Eran tiempos de abundancia y la ciudad se embarcó en cuatro empeños que, una vez realizados, habrían de incrementar su capacidad de atracción hasta límites comparables con los de otras ciudades de características semejantes. Proyectos basados, cómo no, en el mar -un acuario y un centro de talasoterapia-, en su historia reciente -la Universidad Laboral-, y en su espléndido entorno natural: un Jardín Botánico. Todos se convirtieron en realidad. Con mayor o menor fortuna -es el caso de la Laboral, a la que se le hizo pagar su pecado original-, todos cumplen, no sé si en la medida de lo esperado, su función enriquecedora de la ciudad. Pero seguramente el que está más sólidamente instalado en el futuro y el que más ha calado en el aprecio de los gijoneses es el Jardín Botánico. Por hermoso, por placentero, por su fácil accesibilidad material y económica, por su capacidad de seducir a todos, sea cual sea su inclinación o su grado de sensibilidad.
El Jardín Botánico se apellida Atlántico, y es en una buena parte caducifolio, así que viste sus mejores galas en otoño, pero es ahora, en primavera, cuando parece querer envolver al visitante en la efervescencia de su nuevo renacimiento. Están las hojas estrenando un verde primerizo, y en el suelo las flores obligando al caminante a detenerse ante ellas. Si el visitante es hombre curioso e interesado, apuntará nombres que quizá nunca haya oído: aquilegia, boronia, deutzia, weigelia. Aspirará perfumes nuevos, descubrirá senderos nuevos, estrenará miradas nuevas. Andará junto al agua por alisedas, subirá hasta la zona donde el haya extiende horizontalmente sus brazos poderosos y llegará hasta la vieja carbayeda, en la que el roble parece hacer valer su condición de ciudadano más longevo. Cruzará puentecillos sobre arroyos y lagunas, pasará junto a antiguos ingenios hidráulicos y se detendrá ante una preciosa glorieta de cerámica talaverana. Luego, quizá se siente en algún rincón a dejarse invadir por el bullir de la vida a su alrededor, porque seguramente nuestro jardín no es tan monumental ni tan espectacular ni tan racional en sus líneas como otros más famosos, pero acaso por eso sí consigue hacernos sentir solidarios con la naturaleza en su estado más próximo a nosotros.