miércoles, 17 de mayo de 2017

Falta de explicaciones

Cualquier acción política, y más si es de carácter ejecutivo, debería acompañarse de una cierta labor pedagógica que la explique, la justifique y la haga aceptable por los ciudadanos, que son los que van a vivir sus consecuencias. Si se entienden los motivos siempre será más asumible cualquier norma, por dura que sea; si se exponen las razones puede que hasta encontremos en ella un fondo de lógica, por extraña que nos haya parecido. Explicar no es adoctrinar, como parecen entender los gobiernos, temerosos de ser tachados de imponer su ideología. Buena parte de la crítica continua hacia la clase política y de la insatisfacción generalizada ante ciertos aspectos del sistema que nos rige viene de esa ausencia de explicaciones de determinadas decisiones. Porque hay que ver que algunas son extrañas.
Alguien ha decidido, por ejemplo, que a partir de ahora no sea necesario aprobar la enseñanza primaria para comenzar el bachillerato; que se puede acceder con dos asignaturas suspendidas. No se han explicado las razones por las que se tomó esta decisión, de modo que cada uno puede interpretarla según sus propias conclusiones: premiar la vagancia, desincentivar el interés por el estudio, despreciar el valor del esfuerzo, renunciar a la excelencia, desmotivar al buen estudiante. Pero no, no es posible creer que se haya pretendido eso. Puede que muchos de nuestros políticos no den muestras de ser unas luminarias, pero resulta difícil admitir que fuese ese su propósito. Seguramente tendrá fines más nobles: acaso hacer aflorar pronto las cualidades de cada estudiante, o quizá eliminar obstáculos para facilitar el desarrollo de los estudios vocacionales allanando el camino a quienes tengan bien delimitada su inclinación académica. Puede ser, pero las intenciones ocultas no son fuerzas vivas que aporten claridad; lo que hacen es dar apariencia de capricho a cualquier decisión, por correcta que sea.
Estamos rodeados de misterios que sin duda tienen respuesta, porque son artificiales, pero que permanecen para la mayoría en el campo de lo incomprensible porque nadie tiene a bien enseñar al que no sabe. Y no son solo cuestiones referidas al esotérico mundo de la política. Cuántas veces nos hemos quedado perplejos ante sentencias judiciales que no alcanzamos a comprender. En nuestra simpleza nos preguntamos, por ejemplo, cómo es posible que en la lucha contra la corrupción a unos los metan en la cárcel inmediatamente y otros lleven años con sus trapicheos familiares en total libertad y hasta con un toque de jactancia. O que un tipo con no sé cuantas detenciones encima siguiera en la calle; para su desgracia, otros como él decidieron aplicarle su particular justicia.
Gobernar bien es convencer; es procurar el modo de hacer partícipes a los ciudadanos de lo que se decide para todos. Sin duda detrás de cada disposición que se toma se encuentran sólidos argumentos que la apoyan, pero dígnense explicarlos para que no sintamos ese desamparo de vivir bajo unas decisiones que nos pueden parecer absurdas. Lo que se entiende se respeta; es lo incomprensible lo que nos incita a rebelarnos.

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