miércoles, 26 de enero de 2022

Sonidos de guerra

Por si faltaba algo a este tiempo de sobresaltos, ahora asoma la guerra por una esquina de Europa. Se ha abierto el segundo sello del apocalipsis y el jinete color sangre se dispone a cabalgar, esta vez ahí al lado. En realidad nunca ha dejado de hacerlo. Si hay algún empeño constante y permanente en la acción humana a lo largo de toda su existencia es el de hacer la guerra. Por mucho que retrocedamos hasta la oscuridad de una cueva paleolítica, en lo más profundo de la historia, no encontramos ni un solo momento en que la humanidad haya logrado vivir en paz de forma absoluta; siempre, en algún punto del mapa, habría dos grupos humanos intentando eliminarse entre sí a base de abrirse la cabeza mutuamente. Es posible que tengan razón los que creen que la humanidad necesita de vez en cuando una especie de autorregulación para evitar su colapso, algo así como la acción de algún agente que controle un crecimiento desmedido que afectaría a su supervivencia; esa sería la acción de las epidemias, las catástrofes naturales o las guerras. Sombría teoría, que las convierte en inevitables.
El conflicto de Ucrania seguramente tiene complejas motivaciones y dará lugar a infinitas interpretaciones de todo tipo por parte de analistas rigurosos, de opinadores de tertulia y de los sedicentes expertos que supeditan cualquier juicio a su ideología. Más importante, por sus consecuencias para todos nosotros, serán las reacciones que desencadene en los ámbitos políticos y su traducción en acciones militares, pero en definitiva se nos presenta como un episodio más de la continua aspiración rusa a considerar como propios a quienes solo quieren ser tenidos como vecinos, y eso por imperativo natural, sin que nunca hayan importado mucho los modos ni las consecuencias. Más que por los límites geográficos, siempre movibles e inestables, el inmenso imperio se vertebró siempre mediante fronteras espirituales, al margen de la ideología del régimen que mandase. Viendo la trayectoria de Rusia puede decirse que sólo ha tenido dos gobernantes: el tirano correspondiente y el vodka. Este pueblo melancólico, hospitalario, sumiso, poético, tradicional y reverencioso, que no ha conocido ni una hora de democracia desde que apareció en la Historia, es quizás el que tiene una visión más relativista de las razones del sufrimiento humano. De ahí que los amos de turno puedan actuar con total seguridad, al menos de fronteras para dentro. Lo que ocurre es que el tablero mundial ya no es el mismo y los intereses que siempre fueron locales se han convertido en universales. Y con los intereses, los conflictos.

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