Fue un domingo de sofá y de morderse las uñas ante el televisor,
sobre todo en la última hora del partido de tenis que nos llegaba desde
Australia. Era uno de esos acontecimientos que vemos de vez en cuando, capaces
de concentrar la atención y las miradas de todo un país, y que únicamente el
deporte es capaz de ofrecer. Solo la épica visible a través de un esfuerzo que
se nos hace evidente puede erizar nuestras emociones porque se nos vuelve
comprensible. En ese momento el héroe es de los nuestros en toda su plenitud;
su sufrimiento, su tensión, su decepción por la mala jugada y su alegría por la
buena, la rabia contenida y su cansancio son los nuestros. Lo son también el
fracaso y la apoteosis del triunfo. Es como si una pequeña parte alícuota nos
tocara a todos, hasta el punto de que a menudo el éxito deportivo aparece
asociado al honor patrio.
Uno no entiende gran cosa de tenis, pero sí guarda entre sus
recuerdos, allá en los años de su adolescencia, la emoción de todo un país
cuando Santana levantó la copa tras vencer en la final a un tal Ralston en un
lugar de Inglaterra llamado Wimbledon, del que pocos habían oído hablar. Y
luego las dos noches en blanco ante el televisor viendo las finales de la Copa
Davis en Australia, en las que nada se pudo hacer. De pronto todo el país supo
de este deporte, hasta entonces solo visto en el cine, y comenzaron a
proliferar las pistas, las raquetas y los aspirantes a conseguir algo más que
lucir su blanco uniforme con el escudo de un club. Bien mirado, sorprende que
un deporte de una sencillez casi infantil, que en esencia consiste en tirar una
pelota a otro para que se la devuelva, llegue a levantar tantas pasiones en
todo el mundo y a mover una inmensa cantidad de intereses económicos. Es su
estética, o la sencillez de sus normas, o la emoción inherente a toda lucha
individual, o la posibilidad de ver golpes prodigiosos que nos muestran hasta
dónde llega la capacidad del ser humano de generar respuestas mediante actos reflejos, o
todo junto. O más bien, como en este caso, la aparición de una figura que
encarne esa referencia heroica que toda sociedad necesita y en la que poder
depositar el orgullo de pertenencia a la misma comunidad nacional.
El triunfo de Nadal en Australia fue glosado y analizado en todos
sus aspectos, pero curiosamente donde menos se incidió en general fue en el
deportivo. La persona se impuso al tenista. Se destaca mucho más su fuerza
mental, su capacidad de e concentración, la entrega total hasta el último
momento, pero también la corrección, las
buenas maneras y la ausencia de estridencias, tan frecuentes en otros. Quizá
esto sea lo más importante.
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