sábado, 4 de julio de 2009

El carro de heno

Ha venido el sol más arrogante que otros años, sin pizca de complejos. Por los prados cambia de color la hierba, del verde al dorado; por los ríos baja menguada el agua, entre piedras recién desnudadas; por los bosques callan los malvises y hasta la brisa calla, y las hojas, y los pasos del caminante.
Tiempo de verano, sol deseado sobre las pieles desnudas y sones de llamada a la fiesta, que es lo propio. Anda el aire lento, empapado en calorías, un poco rarillo en estos pagos, aunque nada que ver con lo que nos cuentan de otras latitudes más al sur y hasta más al norte. Parece haber un afán por absorber la vida en este paréntesis que las nubes nos brindan, casi como si fuera algo a estrenar. Como personajes del Bosco, nos lanzamos en tromba sobre el carro de heno para atrapar las mayores porciones, aun a costa de luchar contra nuestros propios impulsos, que a veces se empeñan en demandarnos un movimiento más sosegado. Es el poder indefinible de lo efímero. El verano viene a ser por aquí como una botella de champán, que al agitarla con alegría nos encontramos con que apenas nos queda nada que beber; todo se ha convertido en espuma. Pero entretanto, su imagen inconfundible nos tiene dominados los deseos y fijadas las añoranzas. Lo sabía bien Machado: Frutales cargados, / dorados trigales, / cristales ahumados, / quemados jarales, / umbría, sequía, solano. / Paleta completa: verano.
Nos reclaman la mente y el cuerpo la luz y el sol, como si no fueran capaces de soportar el resto del año sin una inmersión temporal en ellos. Sentimos necesidades que sólo el eterno vaivén de esta bola que nos acoge puede satisfacer, como si la mecánica celeste tuviera un corazón que comprendiera nuestros afanes. Esa es nuestra condición: la de ser humilde polvo de estrellas, porque toda esa plenitud de vida que nos invade en verano, la alegría de las madrugadas tempranas y claras, la serenidad que desprenden esas tardes largas y mansas, el inquieto bullir de nuestro espíritu o el deslizamiento hacia un sentimiento de renovado optimismo que nos tiende a afectar en estos días, todo eso no es, en definitiva, más que una simple consecuencia de la inclinación del eje de la Tierra. Menos mal que nadie puede enderezarlo.
Tiempo en que se acumulan los pretextos para el desahogo y para las desinhibiciones mal enjauladas, que afloran sin límites ni remedio. También es casualidad que lo más selecto del santoral –Juan, Pedro, Pablo, Luis, Antonio, Santiago, Domingo, Agustín, el Carmen, la Asunción- caiga por estos meses, dando oportunidad a los pueblos a tener a la vez los mejores patronos y sus fiestas en verano. Y tiempo también de más luz en las neuronas y más impulso en las ansias y más latido en los biorritmos. Así que, ya que todo se junta, hagamos un año más de cigarra y lancemos fuera los trastos que nos atosigan el resto de los días. No tenemos que preocuparnos por el invierno; llegará enseguida.

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