miércoles, 12 de octubre de 2016

Compañeros de camino

Es una historia como la de tantos, de esas que tienen en sí misma su importancia y que jamás aspiran a figurar como titular de nada. Una historia, como todas, hecha de momentos y experiencias enlazadas a los zarandeos de la vida, alegres unas veces, no tanto en otras, vacilante entre dudas y certezas y entre ilusiones y decepciones, pero nunca desesperanzadas. Se conocieron apenas salidos de la adolescencia, hace ya cincuenta años, y se convencieron pronto de que no había camino posible que pudieran andar sin el otro. La lucha que conlleva la vida les fue descubriendo los aspectos de cada uno que aun quedaban ocultos, y comprobaron que en conjunto daban más solidez a su decisión. Supieron pronto mirar en la misma dirección y hacer suyos los dos sentimientos. La nube que le parecía luminosa a uno se lo parecía también al otro, y el atardecer que le resultaba amenazador a uno lo era igualmente para el otro.
No conocieron grandes turbulencias en su vivir diario, quizá porque les tocó una época de estabilidad, aunque es cierto que tampoco ellos jugaron nunca a arriesgarla. Mantuvieron la prudencia como una norma en la que confiar siempre, y aplicaron a sus decisiones la osadía justa y el riesgo calculado, sin dejarse deslumbrar por el brillo de ninguna ilusión más allá de sus posibilidades. Sin saberlo, fueron fieles al viejo consejo: asómbrate con las montañas, pero quédate en el llano; admira el mar, pero mantente en la orilla. Tuvieron como enemigos a los más comunes, la rutina y la costumbre, pero los combatieron con el afán de cumplir ilusiones y con la aceptación de aprendizajes continuos. Aprendieron que la vida se nos va en continuas aspiraciones, pero que tener aspiraciones es señal de riqueza de espíritu y que, además, casi todos los sueños acaban por tomar alguna forma. Aprendieron también que el instante de ahora mismo muy pronto será pasado y nunca podrá volver a presentarse, y que el pasado es todo lo que tenemos; si lo olvidamos es como si no hubiéramos vivido. En sus hijos, en el cariño de sus hijos, tienen la mejor evidencia.
Fue una andadura normal, sin estridencias ni sorpresas, pero ahora que todo se está volviendo efímero y cambiante, y que la convivencia ve cómo se debilitan los esfuerzos que la defendían, su historia resulta cada vez más alejada de los usos y modos del tiempo actual, eso que a algunos les da por llamar modernidad. Miran a su alrededor y ven que en su generación, e incluso en la siguiente, las historias son similares a la suya, pero un par de escalones más abajo los conceptos que daban solidez a la relación -abnegación, fidelidad, tolerancia, sacrificio, respeto- son vistos como una carga que no hay por qué soportar, y todo se disuelve, casi siempre con víctimas. Ellos siguen confiando en el poder del cariño, un cariño sustentado ahora más por la ternura y la comprensión que por manifestaciones primarias.
Hoy cumplen cincuenta años de camino juntos. Miran hacia atrás y ven que todo cabe en un corto sueño. Ahora todo valor y todo objeto ya no están en función del futuro, porque el futuro ya se ha vuelto débil. Pero saben que seguirán juntos hasta completar el camino, porque ha merecido la pena.

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