miércoles, 3 de mayo de 2017

El club de los políticos originales

No se acaba nunca el tiempo de los políticos originales, a medio camino entre salvapatrias y elegidos. No hay forma de que se agoten en su propia esterilidad, porque siempre surgen otros nuevos con ímpetu parecido. Los políticos originales tienen a gala adueñarse de la ultramodernidad y andar siempre dos años luz por delante del resto de los vulgares mortales, ufanos ellos, asombrados de sus propias ideas, cuyo excelso brillo no les permite ver que la ultramodernidad suele ser un atajo de regreso hacia la caverna. En este país nuestro, tan viejo y tan de vuelta de todo, se dejan ver a menudo, especialmente cuando no sienten una posibilidad cercana de conseguir sus planes, como si dedicaran todo su esfuerzo a demostrar aquello de la vaca, que cuando no tiene que hacer espanta moscas con el rabo. Más que partidarios de la política como servicio al bien común, lo son de la política-espectáculo. Su originalidad suele rozar con lo grotesco, y su pretendida llamada de atención a la sociedad termina invariablemente en un silencio de indiferencia.
Quizá nos habíamos acostumbrado a años de cierta normalidad, pero el caso es que de pronto parecen haberse cruzado no sé qué líneas del devenir y por todas partes aparecen a la vez tipos originales que preludian otro horizonte. Algunos, como el coreano, dan miedo; otros, como Trump o los populistas europeos, inquietud; otros, como los del enredo británico, curiosidad; y otros, como Maduro, risa por él y pena por quienes lo sufren. El abanico es amplio, y los aderezos con que se adornan, comunes: verdades y mentiras a medias, promesas que halagan cualquier oído, sofismas, demagogia, populismo.
Los hay también algo más vulgares, como si la imaginación del autor no fuera precisamente un potro desbocado. Aquí hay uno, por ejemplo, que anda por ahí con un autobús pintado con caras de gentes que no le gustan, exhibiéndolas como el trofeo de algún lance justiciero; en realidad, este es el partido de las actuaciones originales, según puede verse en su curriculum, y eso que no es muy largo. Hay también por ahí una chica, representante de uno de esos partidillos al que nuestro sistema proporcional le da una representatividad desproporcionada, que predica que tener hijos en pareja origina una lógica perversa y que su crianza ha de ser cosa de la tribu. Y luego están los que pretenden romper lo que ha estado unido desde que tenemos conciencia de habitar esta península y que nos hacen pensar que si España tuviera la suerte de no tener partidos nacionalistas sería realmente un espléndido país, más aun de lo que es. Tiene problemas que resolver, entre ellos el de limpiar muchos despachos, pero sí, sería un gran país. Cuenta con todas las circunstancias para ello: no tiene ningún conflicto grave que la agobie, ha alcanzado una esperanzadora situación económica, le ampara un magnífico pasado cultural y artístico, y sus gentes han evolucionado con naturalidad y sin traumas hacia ideas y prácticas nuevas de libertad y tolerancia. Pero le han brotado en algunos rincones de su casa los enanos de la división, esos que se sienten más importantes siendo cabeza de ratón que parte del león, y ahí están, con su eterno victimismo, sus tergiversaciones históricas y su odio enfermizo hacia todo lo español. Esa es su originalidad.

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