miércoles, 9 de octubre de 2019

El viaje más largo

Si tuviera ocasión de charlar con algún personaje anónimo del pasado, de esos que vivieron su vida oscuramente al lado de algún protagonista de la Historia compartiendo todas sus desgracias y ninguna migaja de su gloria, seguramente elegiría a uno de los dieciocho marineros que volvieron a España después de dar la primera vuelta al mundo. En pocas vidas podría encontrar tanta cantidad de experiencias, ni tan intensas, ni tan singulares, ni tan arriesgadas. Le pediría que me dijera qué recursos se esconden en nuestro interior para salir indemnes de situaciones ni siquiera imaginadas. Cómo es convivir sintiendo la presencia continua de la muerte rondando alrededor, el dolor, la sed y el hambre, la convivencia en un pequeño receptáculo en medio de la inmensa soledad, el perenne temor a lo desconocido, la desesperanza de cada día ante el perpetuo horizonte vacío e infinito, la sensación de divisar tierra; no, esto seguramente no podría explicármelo. Aquellos hombres habían recorrido durante tres años mares de los que nada se sabía, habían cruzado primero el océano Atlántico, luego el inmenso y desconocido Pacífico y después el Índico, todo en un mismo periplo, y al final habían rodeado por primera vez el planeta.
La crónica de este primer viaje alrededor del mundo es la de una epopeya absoluta que deja pequeños a todos los relatos de viajes conocidos, incluyendo el homérico. Fue sin duda el viaje más duro del que tenemos conocimiento; una hazaña casi increíble, en la que no falta ningún ingrediente posible. Primero el descontento de algunos y la rebelión, luego la incertidumbre de hallar el paso hacia el gran océano y la terrible travesía del estrecho hasta salir al gran mar desconocido. Durante esta infinita travesía del Pacífico, el inacabable horizonte parecía presagiar el fin. El serrín y el cuero ablandado en agua de mar eran el único menú diario; una rata se convertía en un manjar muy caro; el agua era tan repelente que había que taparse la nariz mientras la bebían para no tener que olerla; el escorbuto y la desnutrición se erigieron en terribles compañeros habituales. Continuamente arrojaban muertos al mar. Es difícil imaginar tanto sufrimiento o, en el caso del nuevo capitán, Elcano, tanta voluntad y empeño en seguir adelante por la nueva ruta a partir de las Molucas. Ahora no podían tomar tierra por temor a ser apresados por los portugueses. Al final, la "Victoria", con 18 sobrevivientes, espectros esqueléticos, llegó a Sanlúcar. Las crónicas cuentan que la noticia de la hazaña recorrió Europa como un reguero de pólvora, causando asombro y admiración general. La Tierra era redonda. Se habían acabado todas las discusiones.
El siempre comedido y nunca muy generoso con nuestras cosas Stefan Zweig, escribe en su biografía de Magallanes al narrar la singladura en solitario de la “Victoria”, ya con Elcano al mando tras la muerte de aquél: “Este viaje de retorno del gastado y envejecido velero, que ha cumplido un viaje ininterrumpido de dos años y medio de duración a través de la mitad del globo, cuenta entre las más grandes acciones heroicas de la navegación”. Ahora se cumplen quinientos años y a uno le parece que todo lo que se haga por conmemorarlo es poco.

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