miércoles, 10 de mayo de 2017

Primavera en el bosque

Bosque otra vez reverdecido, sembrado de las ilusiones que van asomando, bosque sabio de tantas primaveras. El símbolo, hoja con ternura de recién nacida y brote primerizo de tantas metáforas que alientan nuestra pobreza expresiva, lo ha inundado todo, se ha hecho con el aire y la tierra y, sin embargo, qué luz es capaz de dar la buena predisposición de ánimo para que todo parezca más luminoso. Está tibio el aire, dormida la tierra y dormido el olor de los espinos. Hay una carretera en la ladera lejana, pero hasta aquí sólo me llega su silencio. Está tragándose sus propios ruidos, allá ella; si no me lanza más que su imagen muda no habrá por qué odiarla. Sé que este seno es eterno y ha cobijado pensamientos diversos y que incluso algunos de ellos se han atrevido a materializarse en ideas y formas que sólo a la cultivada mente del hombre pueden interesar. Pero hoy no quiero ser una mente cultivada, no quiero, y me siento en el musgo y dejo que la humedad fije la realidad de mis divagaciones.
El sol forma claros como pequeños templos atravesados por rayos de luz que penetraran por cientos de ventanas. Fuera de allí, cuántas palabras, cuántos lechos como cálices amargos, cuántas verdades dichas en susurro, cuántas mentiras dichas a gritos. Somos cantos rodados tirados por el camino de la vida, y si alguien tuviera la facultad de andarlo con paso largo y libre, tropezaría con nosotros. Bultos pequeños que se mueven sin parar, que se mueven en círculo buscando la tangente definitiva. Luego, con los años, sabremos que la única ciencia en la que todos somos diplomados es en la ciencia de no entender nada.
También el sendero entre los robles está iluminado por los rayos que las hojas modelan a su gusto. No hay sendero menos libre para elegir su apariencia. Me llega ahora un perfume de helechos como un recuerdo de infancia, amable y complaciente el bosque con los que renuncian a ser ambiciosos, porque al ambicioso que se apoderó de los sencillos corazones de su pueblo para emplearlos en su propio provecho no le será permitido oler el aroma de los helechos, sino el hedor de las cárceles que creó. Tampoco a la sombra cobarde que aprovecha la oscuridad para romper la esperanza de cuerpos apenas iniciados o la vida de alguien que ama y es amado, le será dado oler más que la putrefacción de sus propias entrañas. A los que el hambre mata o la enfermedad desconsuela, sí. A esos puede que sí.
Así me parece en esta mañana de primavera recién iniciada, en la que el aire de algún confuso propósito me ha traído hasta el claro de un bosque, en el que, de vez en cuando, pasa revoloteando una mariposa blanca. Ya se ha cubierto el suelo de flores y pronto aparecerán las fresas silvestres y ardillas temerosas en las ramas; en el canto de los pájaros hay un trino recién estrenado que tiene algo de presentación. Siento ganas de internarme por la hojarasca, pero me quedo donde estoy, a cuestas con una extraña mezcla de bienestar y desasosiego. Han brotado las hojas, pero los rayos de sol siguen con su poder de siempre, indiferentes a sus efectos, sin saber de las turbulencias que pueden crear en los ánimos inquietos. A lo mejor, la ansiada explicación universal comienza en aquel silencio de colores.

No hay comentarios: