viernes, 29 de abril de 2016

La fiesta de las letras

Esta semana, un año más, la amplia cofradía de las letras en español se miró a sí misma; los lectores celebraron su fiesta y los escritores el día de su gran patrono laico, el hombre que dejó a España la herencia más preciosa que ha recibido jamás. Es la fiesta de Cervantes, claro, pero quizá no haya otro caso en el que un autor no pueda despegarse de su personaje, hasta el punto de producirse un proceso simbiótico tan evidente entre realidad y ficción. Sólo en algunas grandes creaciones de la historia la biografía del autor parece una consecuencia derivada de su obra, casi con un componente de curiosidad. En el caso de Cervantes, su criatura ha alcanzado la victoria total sobre el tiempo, que es el encantador más malandrín y difícil de vencer que todos tenemos delante. "¿Qué mágico encanto posee, pues, este libro de extraordinaria fortuna; qué virtud y qué significación, que superan su momento y pertenecen a lo eterno?", se preguntaba Alexandre Arnoux. Y añadía: "Quitad a la literatura, no sólo a la española, el Quijote, y le habréis arrebatado algo genial; cojea".
Esta suprema victoria del caballero manchego en la difícil batalla contra el tiempo, es decir, contra el olvido que todo lo termina engullendo, se sustenta sobre raíces que van más allá de las formas externas. El mero valor literario, con ser grande, no alcanzaría a conseguir la admiración de los lectores de otras lenguas, algunas sumamente alejadas de la nuestra, ni de todas las épocas, pues las traducciones modifican, los estilos cambian y las formas expresivas están sujetas a fecha de caducidad al paso de las generaciones. La permanencia del Quijote se basa, entre otras cosas, en su increíble capacidad para retratarnos hasta lo más hondo de nosotros mismos, haciéndonos a la vez partícipes del proceso seguido en la obtención de ese retrato. Para todos hay una frase, un guiño de comprensión, un trocito de espejo donde ver las propias inquietudes, casi siempre con un trazo amable y risueño. Cómo no va a ser universal. La sombra del hidalgo manchego ha cabalgado sobre los siglos cada vez más viva y más lozana, hasta convertirse en patrimonio de cualquier mente civilizada. Hoy, tantos años después, el espectro ruso o japonés de Don Quijote sigue gozando de más vida que la mayoría de los habitantes del reino de las letras. Ninguna otra figura literaria ha logrado convertirse en un arquetipo icónico tan rotundo y tan universal; resulta muy sencillo para cualquiera, sea del país que sea, repentizar la figura de Don Quijote. Pero, además, este arquetipo físico soporta un arquetipo moral tan sólido y universal como él; no en vano su nombre se ha introducido en todas las lenguas como sinónimo de alguien que lucha por las nobles causas perdidas. El idealista que todos llevamos dentro más o menos escondido se reconoce en él, aquí y en el último rincón del mundo donde haya una biblioteca.
Se ha escrito mucho sobre este libro inagotable, pero por encima de todas las interpretaciones, de las búsquedas simbólicas y de los análisis, tesis, conjeturas, estudios, teorías y suposiciones que ha desencadenado, el lector oye a su lado la palabra sosegada y amigable de Don Quijote diciéndole: sigue tu ideal, no lo traiciones. Y con esto le basta.

miércoles, 20 de abril de 2016

Cuatrocientos años

Hace ahora justamente 400 años, en una modesta casa del hoy llamado barrio de las Letras, el barrio literario por excelencia de Madrid, terminaba la azarosa y cansada existencia de Miguel de Cervantes, puesto ya definitivamente el pie en el estribo y echada la última mirada a esta tierra, que nunca le había dado gran cosa, al menos a corto plazo. Era el fin de un viaje repleto de destinos inalcanzados. Había visto transcurrir muchos paisajes y vivido muchas desesperanzas, había digerido muchos sinsabores y le habían robado los cinco años más prometedores de su juventud, sepultados en una mazmorra en tierra de infieles. Y ahora se despedía con la misma media sonrisa de siempre y con ese decir tan suyo que nos dejó en el escrito de su adiós. Los caprichos del calendario actual hicieron que ese día sea también el de la muerte del otro gran visionario de lo humano, más afortunado y más distante que don Miguel, aunque no más trascendente: William Shakespeare.
De Cervantes se han hecho tantos estudios e investigaciones desde aquella primera biografía de Mayans, que se sabe ya casi todo, aunque queden aun algunas etapas de su vida en penumbra y a pesar de que periódicamente aparece alguna teoría estrafalaria que trata de apropiarse de su figura. Es sin duda el español que más trabajos ha generado sobre su persona y su obra, al que más monumentos se han levantado y el que tiene su nombre en más organismos, centros, instituciones y lugares públicos. El hombre que ha hecho a España el mayor regalo de toda su Historia. Las labores de investigación han llegado a perfilar casi totalmente su imagen biográfica, pero es en su obra donde se halla su verdadero retrato. En ella vemos a un hombre de mirada benévola y comprensiva hacia las debilidades humanas, cargado de una ironía sutil y un humorismo que le permite relativizar lo trascendente hasta ponerlo a escala humana. Su mayor fijación, presente en todas sus obras, es la defensa de la libertad, que en algunas, como en la Numancia, alcanza carácter de argumento único; es el conjuro de quien se ha visto privado injustamente de ella y quiere advertir a los que no la valoran. Y todo con esa prosa suya tan característica, cercana, precisa, graciosamente descuidada, pero intensa en matices y siempre alejada de extremos conceptistas y culteranos.
Cervantes fue venerado por Sterne, Goethe, Flaubert, Dostowevsky, Kafka, Melville, Freud, Kundera y tantos más. Hace unos años su Don Quijote fue elegida como la mejor novela de todos los tiempos por los cien escritores más destacados del mundo, a gran distancia de la segunda. En su ensayo en el que compara los hallazgos de la Física con la obra cervantina, Simon Jenkins, exdirector del Times nos aporta una clave: "Einstein era un genio, pero si no hubiera existido, la ciencia lo habría terminado inventando; su teoría estaba en el horizonte, esperando que la descubriera el primer genio que pasara por allí. No ocurre lo mismo con Cervantes. Se preguntó: ¿Dónde está el hombre? Atrapó el valor, el amor, la lealtad, la mortificación, los comprimió a escala humana y contó una historia que nadie más habría podido contar. Si Cervantes no hubiera existido el tapiz europeo tendría un agujero".

miércoles, 13 de abril de 2016

Incapaces de entenderse

El tiempo político tiene su propio ritmo, que no marcan los astros, qué más quisiéramos, sino las ambiciones de quienes se sienten sus protagonistas. Es a veces tan frenético que nos desconcierta, y otras lento y sin preocupaciones de paso, como si los instantes fueran horas y los días semanas. Ahora estamos en una de esas etapas en las que parece que el dogma que lo rige es el de que la prisa es mala consejera. Cuatro señores son incapaces de entenderse después de estar cuatro meses reuniéndose y hablando, supongo que con buena disposición, pero con escasa capacidad de convicción, a lo que se ve. ¿Tan estrecho es el filtro que cada uno establece para no permitir el paso de ninguna idea ajena? ¿Tan difícil resulta encontrar entre todos un camino, al margen de la propiedad que atraviese, que tenga como única meta el progreso de España? ¿Tan heroico es lanzar la mirada a lo lejos?
Entre egos individuales, antipatías personales, la cerrazón obsesiva de alguno y la posición extremista de otros, hemos perdido un tiempo irrecuperable en declaraciones, promesas, dimes, diretes y rencillas de colegio. Es decir, en incertidumbre, en inactividad, en nada. Frente a la necesidad de no interrumpir la recuperación económica ni de ofrecer al mundo una nueva imagen del feroz individualismo que nos ataca cíclicamente y que es uno de nuestros genios maléficos familiares, la clase política vuelve a mostrar su falta de grandeza, y así, ante el olvido casi absoluto de la nación y entre afanes de poder, intereses sectarios y actitudes chulescas, cuando no groseras, al ciudadano le da la sensación de que su voto, lo único que tiene, ha sido en vano. Seguramente observará a cada uno para cuando se lo pidan otra vez.
Y al fondo, todos nosotros. Un país que había encaminado su recuperación tras la crisis a costa de dolorosos esfuerzos, a cuestas con sus problemas estructurales y coyunturales, pero con un futuro lleno de posibilidades, varado en un tiempo muerto. Esperando a que cuatro personas, a las que han elegido para ello, se despojen de sus ideas a ras de suelo y alcancen una altura de miras que permita de una vez trabajar sin reservas por ella. ¿Tan hondas son las diferencias que las separan, que no puede vencerlas el afán del bien común? Cómo se echa de menos el viejo concepto de patriotismo.
Seguramente los profesionales de la política podrán mirarnos con cierta condescendencia a los que opinamos sin serlo. Sin duda desde dentro se aprecia una complejidad que a los demás se nos escapa, pero es una complejidad creada por ellos mismos. La devaluación de la clase política en la opinión ciudadana viene de una percepción que nadie parece querer demostrar que sea falsa: confiamos a los políticos la solución de nuestros problemas, y resulta que ellos mismos se convierten en un problema más. Al problema del enfermo hay que agregar el de los médicos, que discuten sobre la marca del bisturí. Será todo tan complejo como se diga, habrá factores condicionantes y hasta de carácter determinista, pero nadie puede evitar que nos hagamos una pregunta resignada y dolorida: ¿por qué siempre es tan complicada la política en esta vieja y entrañable nación que se llama España?

miércoles, 6 de abril de 2016

Querido libro

De las pocas líneas que quedan en el cuaderno donde uno anotaba sus certezas, una de las que se mantienen con la misma nitidez de siempre es la que señala la deuda permanente e impagable que ha contraído con los libros. Hurgando allá donde se acumulan los recuerdos, siempre termino encontrando que una gran parte de los mejores momentos de mi vida están ligados a ellos. A su lectura, al gozo de su adquisición, a la emoción de un descubrimiento, a la ilusión de un regalo, a su presencia. Y al silencio de una noche enganchado a sus páginas, a la soledad de una tarde de lluvia, a la demostración de afecto de una dedicatoria, al olor de una biblioteca. También a los años de estudio, a los tiempos de pupitre y exámenes, en los que algunos se convertían en simples instrumentos necesarios y circunstanciales. Pero siempre el libro. Con mis preferencias cambiantes a lo largo de los años y mis devociones según las épocas, pero eterno acompañante de tantos momentos, con esa imagen suya tan familiar que se ha hecho parte de mi mundo. El vendaval tecnológico que nos afecta, con sus inevitables ramalazos iconoclastas, ha propuesto el fin de esa imagen y su sustitución por una de sus elaboradas manifestaciones; naturalmente no faltaron quienes enseguida le pusieron un nombre que sonase a inglés: 'ebook'.
El libro electrónico ofrece indudables ventajas, la principal de ellas su capacidad de almacenamiento, con el consiguiente ahorro de espacio. Claro que habría que hablar de en qué consiste para cada uno la seducción de lo invisible; hay quien presume de llevar mil libros virtuales en su aparato y quien prefiere tener la compañía de mil libros en sus estantes. En realidad, todo se reduce a la consideración que se haga del libro como un simple texto o como un objeto diferenciado. Si se tiene como un simple texto a leer, sin nada que importe al margen de él, no hay duda de que puede resultar práctico, sobre todo en circunstancias concretas, por ejemplo en los viajes.
Pero hay otros que pensamos que leer un libro es mucho más que leer un texto. Es participar de un objeto único en toda su plenitud. Un objeto con sus caracteres sensoriales, su olor, sus cualidades táctiles, su posibilidad de ofrecer una enorme belleza externa en su portada, en su diseño, en su tipografía, hasta en su tipo de papel, e incluso de alcanzar un alto valor material en función de su rareza o de la calidad de su edición. Y por encima de todo está el hecho mismo de su presencia. Cada libro tiene su propia historia. Han llegado a nosotros a lo largo de nuestra vida, cada uno en un momento determinado; muchos de ellos encarnan un recuerdo concreto o fueron un regalo ilusionado; algunos tienen una dedicatoria ya irrepetible; todos juntos conforman ese ambiente de sosegado afán que sólo puede encontrarse en una biblioteca.
Ya sabemos que lo que da sentido a un libro es su lectura y que lo importante son sus palabras, estén sobre lo que estén escritas, pero algunos creemos que también tienen su vida particular y un aura mágica individual que jamás tendrá una máquina. Cómo imaginar que el libro de papel pueda ser sustituido alguna vez por un artilugio electrónico.