miércoles, 16 de noviembre de 2016

Ahora va de verdad, señor Trump

La ha armado buena, señor Trump, saliéndose con la suya. Se empeñó en entrar en la Casa Blanca y seguramente estará ahora pellizcándose para comprobar que todo lo que le ocurre no es fruto de algún delirio febril en una noche de luna llena; que es real, y que es su nombre el que está en el centro de todo. Al contrario que a su antecesor, a usted nadie le esperaba, así que algo ya tiene; la ventaja de que nadie le espere a uno es que no se defrauda a nadie. Con todo lo que ha armado, a poco que haga va a resultar una grata sorpresa, porque lo que la mayor parte del mundo espera de usted es justamente que no cumpla sus promesas electorales, es decir, que será mejor presidente si no hace lo que puso en su programa. Original sí que es. Al menos por aquí ninguno de nuestros políticos quiere identificarse con usted; todos ponen buena distancia, al menos en palabras. Luego resulta que, en cuanto a insultos, sofismas y amenazas, algunos son casi idénticos, solo que andan por el otro extremo.
El suyo es un fenómeno curioso. Parte usted del rincón de la trastienda del aprecio, allí donde la estima recibe todos los golpes que se le quieran dar por parte de quienes ignoran que con eso, en algunos caracteres como el suyo, se hacen más fuertes. Han dicho de usted que es una estridencia, que sólo capitalizó la ira, que es un peligro mundial, que le votaron por venganza, que miente para generar polémica; le han llamado en todos los idiomas populista, demagogo, xenófobo, racista, ignorante y cosas personales peores; han criticado a su mujer y a sus negocios; se han burlado de su pelo y de sus gestos. En las calles de varias ciudades, cientos de manifestantes reafirman su concepto de la democracia destrozando todo lo que encuentran entre gritos de que no le aceptan como presidente. Se lo ha buscado, es verdad, pero no, no ha empezado bien. Luego, a lo mejor termina siendo un buen presidente, quién sabe. Cosas parecidas dijeron los analistas más conspicuos tras la elección de Reagan, por ejemplo, y después tuvieron que echar silencio sobre sus agudos vaticinios al ver que acabó siendo tenido por uno de los mejores presidentes de su país.
Desde luego, si algo habrá que reconocerle en lo sucesivo es su capacidad para establecer como ideología la de no tener ideología. Sobre la abstracción de las grandes ideas ha plantado la concreción de las sencillas, esas que casi todo el mundo entiende. Esas que han prendido entre tantos como están hartos de la globalización, del mundialismo, de la inmigración, de la tiranía del buenismo, de la ideología de género, del feminismo radical, hartos de los que parecen tener como único objetivo que vivamos en un continuo temor y de quienes pretenden hacernos culpables de todos los males del planeta.
El caso es que ahora está usted atrapado en su propia palabrería. Sabe que la mayoría de sus promesas no tienen ninguna posibilidad de convertirse en realidad. Cómo va a salir de ese callejón sin dejar en él muchos jirones de su credibilidad y del valor de su palabra, es uno de los aspectos de su actuación por el que todos estamos más expectantes. De momento solo es una preocupación para casi todo el mundo.

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