miércoles, 12 de julio de 2023

Crónicas viajeras: Bomarzo

Los Orsini fueron una de esas familias de la Italia del Renacimiento que dieron forma y fama a su época y a su solar. Eran romanos y güelfos, es decir, decididos partidarios de que el papa fuera algo más que un conductor de conciencias. Fue, además, una familia de largo y variado espectro; en ella hubo cardenales, condotieros, buscacamas, envenenadores, almirantes y hasta dos o tres papas, como familia influyente que era. Sin embargo, el que el visitante de hoy recuerda es un Orsini medio enano, cojo y jorobado, de cara triste y gesto huidizo, que llevaba como una piedra atada al alma el continuo contraste que causaba su persona en una corte de belleza. Se llamaba Pier Francesco, Vicino para los suyos, y era duque y algo poeta, y se había casado con una de las mujeres más hermosas y de más noble familia de Roma, Julia Farnese, aunque esto poco importa.
Los fantasmas que Vicino sintió aletear en lo más hondo de sí mismo durante toda su vida jamás supieron de piedad ni hicieron nunca el menor ademán de buscar otro acomodo, hasta que decidió liberarse de ellos encerrándolos en un bosque en el que permanecieran inmóviles para siempre. El Bosque Sagrado de Pier Francesco Orsini se halla cerca de Bomarzo, entre la campiña latina y el cielo injusto, que lo mira con sonrisa de sol. Al Bosque Sagrado lo llaman las guías y las gentes el Parque de los Monstruos, con lo cual demuestran lo poco que entendieron a Vicino.
El conjunto se extiende sin ningún esquema previo, sin más punto de unión que la búsqueda de lo fantástico y su contraste con la naturaleza circundante. El ojo siempre tropezará, de modo aparentemente fortuito, con un elemento sorprendente, apoyado en una idea artística lejana o anacrónica. La piedra se convierte en una manifestación figurativa totalmente inusual en el arte italiano, tan equilibrado siempre, tan cercano a la inclinación natural del hombre hacia lo bello. Monstruos gigantescos que te miran desde la espesura, dragones, elefantes en lucha, mujeres deformes, leones, el oso de los Orsini, la Gran Máscara, con sus ojos vacíos y su espantosa boca abierta hacia la estancia de su interior, que alude claramente la antesala del infierno, la casa inclinada, una fuente oblicua, el templete pseudodórico dedicado a Julia Farnese. Cuando Vicino levantaba esto, se estaban construyendo El Escorial y la basílica del Vaticano. Hay obras que no son más que una instalación mental a la que se dota de tres dimensiones, y ya se sabe que la variedad de las mentes es uno de los grandes atributos humanos.
Es ya casi de noche cuando este visitante emprende el regreso a Roma. En el Bosque Sagrado ya no quedan turistas, y uno siente que los horarios siempre impidan contemplar las cosas en el tiempo más propicio. Las sombras se quedan solitarias, sin nadie que las pueda ver, ahora que llega su momento, porque al sol los ojos vacíos de la Gran Máscara casi parecían tener mirada. Quién los viera ahora para atemorizarse con ellos. El viajero, a cambio, piensa en Vicino y en la definición que bien pudo hacer de sí mismo: "pobre monstruo de Bomarzo, pobre monstruo pequeño, ansioso de amor y de gloria, pobre hombre triste".

 



No hay comentarios: