miércoles, 24 de mayo de 2023

A quién votar el domingo

 Se hace larga la campaña electoral. Quince días de jarreo de mensajes, de rostros omnipresentes dentro y fuera de casa y de ofertas de mercadillo de feria, dejan a todos, a los que hablan y a los que escuchan, con la lengua y los oídos fatigados y a los cuerpos con ganas de un poco de silencio. Seguramente no se conoce otro modo mejor de prologar unas elecciones que este de montar un vaivén continuo de candidatos moviéndose por todos los rincones y diciendo las mismas cosas, pero quizá habría que echar cuentas y ver si el esfuerzo hecho se corresponde con la eficacia del sistema. La realidad es que la campaña ya está hecha; se fue haciendo día a día a lo largo de toda la legislatura. Los mítines de ahora son, si acaso, la hojita de perejil con que se remata el plato, pero sin añadir ya ningún sabor. Algún converso habrá de última hora, alguien de convicciones tambaleantes que las modifique en función de lo último que oiga, pero la experiencia viene a decir que a los mítines van los convencidos y que los discursos tienen más un efecto de reafirmación que de convencimiento. No sé de nadie que vaya a un mitin con un propósito y salga con otro.
Las campañas pueden tener más efecto en los escépticos, aquellos que tienden más al accidentalismo que al dogma. También en los que no tienen claro a quién votar, pero sí saben muy bien a quién no van a hacerlo. Encuentran más práctico y con menor riesgo de equivocación tomar la decisión por descarte. Despejan sus dudas proyectando sobre los candidatos su propio concepto de lo que ha de ser el ejercicio de la política y rechazando a quienes no se ajustan a él. No votarán a los que desprecian o banalizan los valores que para ellos son irrenunciables, a los que mienten descaradamente, a los que prometen sin ningún propósito de cumplir lo prometido, a los de la sonrisa y gesto obscenamente impostados, a los que insultan y ofenden, a los que buscan el lucro personal por encima del bien común, e incluso a otros por razones más concretas y menos trascendentes. Yo, por ejemplo, confieso que no votaré nunca a los que den la tabarra continuamente con eso de todos y todas, ciudadanos y ciudadanas, trabajadores y trabajadoras, y todo ese irritante desdoblamiento, que sólo pone en evidencia la ignorancia de quien no conoce la tendencia de nuestro idioma a la economía sin mermar un ápice su fuerza expresiva.
Y al final hay en toda campaña electoral un aire de cierta ternura al ver cómo todos se esfuerzan en convencernos de que son los mejores y podemos confiar en ellos. Ay, si pudiéramos acertar.

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