miércoles, 28 de septiembre de 2011

Al sol del otoño

Ahora que se sospecha que algo que se llama neutrinos son capaces de correr a mayor velocidad que la luz, a la física le ha salido un quebradero de cabeza que la tiene sumida en un estado de perplejidad. Los neutrinos pertenecen al mundo subatómico y tienen una masa tan insignificante que están en el borde de poder ser considerados materia, pero parece que son más veloces que la luz, que no lo es. Si esto se confirma, dicen lo que de esto saben que las leyes conocidas quedarían trastocadas y que incluso cabe atreverse a contemplar posibilidades hasta ahora inimaginables, como la inversión del tiempo o la existencia de nuevas dimensiones. La física es la depositaria de casi todas las verdades absolutas que tenemos. Una de ellas era que nada en el universo puede alcanzar mayor velocidad que la luz. Si la famosa ecuación de Einstein, después de tantas comprobaciones empíricas como ha resistido, estuviera equivocada, casi podría tomarse como una confirmación extramuros del propio enunciado que expresa: todo, hasta la teoría de la relatividad, es relativo; nada es absoluto.
La Tierra, que alberga en su seno todos los misterios y nos abruma con el desconcierto cada vez que logramos arrancarle alguno, anda ahora por zona de equinoccio mostrándonos los mismos de siempre, que, sin embargo, nos siguen pareciendo recién descubiertos. Otoño. Revolotear de alas migratorias, berrea de ciervos y aquelarre de brujas. Por el camino que se adentra en el bosque, convertido ahora en un misterio de colores, el ánimo predispuesto se siente desprevenido ante el acoso de la nostalgia, como si las hojas que caen hiciera cada una de ellas una herida en lo más hondo de los delicados tejidos en que envolvemos nuestros recuerdos. Sabemos que el presente no puede existir, porque sólo es un punto infinitésimo de paso, y que el futuro no es más que un supuesto, así que sólo tenemos el pasado, es decir, los recuerdos. Qué tendrán que se nos hacen tan necesarios como el aire. No podemos vivir de ellos, pero tampoco sin ellos, porque siempre terminan haciéndose parte de nosotros mismos, aunque sepamos que al final acabarán siendo deshechos por el tiempo. Y sin embargo, no podemos evitar plantar cara con todos nuestros escasos recursos a la injusticia de ver cómo se nos quita lo que se nos dio. Nos rebelamos frente al eterno fluir. Tratamos de detener los fragmentos del tiempo y no nos paramos a pensar que quizá la mejor manera de vencerlo es echarse en sus brazos y que haga con nosotros lo que quiera. Cuando las hojas amarillean caen al suelo mansamente, sin golpear la tierra que las va a destruir. ¿Tendrán neutrinos los átomos de las hojas muertas?
Pero en definitiva todos somos residuos del gran proceso estelar. Polvo de estrellas. Las instancias a quien poder referirse están muy altas y, miren, eso tiene algo de paradoja reconfortante, porque es la unicidad absoluta de nuestro origen y de nuestro destino. Al menos tenemos la certeza de saber que existe un punto absoluto y común.
Algo melancólico y grave me he puesto. Debe de ser que hoy es mi cumpleaños

martes, 6 de septiembre de 2011

La esquina de María

Frente a la magnitud de las cifras económicas con que nos atiborran cada día, y que nadie entiende, se imponen las humildes cuentas de nuestra economía familiar, infinitamente más importantes que aquéllas. Que hablen los sesudos expertos con su lenguaje incomprensible, que sigan con su jerga críptica sobre la tal Moody's, diferenciales de deuda, calificaciones de riesgo, fortalezas financieras intrínsecas, riesgo país y cosas así, que los sencillos números de sumas y restas que hemos de echar para tratar de llegar a fin de mes son mucho más trascendentales y mil veces más inquietantes. A la hormiga le preocupa más la pequeña piedra que le obstruye el camino que la imponente montaña que se alza al fondo. La verdadera dimensión de la crisis no se encuentra en el parqué de las bolsas ni en la frenética agitación de banqueros y ministros de Finanzas, sino en las esquinas de las páginas de sucesos, allí donde la preocupación general se condensa en lo personal y se convierte en drama. Miles de dramas anónimos que hace ya tiempo que dejaron de ser noticia; personas con su desesperación a cuestas, que no importan a nadie, salvo al banco que los desahució, a la cocina de beneficencia que les da de comer algo, y quizá a los familiares, si no están en su misma situación.
María tiene 68 años y seis nietos. Tenía también un piso, con el que avaló en su día la hipoteca de un hijo. El hijo perdió su empleo, no pudo pagar la hipoteca y les quitaron la casa a los dos. Ahora se prostituye para poder vivir. A ocho euros el servicio, que también aquí la competencia es dura y no hay más remedio que hacer rebajas frente a cuerpos más apetecibles y más profesionales. Ella, una mujer de valores tradicionales, dedicada a los suyos y con una vida hasta entonces encuadrada en la bendita normalidad de los pequeños problemas de cada día. Su amor de madre no pudo evitarlo, y su deseo de dar a su hijo una vida al menos como la de ella terminó en la ruina de ambos. Sobre todo, con su vida en ruinas. Una calle céntrica, una esquina cualquiera, soportando todas las miradas que examinan con expresión burlona, acusadora, despectiva o misericordiosa lo único que le queda para vender. Su familia no lo sabe, y quizá esa sea una angustia añadida, la del momento de ver si encuentra comprensión para su humillación. Los ministros europeos salen de otra de sus reuniones hablando de que "la rebaja del rating hace necesaria una reestructuración de la deuda porque la dinámica del mercado va a terminar llevando a un default".
Nadie podía preverlo hace tan sólo unos pocos años, cuando creíamos que una sociedad tan bien fundamentada como la nuestra tiende por su propio impulso a ir hacia adelante. No contábamos con el infinito afán de riqueza de los ricos, la incompetencia de los políticos o la deshumanizada aplicación de las leyes a los débiles. Los culpables no existen; los que sufren sus consecuencias sí, y cada vez en mayor número. El caso de María lo ha publicado la prensa nacional, así que todavía tiene categoría de noticia. Lo triste es pensar que quizá dentro de poco ya deje de serlo.