
La crónica de este primer viaje alrededor del mundo es la de una epopeya absoluta que deja pequeños a todos los relatos de viajes conocidos, incluyendo el homérico. Fue sin duda el viaje más duro del que tenemos conocimiento; una hazaña casi increíble, en la que no falta ningún ingrediente posible. Primero el descontento de algunos y la rebelión, luego la incertidumbre de hallar el paso hacia el gran océano y la terrible travesía del estrecho hasta salir al gran mar desconocido. Durante esta infinita travesía del Pacífico, el inacabable horizonte parecía presagiar el fin. El serrín y el cuero ablandado en agua de mar eran el único menú diario; una rata se convertía en un manjar muy caro; el agua era tan repelente que había que taparse la nariz mientras la bebían para no tener que olerla; el escorbuto y la desnutrición se erigieron en terribles compañeros habituales. Continuamente arrojaban muertos al mar. Es difícil imaginar tanto sufrimiento o, en el caso del nuevo capitán, Elcano, tanta voluntad y empeño en seguir adelante por la nueva ruta a partir de las Molucas. Ahora no podían tomar tierra por temor a ser apresados por los portugueses. Al final, la "Victoria", con 18 sobrevivientes, espectros esqueléticos, llegó a Sanlúcar. Las crónicas cuentan que la noticia de la hazaña recorrió Europa como un reguero de pólvora, causando asombro y admiración general. La Tierra era redonda. Se habían acabado todas las discusiones.
El siempre comedido y nunca muy generoso con nuestras cosas Stefan Zweig, escribe en su biografía de Magallanes al narrar la singladura en solitario de la “Victoria”, ya con Elcano al mando tras la muerte de aquél: “Este viaje de retorno del gastado y envejecido velero, que ha cumplido un viaje ininterrumpido de dos años y medio de duración a través de la mitad del globo, cuenta entre las más grandes acciones heroicas de la navegación”. Ahora se cumplen quinientos años y a uno le parece que todo lo que se haga por conmemorarlo es poco.
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