miércoles, 9 de enero de 2019

En los confines de nuestro mundo

Durante millones de años la humanidad vivió convencida de que la Tierra era el centro del universo. Luego nos dimos cuenta de que no, de que era ella la que se movía en torno al Sol, y entonces estuvimos seguros de que éste y los cuerpos que se veían junto a él ocupaban el lugar principal del cielo. Era nuestra casa en la inmensa bóveda que teníamos sobre nuestras cabezas y, por supuesto, todo giraba a su alrededor. La Creación se resumía en ella. Las ansias de comprensión de lo desconocido y del profundo misterio que rodeaba nuestra existencia se reducían a una minoría y sus respuestas se basaban más en especulaciones intuitivas que evidencias empíricas, pero terminaron descubriéndonos la realidad: que ocupamos un sitio importante solo porque es nuestro. Que nuestra Tierra no es más que un planeta pequeño, que gira en torno a una estrella mediana, que gira a su vez perdida en el extremo de una modesta galaxia, que rueda también por el espacio a una velocidad inimaginable junto a millones de otras galaxias mayores que ella. 
Pero para nosotros el Sistema Solar viene a ser el universo entero. Lo conocemos, dentro de lo que cabe, estamos familiarizados con los nombres de sus ocho planetas y sus satélites, con los planetoides y asteroides que lo componen y con los cometas que lo cruzan. Hemos podido llegar con nuestra técnica a todos sus planetas mayores y a otros lugares más remotos, e incluso puede cabernos la esperanza de ocupar con nuestra presencia física algunos de ellos, aquellos a los que la distancia y sus condiciones físicas lo permitan, pero sabemos que jamás podremos salir de él. Y sabemos también que no hay en él más vida que la nuestra, al menos pluricelular. Ahora, en la noche de este fin de año, la sonda "New Horizons" ha llegado a sus confines, a un asteroide situado a 6.600 millones de kilómetros de la Tierra. Se llama Ultima Thule y es un insignificante pedrusco rocoso en forma de ocho, de unos 35 kilómetros de largo y 15 de ancho. Las fotografías que envió muestran una superficie rugosa e irregular, aunque más interesantes serán sin duda los datos que no se ven: cómo será el frío a 6.600 millones de kilómetros del Sol, ¿habrá día y noche?, ¿qué tiene en común con nosotros ese pequeño hermano nuestro, hijo de la misma explosión solar? La sonda, después de pasar a su lado y enviarnos casi mil imágenes, siguió su camino hacia el espacio sin fin; más allá solo encontrará la inmensidad del vacío y la negrura de la nada.
Buscar explicaciones a una realidad incomprensible es sin duda la vocación del ser humano. Convertir el mito en una incógnita susceptible de ser objeto de estudio por parte de la razón fue quizás el mayor paso de su historia. Entre el primer hombre que miró el cielo estrellado y se preguntó por primera vez de dónde procedía todo aquello, y los que han diseñado la sonda que nos envía fotografías de Ultima Thule ha pasado apenas un instante en el reloj cósmico, es cierto, pero lo limitado no puede abarcar lo ilimitado. Es posible que quedemos para siempre a la puerta del misterio. Uno se conforma con admirar a esos científicos que tratan de desentrañar el enigma del origen de lo que nos rodea y de conocer hasta el último rincón de nuestro Sistema Solar, en el borde mismo de la infinitud.

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