miércoles, 9 de abril de 2014

¿Hemos ido demasiado lejos?

Cada vez parece imponerse con más fuerza la percepción de que hemos ido demasiado lejos en nuestro fervor descentralizador y en tratar de prescindir de una referencia única que representara la homogeneidad. Cada vez viene resultando mas evidente para muchos que aquella iniciativa ilusionante que se puso en marcha con el fin de dar acomodo a las tensiones regionales existentes, ahora, una generación después, nos ha traído unas consecuencias que, con el optimismo adanista del momento, no se habían previsto, o acaso no se supieron atajar después a tiempo. Algunas son de gran dimensión y de tono preocupante; por ejemplo el desafío secesionista a que nos ha llevado aquel intento bienintencionado de satisfacer las demandas de los partidos nacionalistas mediante un estatuto que pareció colmar sus aspiraciones. O por ejemplo, el hecho de que nos está resultando carísimo; casi dos mil diputados y consejeros, diecisiete burocracias completas en definitiva, son difíciles de mantener, y sería bueno saber qué incidencia tiene en la carga fiscal de cada ciudadano. Otras consecuencias puede que no sean de gran calado institucional, pero nos afectan directamente y, en el caso de la sanidad, pueden llegar a ser trágicas; ahí está la noticia reciente de la niña de Treviño, que murió mientras se discutía si tenían que atenderla los de Villarriba o los de Villabajo. Sin ir más lejos, la nueva receta electrónica impide recoger los medicamentos en otra comunidad autónoma; o sea que ya sabe, a partir de ahora si sale de su región procure ir cargado con todas las medicinas necesarias. A lo mejor, los que diseñaron el tal sistema llaman a esto progreso.
Pero por encima de los inconvenientes materiales, lo más grave es que todo esto contribuye a dar una cierta sensación de desvertebración nacional. Lo que en una comunidad es un hecho habitual, en otra es delito; lo que en una región es un espectáculo de masas, en otra está prohibido; lo que en una autonomía está fuertemente gravado fiscalmente, en otra está libre de impuestos; lo que se enseña en los colegios de unas zonas, en otras se ignora por completo. Depende de dónde se viva, la vida diaria tiene circunstancias distintas. Una maraña de normas que dificulta las relaciones comerciales entre regiones y frena cualquier deseo de inversión, un barullo legislativo imposible de descifrar, como si se tratara de un concurso en el que cada comunidad trata de individualizarse y diferenciarse de la vecina; no hay más que ver algo tan banal como las licencias de caza.
Quizá en algún momento hemos cruzado un punto que nunca deberíamos haber pasado sin detenernos a reflexionar seriamente sobre el camino que transitábamos, qué peaje pagábamos y a dónde nos conducía. No se explicó por qué, por ejemplo, se fragmentaron competencias que por su propia esencia han de ser siempre estatales, como la educación, nada menos que la formación de los ciudadanos del mañana, y la sanidad. No es de extrañar que muchos se pregunten si no convendría meditar sobre ello. Al fin y al cabo, en Europa, a los países de organización territorial centralizada, que son la mayoría, no les va tan mal.

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