miércoles, 16 de octubre de 2019

La sentencia

De todo lo que rodea a la sentencia contra el golpismo catalán, lo que más extraña es que algunos se extrañen de ella. ¿Qué pensaban, que podían salir como si todo hubiera sido la inocente ocurrencia de una alegre chufla pandillera? ¿De verdad creyeron que podían ganar? ¿Ninguno de los doce se paró a pensar que no hay estado en el mundo que no trate de defenderse de quien intente destruirlo? Mira uno esas caras tratando de poner en sus ojos la mayor dosis de asepsia, y ve en ellas una mezcla de absurda autosuficiencia, una gallardía engañosa que nace solamente de la compañía del rebaño, en algunos una expresión disimulada de "qué hemos hecho", y en todos una mirada de héroe desorientado que no entiende la incomprensión de aquellos a los que quiere salvar. Irán a la cárcel con la sorpresa de que el buen propósito no triunfa y con la sensación de injusticia hacia quien ha luchado por un sublime ideal. Pobrecitos; el ruin mundo nunca es generoso con los que se sacrifican por un noble sueño redentor. A uno, que se confiesa un absoluto profano en la cosa jurídica, le parece muy difusa la línea fronteriza entre sedición, insumisión, rebelión, malversación y sus parientes, así que supone que la sentencia también ha de resultar compleja y difícil de contentar a todos. Lo que sí tiene claro es que todo ello tenía como último fin la ruptura de nuestro país y un cambio traumático en su historia; no es de extrañar que a algunos pueda parecerles más liviana de lo que desearían.
Todo en este episodio parece diseñado por algún guionista de serie B: un propósito tambaleante entre el ahora y el más tarde, una planificación sin objetivos troncales que alcanzar de forma inmediata, una ejecución chapucera y unos protagonistas que abarcan todos los prototipos de un manual para conseguir fracasar. Están primero los ilusos, esos que, confiados en la adhesión de las masas y en la promesa de apoyo por parte de ocultas fuerzas, salieron a pecho descubierto y se llevaron todas las tortas; ahora en la cárcel tendrán tiempo de pensar sobre ello. Están también los teóricos, tanto del plan como de la ejecución, caminando en equilibrio sobre el alambre, siempre bordeando la línea entre la libertad y el banquillo de un tribunal; son los nadadores entre dos aguas, que casi siempre salen bien parados de todos los trances. Y están luego los cobardes, los que torean desde el tendido y ordenan desde allí arrimarse al toro. Los más despreciables son los que huyeron ante la llegada de la justicia, abandonando a los suyos; ni siquiera saben lo que es la dignidad.
Pobre Cataluña, tan desacreditada y tan perjudicada con esta gente. Una vez más es ese jugador que siempre pierde, no porque tenga mala suerte, sino porque es un mal jugador; solo hará falta que se coloquen detrás de él a observar cómo juega; verán que no acierta ni una, según dejó escrito con amarga desilusión uno de los suyos. Cuenta Borrow que en un viaje en barco coincidió con unos catalanes que no pararon de hablar ni un momento, y añade: "Estas gentes no se marean nunca, aunque con frecuencia producen o aumentan el mareo de los demás". No sabía él hasta qué punto.

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