miércoles, 5 de octubre de 2016

El bloqueo

La mayor ventaja de no ser analista político es que permite ver el bosque desde el camino, sin que los árboles lo impidan. Y desde el camino se ve a uno de los dos hemisferios del espacio político zarandeado por unas turbulencias autocreadas, que amenazan con diluirlo en otras fuerzas que están al acecho. Y todo por una cerrazón ideológica, sostenida por prejuicios, apriorismos y análisis interesados de la realidad, cuando no por un odio personal hacia el adversario, un odio cuyas consecuencias pagamos todos. Algo falla en el sistema que nos dimos para regir nuestra convivencia cuando un solo hombre, un perdedor, tiene en sus manos la capacidad de paralizar a capricho la gobernación de todo un país. Algo falla cuando no fueron las leyes, ni siquiera los usos, sino sus propios compañeros los que se conjuraron para quitarlo del medio. Puede que el sistema de primarias no sea tan buena idea como parece, o que las exigencias para el cargo, ante la ausencia de filtros, respondan más a intereses de grupo y afinidades personales que a una mirada al bien general. Sin duda una de las tareas legislativas del futuro inmediato debería ser la de poner los medios de evitar que vuelva a repetirse una situación como la vivida.
Los legisladores de la Transición no previeron, quizá porque les pareció impensable, que un partido derrotado en las elecciones pudiera mantener bloqueada a toda la nación durante casi un año, con todo lo que eso conlleva en el orden institucional, económico, social, diplomático y de prestigio internacional. Un país paralizado y unos ciudadanos atónitos ante el secuestro de sus posibilidades de progreso y ante el espectáculo de declaraciones absurdas y actitudes pueriles al que tuvieron que asistir. Y aún más, ante la relativa simpleza de la solución que lo habría evitado. Hay unas cuantas medidas posibles que se le ocurren a cualquiera:
-Disponer que la votación de la sesión de investidura sea secreta. Cada diputado expresaría con su voto su propia opinión, no la del partido, con lo que el resultado final sería más susceptible de variación en función de las circunstancias.
-Fijar por ley que sea el partido más votado el que haya de formar gobierno.
-Hacer que la investidura del candidato tenga lugar ante las Cortes en su totalidad, es decir, no solo ante el Congreso sino también ante el Senado; se daría valor a la Cámara Alta y se dificultarían los intentos obstruccionistas.
Otras posibilidades, como la de establecer una segunda vuelta en la que solo se pueda elegir entre los dos partidos más votados en la primera, ofrece una mayor complejidad hasta hacerse inviable con nuestro actual sistema. En todo caso, hay soluciones que convendría estudiar para cerrar ese flanco descubierto en nuestros procesos electorales. Seguramente no será todo tan sencillo. Vendrán los sedicentes expertos y encontrarán mil trabas y otros tantos inconvenientes técnicos, jurídicos y de todo tipo que los votantes rasos no vemos, pero ante el hecho de que un país entero pueda paralizarse durante tiempo indefinido por la voluntad de un pequeño grupito, cualquier esfuerzo por superarlos valdrá la pena.

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