miércoles, 15 de julio de 2015

El otro valor del español

Otro estudio más de esos que se hacen periódicamente por diversas instituciones, viene a confirmar que la lengua española se ha convertido en el primer valor de nuestra economía: genera nada menos que el 16 por ciento del PIB español. Es decir, su aportación a la riqueza nacional es superior incluso a la del turismo, que en un país como España es mucho decir. Es más, el estudio nos confirma también que pueden contarse hasta setenta servicios fundamentales que no podrían existir sin el español. A la lengua como instrumento de comunicación y luego como elemento de manifestación artística a través de la creación literaria, se añade la lengua como producto de valor económico, y también en esto el español deja clara su enorme importancia.
El mayor patrimonio de España son sus Humanidades y, en la base de todas ellas, su idioma. Una lengua precoz, que a poco de nacer ya fue capaz de componer uno de los grandes poemas épicos europeos y que apenas cuatro siglos después hizo posible uno de los momentos más altos de todas las literaturas mundiales. En riqueza léxica muy pocas la ganan; en rotundidad y sencillez fonética, puede que ninguna; en eufonía, quizá solamente el italiano. Una lengua asombrosamente precisa para referirse a conceptos esenciales en el discurso expresivo; por ejemplo en la distinción entre persona y cosa: que, quien; nada, nadie; algo, alguien. Igualmente sabe también diferenciar un objeto directo-cosa de uno de persona; en éste exige la preposición "a". Y es de las pocas que cuentan con dos verbos distintos para diferenciar entre ser y estar, entre la esencia y la presencia, la condición y la circunstancia.
Su gran capacidad de adaptación la ha hecho salir, no sólo indemne, sino fortalecida, de todas las presiones que ha sufrido a lo largo de sus mil años de vida. Primero fue el árabe, luego el italiano, después el francés y ahora es el inglés el que la pone a prueba con su dominio de la terminología tecnológica. Es aquí precisamente donde se encuentra hoy uno de los puntos más débiles del español: su relevante puesto como instrumento de comunicación aún no guarda proporción con su presencia en las nuevas tecnologías. Algo que se está tratando de paliar con algunas medidas recientes, pero no es fácil; sería necesaria una mayor colaboración de todos.
Lo cierto es que tenemos un idioma universal y lo miramos con la indiferencia con que el rico de cuna mira su riqueza. Ni lo cuidamos ni lo defendemos. Sus principales enemigos están en su misma casa, en el maltrato a que le someten sus propios hablantes, en los medios de comunicación que renuncian a usar sus topónimos para satisfacer a los nacionalistas, en quienes prefieren usar un término inglés aun cuando ya exista uno equivalente en español, mostrando una mezcla de debilidad intelectual, cursilería y papanatismo servil que quieren disfrazar de modernidad. Nada que ver con la respuesta que el emperador Carlos V dio al papa Pablo III en 1536: "No espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida por toda la gente cristiana”.

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