser de todo lo que configura la parte inmaterial del ser humano que nos resulte entendible y ajustada a la lógica, estorban los sentimientos. No se les encuentra encaje en ningún plan. Son una excepción que impide dar carpetazo al concepto de una creación igualitaria y adscrita a un propósito puramente material. Si no fuese porque tenemos sentimientos todo tendría una explicación más asumible; seríamos una especie animal más. Sólo nos distinguiríamos de las otras por un mayor desarrollo cerebral: una mayor inteligencia, mayor capacidad de memoria, instintos más desarrollados, más aptitudes creativas, pero todo dentro del reino animal. Seríamos unos ejemplares con mayores atributos intelectuales y mejor situados para la lucha por la supervivencia; nada más. Pero la presencia de sentimientos dentro de nosotros nos plantea una exigencia de explicación metafísica que no se satisface con ningún auxilio de la ley natural. Todos esos sentimientos que constituyen nuestro mundo interior, que dominan nuestra vida y nos la hacen vivir con un carácter propio, que motivan y condicionan todos nuestros actos y afectos, que nos hacen sufrir y gozar; esos sentimientos de amor, de perdón, de compasión, de frustración, de odio, de miedo, de añoranza, de agradecimiento, de vergüenza, de arrepentimiento, de culpa, de responsabilidad, de admiración, ¿por qué están únicamente en nosotros? ¿De dónde proceden? ¿Qué finalidad tienen?
Somos parte de un enigma y en él hemos de desenvolvernos a ciegas. Estamos hechos de misterios que nos impiden entender nuestra condición existencial en toda su plenitud, porque la ciencia aún no puede explicarlos y la fe solo ayuda a sus elegidos. Nuestros sentimientos son nuestro mayor tesoro. A menudo no resultan fáciles de compartir, sobre todo los más intensos, y se quedan para siempre en lo más hondo de nuestro interior, allí donde nacieron, pero cuando los buenos se proyectan hacia fuera, llevan consigo un germen de felicidad para los demás.

miércoles, 1 de junio de 2022

Muerte en la escuela

Por lejos que nos quede, nos encoge el ánimo la terrible matanza de Uvalde, un pueblo de Texas de esos en los que nunca pasa nada como no sea la vida con su cara más anónima. La noticia es de una sencillez que da escalofríos: un chico de dieciocho años entra en una escuela con un fusil y asesina a 21 personas, entre ellas a 19 niños. A pesar de la estudiada asepsia informativa con que todos los medios suelen tratar estos hechos, huyendo de planos truculentos y de cualquier asomo de contemplación morbosa, resulta difícil no imaginar el pavor que se vivió en aquella aula y la rabia, la impotencia y el dolor infinito de quienes han visto cómo sus niños eran asesinados de la forma más incomprensible. El horror tiene un asiento permanente en nuestros rincones más escondidos; es un huésped duradero de la memoria; cuesta mucho arrancarlo de allí donde se ha grabado. Solo el tiempo puede si acaso debilitar su recuerdo, pero cuesta confiar en él a tan largo plazo.
Se han hecho todos los análisis posibles, incluyendo los de salón y tertulia barata, pero no es fácil dar valor a las explicaciones que tratan de ser racionales cuando los sentimientos se encuentran afectados hasta el espanto y las consideraciones que uno puede hacerse sin gran esfuerzo indican que se trata de algo que va mucho más allá de la simple circunstancia, por atroz que sea. En Estados Unidos todo el mundo puede llevar armas. Está escrito en su Constitución y no hay forma de cambiarlo por muchas encuestas y presidentes que se muestren favorables a ello; de hecho es el país del mundo donde hay más armas en manos de particulares. Hay quien piensa que este derecho consuetudinario tiene que ver con la violencia en que se fue desarrollando el país desde su origen y que se ha ido configurando hasta constituir una poderosa organización, la Asociación Nacional del Rifle, que es hoy un potente grupo de presión y el brazo político de la industria armamentística. Lo que en nuestros desarmados países nadie puede entender es la práctica ausencia de filtros a la hora de controlar en qué manos caen. Como en otras matanzas semejantes, el autor de esta era un joven desequilibrado, aunque seguramente hay que pensar que su sociedad está tan enferma como él.
La vida es un azar en el que apostamos todos, pero esta vez las bolas las lanzaron unas malditas manos asesinas y fueron a señalar a diecinueve seres que no tenían más propósito en aquella mañana, desde sus pocos años, que el de prepararse para enfrentarse al futuro, y a otras dos que estaban allí para ayudarles a ello.