miércoles, 24 de agosto de 2016

Los políticos y la sociedad

Qué diferente es todo entre los dos niveles de la sociedad, el oficial y el popular. Cómo se marcan las distancias entre los dos y qué distintas son las motivaciones de sus actos. Lo podemos notar de continuo, pero ahora, en estos días de juegos olímpicos pudimos verlo como una metáfora fácilmente entendible. La distancia entre la generación de políticos que tenemos y la de quienes luchan de verdad cada día por su país en el ámbito que les es propio, resulta tan abismal que no es de extrañar que desde abajo se mire a sus señorías con ese desdén con que se mira a un mal inevitable. Lo peor es que sus señorías parecen ver a los de abajo como unos simples mantenedores de sus puestos mediante sus votos.
En silencio, con trabajo duro y callado a lo largo de los años, afrontando renuncias y con las esperanzas oscilantes según el estado de ánimo, deportistas, escritores, científicos, artistas y profesionales diversos representan la verdadera medida de nuestro país y son los que realmente dan prestigio a su nombre en el mundo. Ellos y esas gentes que acuden cada mañana a su trabajo y hacen de su profesión un servicio, sin rencores, sin dogmatismos, sin rechazos viscerales, sin odios. Al otro lado, en la parcela ocupada por el poder, los políticos, sin deshacerse jamás de sus miserias, sin importarles someter el buen nombre del país y el bien general a sus mezquinos intereses partidistas, con su desprecio a los grandes conceptos que configuran la nación, con sus campanudas declaraciones demagógicas y sus rotundas negaciones, no es no, con su irremediable egocentrismo y su igualmente irremediable convicción de que el pueblo nació ayer y solo alcanzará el paraíso social haciendo caso a sus respectivos soflamas.
Uno no es muy dado a seguir las gestas deportivas ni a cantarles loas excesivas, pero le resulta fácil ver en ellas el resultado de la suma de muchos esfuerzos y el ejercicio de valores que podrían traspasarse a cualquier ámbito de la vida social. Diecisiete medallas, muchas de ellas en deportes desconocidos y conseguidas por chicos y chicas que jamás habían ocupado un titular, vienen a ser una afirmación de que la realidad del país no es la de las tertulias apocalípticas ni la de las tribunas interesadas ni la de los sempiternos amargados y derrotistas. Mucho menos la de los políticos, cegados por intereses sectarios y por sus propias perspectivas inmediatas, carentes de grandeza de carácter y de altura de miras, incapaces en todo un año de ceder en su mezquinas motivaciones particulares para dar un Gobierno a España. Y esos diputados, que son la mayoría, de los que nadie sabe exactamente qué hacen, porque jamás se les ve intervención alguna y todo su trabajo consiste en apretar el botón que manda el jefe del grupo, ¿no tienen nada que decir? ¿De verdad están de acuerdo con esta situación? ¿De verdad comulgan en todo con la opinión del que los manda? Piensen por sí mismos, hombre. Rompan de una vez esa disciplina de voto que tanto les esclaviza y voten según su criterio, que ningún líder merece esa fidelidad perruna.
En fin, gritos al mar.

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