Lo más decepcionante de los políticos, en general, es el orden en
que colocan las prioridades de su actuación. En primer lugar está él mismo, su
propia persona; erigirse como referencia ineludible de la actualidad nacional,
dominar la sociedad en todos sus aspectos y pasar al olimpo de las figuras
históricas. En segundo lugar viene el partido, el número de votos que pueda
ganar o perder, su estabilidad interna y su imagen externa; todo sea por él,
que fue el que lanzó al jefe al poder y el refugio que apoya sus errores; por
él vale todo: pactos antinaturales, alianzas extrañas, incumplimientos de
promesas y hasta los dictados de la propia conciencia se venden y se compran si
es necesario con tal de que el partido cumpla su función de captar votos. Después,
y a mucha distancia, está el país, entendido como patria común, ya que la
conciencia nacional y el sentimiento patriótico no son conceptos que suelan
figurar entre las proclamas de la mayoría de nuestras facciones partidistas. Y en
último lugar estamos los ciudadanos; los ciudadanos de a pie, que soportamos
las promesas incumplidas y las decisiones arbitrarias sin más ocasión de
sentirnos protagonistas que la que nos dan las urnas cada cierto tiempo.
Ahora nos llaman de nuevo a votar. No toca, pero habremos de ir
por conveniencia de alguien que ve en ello su propia ventaja. Iremos en
chanclas y a piel descubierta, y más de uno oliendo a bronceador, porque julio
es mes de canícula y los domingos riman más con sol y playa que con una sala
cerrada donde se va a cumplir con una obligación que podría tener mejor acomodo
en el calendario. Pero iremos, porque hay ganas de cambio y de acabar de una
vez con esta pesadilla que nos amarga cada mañana con una actualidad de sobresaltos
y con escasas noticias que reconforten el espíritu.
Pero antes hemos de hacer frente a otra campaña electoral, que no
es ningún aperitivo placentero. Aún tenemos el paladar saturado de la anterior.
Volveremos a oír las mismas frases impostadas que nada significan. Todo será
progresista y sostenible y, por supuesto, democrático. Habrá negociaciones
frenéticas en busca de alianzas que permitan uniones de hecho, por
antinaturales que sean, para evitar que el ganador se siente en el poder.
Oiremos a quienes atisban al lobo tras las encuestas justificar sus errores
intentando que los veamos como aciertos, y a los que olfatean el triunfo exhibir
sus remedios, que tampoco necesitan ir mucho más allá de lo que dicta el
sentido común. Nos han llamado en un día atípico, pero así todo iremos.
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