El tornado del 28 de mayo nos ha dejado
un vendaval de cambios en los modos de gobierno y en los nombres de quienes lo
han de llevar a cabo que parece, más que nunca, el inicio de una nueva etapa.
Hay un ambiente generalizado de renovación que certifica un fin de ciclo por
agotamiento de unas ideas y unos modos de actuación que no encajaban con el
sentir de la mayoría ciudadana. Ha sido una marea que lo inundó todo y cambió
los colores políticos del mapa nacional, un movimiento cuya unanimidad en
cuanto a extensión debiera hacer pensar a los que han sufrido sus
consecuencias, más allá de achacarlo a cualquier circunstancia ocasional. Seguramente
en muchos habrá habido decepción, en otros alivio y en casi todos una cierta
esperanza de que todo mejore y se haya aprendido de errores pasados. Lo cierto
es que el juego democrático ha renovado el tablero y puesto sobre la mesa otras
piezas siguiendo las indicaciones de la voluntad popular. Es la bendita rutina
de la democracia.
En qué afecta esto a los ciudadanos es una
cuestión que no tiene una respuesta única y puede abarcar desde la educación o
el tráfico hasta la propia imagen de la ciudad. Gijón es un buen lugar
para vivir, con una más que aceptable calidad de vida, aunque esto no admite
más que apreciaciones relativas. A lo largo de los años se han ido consiguiendo
metas que han cambiado su fisonomía y sus modos de vida hasta convertirla en la
ciudad moderna, atractiva y bien dotada de servicios que es, pero ahí están los
viejos problemas de siempre, que todos cuantos alcanzan la vara municipal prometen
intentar resolver en primera instancia: el paro de nuestros jóvenes, el
problema de la vivienda, la contaminación de algunos barrios, la ordenación
acertada del tráfico en las principales calles, junto a otros menos
determinantes, pero que afectan a la estética de la ciudad, como esa
proliferación de pintadas con que unos botarates descerebrados embadurnan todo
lo que se pone a su alcance. La lista de problemas sería inacabable, tantos
como grupos sociales.
Después de la etapa anterior, que no fue precisamente el período
más exitoso de la ciudad, se espera un giro que corrija las equivocaciones
cometidas y que evite caer en decisiones mal tomadas por errores de
planteamiento o falta de suficiente reflexión. Facilitar las iniciativas
sociales y particulares, oír a la calle, pensar que, ante todo, lo que se está
ejerciendo es un servicio, decidir sin el menor asomo de sectarismo, con la
mirada puesta ante todo en tratar de hacer lo más fácil posible la vida a los
ciudadanos. No pediríamos más.
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