miércoles, 10 de agosto de 2016

El nombre

Como el verano siempre es época de escasa producción informativa, y encima este año viene marcado por las consecuencias de la frasecita esa del "no es no", que tiene bloqueada la vida política del país, cualquier nadería se convierte en titular y cualquier minucia en sujeto trascendente. Eso sí, solo durante un par de horas; pronto se buscará y se encontrará otra de esas pompas de verano y se convertirá en noticia. La que en estos días ha merecido ser comunicada al mundo es que una pareja ha conseguido llamar Lobo a su hijo. Por lo visto era un sueño irrenunciable y tuvieron que enfrentarse a la primera instancia de la Administración, que no estaba muy de acuerdo. Ya se sabe que no hay lucha que unos padres no sean capaces de emprender por su hijo.
Eso de los nombres tiene su importancia, incluso hay quien cree que encierran un agente determinista. Desde luego, son imprescindibles. De hecho, según cuenta el Génesis, lo primero que hizo el hombre en este mundo, por sugerencia de su Creador y aún antes de que éste le diera una compañera, fue poner nombre a todo lo que tenía delante de sí. Tan necesario era. ¿Una alegoría? Como tal puede tomarse, porque el nombre es inherente a lo nombrado y sin él éste no existe en nuestra construcción intelectual. Ya saben: cuando la rosa se marchite no nos quedará de ella más que el nombre. Es decir, que las cosas dejan de existir y permanecen solamente las palabras. El nombre hace la cosa, hasta el punto de que la realidad basa toda su permanencia en algo tan convencional como su nombre.
Lobo es un término polisémico, aunque de connotaciones más o menos comunes. Se habla del lobo estepario, el lobo solitario, el lobo de mar, los hombres lobo, el lobo de Gubbio y hasta de aquel "Hermano Lobo" que trató de arrancarnos una sonrisa en otros tiempos. Está en los cuentos infantiles y en los relatos de noches de luna llena. Fiero y cruel, imagen del miedo y del mal en la imaginación popular, y en la ficción a menudo astuto, a veces ingenuo y siempre con el rabo entre las piernas, vencido por la inteligencia o la bondad. Sólo tras el revisionismo iniciado por el amigo Félix, que consiguió delimitar y mostrar su imagen más cercana a la realidad, su figura ha comenzado a adquirir valores positivos, a veces hasta límites discutibles, según las víctimas de su actual estado de impunidad. Y además, todos somos lobos, según el clásico que sentenció que el hombre es un lobo para el hombre. Ahora ha entrado en el reducido Olimpo donde se encuentran los escasos animales que dieron su nombre a los humanos.
Es posible que en una sociedad tan empapable, en la que las cosas más extrañas encuentran siempre entusiastas, el tal nombre venga para quedarse. Bien mirado, lobo es un término de recia raigambre en el idioma, no como esos nombres que nos traen los suramericanos: Yéremi, Kéilor, Yeison, Kevin, James y demás. Es de suponer que la inocente criatura a la que se le imponga no se apellide del Bosque o Cordero o Manso o algo así. Lo que sí cabría era preguntar a esos padres si le habrían puesto Loba en el caso de ser una niña.

No hay comentarios: