miércoles, 16 de abril de 2014

La Cámara Santa

Cualquier sociedad con las raíces ancladas en el fondo del tiempo tiene una referencia que la nutre espiritualmente, vigoriza su identidad y le da el punto de orgullo que necesita para sentirse satisfecha de sí misma ante los demás. Por las circunstancias de la evolución del pensamiento, en el origen y en el fondo de esa referencia hay casi siempre un hecho religioso, que sobrevive, aunque a veces aparezca desdibujado, junto a su condición de símbolo identitario de una sociedad. En Asturias, ese punto de alusión que focaliza nuestra trayectoria histórica es la Cámara Santa.
Este pequeño recinto, que ocupa el piso superior de la primitiva capilla palatina de San Miguel, fue dedicado ya por Alfonso II a relicario para acoger las piezas sagradas traídas de Toledo y otros lugares tras la invasión musulmana, aunque esta función martirial se fue modificando con el tiempo hasta convertirse pronto en la cámara del tesoro real. En el siglo XII, se añadieron los elementos románicos que hoy vemos, y en el XX sufrió los ataques más graves de sus más de mil años de historia: en 1934 la ignorancia y la barbarie la hicieron saltar por los aires, y en 1977 un ladrón solitario expolió sus principales joyas, aunque luego pudieron ser rehechas.
El tiempo la ha desposeído de su condición de tesoro material. Muy por encima de la valía físico de los objetos que alberga, que no es excesiva, lo que hoy encierra es un triple valor imposible de cuantificar: simbólico, espiritual y artístico. Simbólico porque ella fue la que dio a Asturias su símbolo y la que lo custodia; espiritual porque la presencia del Santo Sudario la convierte en poseedora de la reliquia más venerada de la Pasión, junto con la Sábana Santa. Y artístico, porque su conjunto de piezas de orfebrería constituye uno de los tesoros medievales más antiguos y de mayor calidad artística de toda Europa, quizá el más completo de toda la Alta Edad Media, y porque luego, en el románico, se le añadió su apostolado, que es sin duda una de las obras maestras de la escultura medieval española. Sus seis grupos de figuras pareadas, adosadas a los fustes de las columnas, parecen estar haciéndose confidencias; hay en sus actitudes un intento de personalización, realzado por el símbolo que la iconografía tradicional atribuye a cada uno; es como una reunión amable en la que el visitante se siente invitado a la conversación. La extraordinaria calidad de la talla, el carácter casi expresionista de los rostros, la riqueza iconográfica de basas y capiteles, el tratamiento preciosista de ropas y cabellos y la comedida ruptura del hieratismo románico convierten a este anónimo maestro y a la Cámara Santa en una de las cumbres de la escultura románica.
Ahora la Cámara Santa se ha renovado en su aspecto más accesorio y se presenta más hermosa y más fácil de comprender a primera vista. Se ha reordenado, dentro de sus limitaciones, el espacio expositivo por ejes de categorías: las cruces en primer término, con la caja de las Ágatas y la cruz de Nicodemo; en el centro, el Arca Santa y, sobre ella, de momento a la vista de todos en su urna anóxida, el Santo Sudario.

No hay comentarios: