miércoles, 16 de agosto de 2017

El antiturismo

A unos cuantos individuos de mollera revisable, cortos en número pero largos en daño, les molestan los turistas que vienen a pasar sus vacaciones entre nosotros, y lo hacen ver públicamente pintarrajeando las paredes con mensajes insultantes e imperativos, como si fueran ellos los dueños de la ciudad. Tantos recursos empleados, tanto esfuerzo de imaginación, tanta inversión y tantas campañas para conseguir lo que ahora somos, una de las primeras potencias turísticas del mundo, y ahora unos majaderos con un spray pretenden echarlo todo por tierra. Son los profesionales del contra todo. Otro más de esos grupos, tan abundantes últimamente, que viven entre fobias perpetuas y, lo que es peor, tratan de trasmitírnoslas a los demás. Les come un odio indiscriminado hacia todo lo que suene a unidad, consenso social, éxito nacional, fomento de lazos de unión, a todo eso.
A estos tipos seguramente habrá de parecerles absurda la idea de millones de personas de que el paraíso está siempre en otra parte, que es algo así como el lema de todo viajero de voluntad libre. El viaje interior puede llevarnos por caminos sin polvo ni fatiga hacia el mundo que queramos plantearnos, sin tener que usar palabras de saludo ni de despedida; al fin y al cabo, del viaje alrededor de nuestro cuarto nunca se regresa. Pero muchas veces la exigencia se vuelve sensorial, y la necesidad de anular o de confirmar nuestro escepticismo acerca de lo imaginado, o simplemente nuestras limitaciones para vislumbrar caminos de plenitud interior, nos impulsa a ponernos en marcha en busca de lo intuido. Frente a la especie del Homo sedens se alza la del Homo girovagus. Es lo que yace en el fondo de todo buen turista.
Para el país que lo recibe, el turismo es una enorme fuente de ingresos, una industria limpia y sostenible que supone la creación de millones de empleos y, en nuestro caso, el 16 por ciento de la riqueza que producimos. Para el viajero curioso, ese que cifra siempre los resultados de su viaje en el grado de disfrute interior conseguido más que en la comodidad, salir de viaje es salir a buscar emociones, que es en definitiva el afán del hombre. Incluso cuando se ejerce de turista por simple moda o por el afán de no ser menos que el vecino, se viaja para poder vivir momentos novedosos, distintos a los cotidianos, pero siempre con la esperanza de que esos momentos resulten de una intensidad gratificante, o al menos interesante desde cualquier punto de vista.
Si el turismo llega a convertirse en un problema por una excesiva masificación, algo que realmente puede suceder aunque solo en puntos muy concretos, habrá que buscar soluciones desde arriba mediante una actuación bien estudiada, que puede incluir leyes restrictivas contra los turistas indeseables, campañas de promoción de nuevos espacios o medidas que disminuyan la concentración temporal. Desde luego, no dejarlo en manos de unos radicales insultones, que dan una imagen de todos nosotros que nada tiene que ver con la realidad de un país de tradición acogedora y hospitalaria. Respetemos al turista, que ya lo tratan bastante mal en algunos restaurantes y bares, con sus precios o sus camareros de gesto avinagrado.

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