miércoles, 5 de julio de 2023

La generación superior

Da la impresión de que nuestra generación está camino de creerse que su pensamiento y sus formas de actuación son algo inédito en el tiempo. Es como si estuviera convencida de que su presencia y su comportamiento constituyen, por un lado, la culminación de un largo proceso que abarca al menos los dos últimos siglos, y por otro, el origen de una nueva era que ella misma se está esforzando en engendrar. No se tiende a considerar la teoría cíclica de la evolución histórica, apisonada por las evidencias únicas y novedosas que creemos ver en torno nuestro como espectadores privilegiados.
Quizá otras generaciones hayan tenido la misma sensación con razones estimables para sentir lo mismo, pero no parece haber sido nunca tan evidente como en esta. Una revolución tecnológica y científica de alcance impredecible y consecuencias más impredecibles todavía, la proclamación exaltada de los derechos del hombre incluso en dimensiones hasta ahora nunca tocadas, el alejamiento de los valores religiosos, con una dependencia del dogma cada vez más debilitada, y el hecho de que muchos se empeñen en mirar por encima del hombro a casi toda la Historia o, cuando menos, a toda la Historia desde el fin del Renacimiento, hacen que consideremos nuestro tiempo con una mirada cargada de prepotente superioridad, con la convicción de que hemos conseguido lo que ninguna generación ha logrado en millones de años. Resulta que ahora nos creemos capaces de alterar el clima, como si este planeta no hubiera estado en un continuo cambio climático desde que se formó; de modificar el sexo a nuestro capricho; de alterar cualquier paradigma impuesto por la naturaleza. Y no. Nos lo creemos, pero no. Veremos que anida en esta soberbia babélica un germen de decepción que habrá de aflorar irremediablemente  en su momento.
No puede evitarse. Y quizá tampoco fuera bueno, porque la autoestima y la presunción exagerada son rasgos de juventud y cabe esperar de ellos vitalidad y empuje. Pero no cabe negarse a ver que todas las generaciones fueron jóvenes y se consideraron a sí mismas origen y fin, consecuencia de los defectos anteriores y saco de todas las desgracias históricas, pero, a la vez, punto de partida inmejorable para una situación futura distinta. Esto es tan inevitable que es lo que hace que la Historia sea variación, cambio, movimiento, proceso continuo. Es vano afirmar la superioridad de ninguna generación sobre las demás, y menos cuando aún no han llegado las que pueden juzgarla, porque cada una es, en sí misma, un trozo esencial, irremediable e intransferible del devenir de la humanidad.

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