miércoles, 9 de agosto de 2017

Tiempo de fiestas

Vaya uno por donde vaya en estas fechas, por cualquiera de los caminos de España y hacia cualquier destino que elija, se va a encontrar con una fiesta. Apenas hay lugar, por apartado que parezca, que no celebre a su modo el día de su santo protector, que en realidad toma forma de pretexto para ir durante unos días contra corriente de lo establecido por la rutina del resto del año. Si el viajero no tiene demasiada prisa y es amigo de compartir buenos momentos con cualquiera, hará bien en detenerse y mezclarse en el ambiente; seguro que no será mal recibido.
Ahora el mundo viene a ser una casa global y el acontecer universal ha engullido al particular, pero hasta no hace mucho la historia de nuestros pueblos era casi exclusivamente la de sus fiestas. El ciclo anual lo marcaban los pequeños sucesos cotidianos y alcanzaba su punto máximo el día de su santo patrono, fecha esperada como ninguna y culminación de un trabajo ilusionado durante los doce meses anteriores. Fiesta mayor, misa solemne, procesión, cohetes, romería, concursos, caballitos, tómbolas, puestos de tiro, olor a fritura y profesionales del descuido, de todos los descuidos. El elemento fundamental de la fiesta era la orquesta, que introducía el baile, y con él la posibilidad de proyectar algunos sentimientos inhibidos que ahora podían tener la ocasión de expresarse, incluso con algún roce físico. En el prado del pueblo se manifestaban aquel día, sin estridencias, los afanes lúdicos de unos mayores que podían, por unos momentos, rehacer los instantes de una juventud perdida y alterar un presente con escasas variantes; de unos jóvenes que se sentían protagonistas y sostenedores de la tradición, y de unos niños para quienes la sorpresa era un objetivo muy sencillo de alcanzar. Y al final, con el adiós del último feriante y la tristeza del espacio vacío en la amanecida, el paseo de la nostalgia por el prado silencioso, en el que tan solo quedaban los rectángulos de hierba verde que dejaron las tómbolas.
La fiesta forma parte de nuestra de nuestra instalación cultural como causa y argumento de infinidad de manifestaciones artísticas de todas las épocas. Como verbena, romería, encierro, danza, juego o en cualquiera de sus caras, se encuentra en la música, la pintura y la literatura, muchas veces con obras maestras. Pero no es esta categoría la que se cuenta entre sus fines, sino la de estar dentro de nosotros y ser parte de nuestra trayectoria individual como referencia de algunos de los momentos más gratificantes de nuestra vida. De aquellos en que por primera vez hicimos tantas cosas, de transgresiones toleradas, de caricias furtivas, de ilusiones de juventud, de promesas y deseos cumplidos a los sones de aquella música que siempre parecía sonar únicamente para acompañar el estado de ánimo de cada uno.
Vibran los pueblos con sus fiestas en este tiempo de verano. Hay quien prefiere las más humildes, las de pradera y bombillas de colores, porque el disfrute es más auténtico que en las que se estructuran desde arriba. Ya se sabe que lo difícil no es organizar una fiesta, sino asegurar la alegría. Pues en ambos casos eso en España se sabe hacer muy bien.

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