
La cuestión parece realmente dictada por algún genio del absurdo, no precisamente de la escuela socrática, y más teniendo en cuenta que Grecia es mucho más que los ciudadanos de la capital. Si los atenienses entrevistados en la plaza Sintagma daban cada uno una interpretación distinta al significado de la pregunta, uno piensa en el campesino de un pueblo de la Arcadia que araba su huerta con una mula, y que seguramente podría verse retratado a sí mismo muy aproximadamente en otro de los tiempos del rey Menelao. Democracia y demagogia, dos términos griegos que han terminado ejerciendo de antónimos. Hay que ver qué poco hay de lo primero en esta consulta, justamente por lo que hay de demagogia en su pregunta. Ni ajustada a la verdad, porque la propuesta europea ya había sido retirada, ni honesta, porque equivalía a preguntar a un deudor si estaría dispuesto a sufrir sacrificios para pagar sus deudas. Y tramposa, porque al hacerla incomprensible se obligaba a los ciudadanos a responder, no a una cuestión concreta, sino a un sentido general, que no era otro que el sí o el no a los acreedores europeos. Y eso que fue un griego, de los otros, claro, el que hace ya dos mil quinientos años resumió las cualidades que debe tener un político: saber lo que se debe hacer y ser capaz de explicarlo, amar a su país y ser incorruptible.
Grecia saldrá de esto, desde luego, -de las crisis económicas siempre se termina saliendo- aunque seguramente será a un precio doloroso, pero quedará la lección dada por una sucesión de malos gobernantes y agravada luego por poner la esperanza en otros peores.
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