Con su media sonrisa irónica y la mirada chispeante de quien
acostumbra a reírse de sí mismo, fue un notario surrealista de la sociedad que
le rodeaba y de la que nos dejó unos retratos deformados por su imaginación,
pero entrañables hasta la estimación absoluta y amables hasta la simpatía incondicional.
Francisco Ibáñez fue ese genio que tan sólo con un lápiz, y desde luego con su
trabajo inagotable, supo hacernos la vida más agradable llevándonos a su mundo inventado.
Todos, al menos en mi generación, recordamos aquellas idas al quiosco para ver
si había salido el "Pulgarcito" y gastarnos en él las escasas pesetas
que teníamos para leer sobre todo las aventuras de aquellos dos esforzados
héroes de la TIA. Después vinieron otros, hasta crear un universo de personajes
delirantes, pero, fíjense, pegados a su manera a la realidad en cuanto reflejan
las pasiones, ambiciones y anhelos que a todos nos tocan. Es un mundo de pícaros
y tramposos en medio de situaciones extravagantes y acciones aún más estrambóticas,
pero siempre con el efecto inevitable de arrancarnos una carcajada: un par de
agentes secretos desastrosos trabajando con un científico majareta, dos operarios
chapuceros que todo lo que tocan lo convierten en catástrofe, un jovenzuelo
gamberro haciendo de las suyas en la oficina, una comunidad de vecinos a cual
más estrafalario, vividores de ocasión y gentes de la calle de cualquier oficio
y condición, porque el espacio salido de su lápiz es un espacio sin límites y
un campo de acción sin constreñir por los muros que alzan la lógica y la
verosimilitud. Un mundo infinito donde todo tiene cabida.
En las historietas de Ibáñez el texto es importante, desde luego,
pero es preciso fijarse sobre todo en el dibujo, y más aún en los que aparecen
por las esquinas casi como complemento del tema central, pequeños detalles de
tinte anecdótico que alcanzan la misma fuerza expresiva que los protagonistas. A
veces la sátira más aguda tiene su reflejo más gracioso en estos rincones.
Los sesudos jurados de los premios rimbombantes no han querido
reconocer, don Francisco, que lo suyo es un verdadero arte, mucho más que algún
otro que sí han premiado, al menos porque ha hecho más felices a más personas
sin perder las características de toda creación artística que merezca tal
nombre. Yo le confieso que siento envidia de su don. En un mundo en el que
nunca faltan los tiranos de turno empeñados en arrancar lágrimas de dolor a
tanta gente, usted ha esparcido sonrisas a millones de personas. Ya lo creo que
es para envidiar.
1 comentario:
Es un trozo de mi vida،imborrable e irrepetible....tantos diálogos surrealistas aún grabados a fuego en mi cabeza.....ese super,esa Ofelia,ese Bacterio,ese zapatófono,esos chichones,esas contraseñas,y ese bloque se pisos delirante conformado gran parte de los recuerdos de una infancia màs feliz gracias a él.Y gracias a usted por el homenaje
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