miércoles, 2 de enero de 2019

Nuevo año

Y sin querer, nos damos cuenta de que ya estamos en otro año, así, casi a traición, que esto del tiempo ni avisa ni tiene remedio. Nos toca hacer un alto, por breve que sea, y mirar a nuestro alrededor en un ejercicio ritual que apenas sirve para otra cosa que para comprobar que ni el mundo ni nosotros damos muchos pasos en el camino de la perfección, aunque nos consuele saber que poco podemos hacer fuera de nuestro pequeño alcance. Otra cosa es nuestro balance personal, ese repaso interior que en diferente medida todos sentimos necesidad de hacer para examinar el estado de las cuentas de nuestra vida. Los propósitos hechos a uno mismo en el enero anterior y seguramente quebrados antes de febrero; las promesas nacidas de la mejor intención e incumplidas, como casi todas las promesas, con la intención de volver a hacerlas; la determinación firmemente tomada de cambiar aquello que hay que cambiar para dar un giro a las normas de nuestra vida; todo eso que constituyen los peldaños en los que pretendemos apoyar los pasos de nuestro progreso personal, examinado ahora en su estado y renovado una vez más. Así nos marcan los años, que por algo son medidas de ciclo natural y nos arrastran consigo en su girar. Ahí no cabe la disculpa de nuestra impotencia.
El 2018 se va sin gran duelo, como todos, con pocos motivos para echarlo de menos. Será que somos muy exigentes con nuestro bienestar y cada vez toleramos peor las adversidades que nos brinda el hecho de vivir en este planeta. Por ahí fuera hemos visto las habituales embestidas de la naturaleza, que trajeron miles de muertes y desgracias sin fin: volcanes, tsunamis, terremotos, inundaciones, casi todo en el mismo sitio. Hemos asistido también a la reedición de un fenómeno tan antiguo como el hombre: el de una inmensa riada de personas emigrando en busca de un sitio donde poder comer; lo llamativo es que desde las escrupulosas conciencias de la progresía se echa la responsabilidad a los países que los acogen en vez de a los gobiernos de los suyos. Se han dado las protestas de siempre en muchos lugares, y las politiquerías y habituales juegos a varias bandas en todos.
Aquí hemos tenido un inesperado cambio en la Moncloa, forzando al límite las líneas de la lógica, que ha dado lugar a un gobierno que vive cobijado bajo una carpa de retales de diversos colores, con el temor continuo de que un desgarrón lo deje a la intemperie. Ha surgido un nuevo líder en la oposición, se ha registrado un cambio en Andalucía que parecía imposible, por la banda de estribor ha aparecido un nuevo partido en el que se ven reflejados muchos ciudadanos, y continuamos con la torrada catalana y el infinito cansancio que produce.
Y a todo esto, el año entra con sol, un sol tímido, como si supiera que está fuera de lugar. Aún no ha llegado la nieve a las montañas. Ni siquiera el frío, que este invierno se hace de rogar. El frío es buen alimento de introspecciones y melancolías, quizá por eso callan los pájaros y se ocultan las flores. Quizá por eso también son frías las celdas de los monasterios y las tierras de todos los pueblos de alma quebrada por una eterna nostalgia. En fin, voy a ser original: feliz Año Nuevo.


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