domingo, 21 de junio de 2009

Europa

En el proceso de construcción europea es evidente que se ha torcido el camino marcado por los padres de la idea -Schuman, Monet y otros, como Ortega o Madariaga-, que partían del asentamiento del concepto cultural para llegar luego a la unión económica y política. Frente a nuestros complejos actuales, no perdían de vista la evidencia de que lo europeo tiene una proyección histórica que alcanza en mayor o menor medida a la totalidad de la humanidad, porque nada hay tan fluido como el pensamiento, sobre todo cuando va sustentado por una realidad capaz de crear ventajas materiales. La cultura europea, su concepción ontológica, sus referencias morales, su ciencia, han influido de modo tan determinante en el quehacer histórico que resulta difícil no encontrar su eco, por débil que sea, en el rincón más apartado de la vida cotidiana de todos los pueblos. Bien están el euríbor y el europarlamento, pero, por encima de todo, Europa es poseedora de unos activos inmateriales que actúan de aglomerante de sus pueblos en mayor medida que todos los organismos políticos. Son conceptos nacidos y desarrollados aquí y luego aceptados por el resto del mundo como signo máximo de civilización. Europa es la idea de democracia, la declaración de los Derechos del Hombre, el juramento hipocrático, el habeas corpus, los juegos de Olimpia, la Lógica, el humanismo, la polifonía, la duda metódica, la teoría de la relatividad, la primera vuelta al mundo. Y eso a pesar de los fanatismos, las tiranías, los progroms y las hogueras. Si no se cultiva esa idea de sentimiento común, que nadie se extrañe de la indiferencia ante las urnas.

jueves, 11 de junio de 2009

Los norteamericanos

No me gusta, en general, nada de los norteamericanos. Ni su literatura clásica, con la única excepción del loco Poe, ni mucho menos la de ahora, esa plaga de autores clónicos que acaparan las librerías con sus best sellers cíclicos: los King, Sheldon, Cook, Higgins y demás. Tampoco me hace vibrar casi nada de su música, salvo alguna de sus viejas piezas ligadas a la tierra y teñidas de una ingenua espiritualidad. En el mundo del arte admiro más su limpio afán investigador que su creación artística, hueca y recurrente en su mayoría, por mucho que digan algunos. Me molesta su visión metonímica de la vida y del mundo, en la que la parte es tomada con toda naturalidad por el todo. Me resulta inaceptable su escasez de criterios honestos a la hora de enjuiciar sus acciones y compararlas con las mismas que hicieron los demás; véase aquí el caso de la conquista de su famoso Oeste. Me desagrada su desdén hacia todo aquello que respire fuera de sus fronteras y que algunos todavía se sorprendan cuando se enteran de que la historia de la humanidad no comenzó con el Mayflower. Ni siquiera me gustan, qué le voy a hacer, la coca-cola y las hamburguesas.
Pero hay algo que les envidio sin reparos y sin que me cause ningún sonrojo reconocerlo: ese patriotismo firme, que puede parecer latente, nunca perdido, y que se manifiesta con fuerza gigante en los momentos decisivos. Patriotismo que no es nada parecido a la sensiblería, como a veces afirman los que no lo tienen, sino un impulso interior que te lleva a sentirte identificado con los que viven bajo tu mismo techo. Un volver la vista hacia ese ámbito natural del hombre que constituye su patria, para encontrar en lo que ella significa la fuerza y el motivo necesarios. Un olvidarse realmente de todo lo que puede separar para proclamar solamente aquello que une, siempre sobre la fuerte base de unos sentimientos comunes. Un dar testimonio, quizá inconsciente, de ese e pluribus unum que se lee en su escudo. En esas circunstancias los símbolos se vuelven imprescindibles, y de ahí la proliferación de banderas y de canciones emblemáticas, que en estos pagos europeos, y más aún en los españoles, pueden sorprender a tantos. Los más progres lo despachan con el calificativo de infantilismo, vaya por Dios, pero no reparan en que acaso de ahí, de sus poco más de dos siglos de vida, proceda ese vigor juvenil que les nutre en las adversidades y les fortalece la voluntad de rehacerse pase lo que pase y mirando siempre la causa mayor.
Entre ese e pluribus unum, de varios uno, y el ex uno plures, que algunos retrógrados predican por aquí, uno no puede menos que volver sus ojos hacia ellos y mirar con respeto ese ondear de la misma bandera por todos los lugares, que para todos representa lo mismo y que todos sienten necesidad de ver. Con respeto y, ya lo dije, con envidia.