
Todo en este asunto del cambio climático parece una masa confusa de buenas intenciones, realidad científica, afirmaciones falsas, oscuros intereses, propósitos inconfesables y ribetes de espectáculo mediático. Esa niña, afectada de un trastorno neurológico y mal orientada, es un instrumento más al servicio de una causa de noble aspecto y dudoso contenido, que, tras el efecto producido por esta exhibición histriónica y sentimentaloide, quedará arrumbado en el olvido, como los demás. Desde luego, hay un hecho indiscutible: el cambio climático existe; se está comprobando día a día. Y hay otro tan incontestable como ese: que se ha estado produciendo siempre. Desde el momento de su creación la Tierra ha sufrido etapas sucesivas de glaciaciones y calentamientos, y ahora estamos en uno de estos. Conocemos, y hasta les pusimos nombre, todos los períodos glaciales, seguidos de épocas cálidas. Hay constancia, por ejemplo, de que en otro tiempo el actual desierto del Sahara estaba cubierto de bosques y sabanas, y se espera que vuelva a ser verde dentro de unos 15.000 años. Los expertos achacan esta oscilación climática a varias causas, como las variaciones orbitales del planeta o la modificación de la inclinación del eje de la Tierra, que varía cíclicamente con un período de unos 25.000 años.
O sea, que aunque cerrásemos todas las industrias, aunque volviéramos a las carabelas y cambiáramos los coches por diligencias y los aviones por parapentes, el cambio climático seguiría su curso sin inmutarse, porque es inherente al planeta. Por supuesto que hemos de luchar por cuidar la casa que nos acoge procurando conservar su paisaje y mantener limpios su aire y sus aguas, pero ella misma se mueve por leyes que no está en nuestra mano modificar. No nos demos tanta importancia. El cambio climático existe, pero ni lo hemos producido nosotros ni lo podemos detener. Solo no empeorarlo.
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